El loco de esta familia soy yo - Capítulo 6

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El loco de esta familia soy yo

Capítulo 6

Anis entrecerró sus ojos en un intento de distinguir a la persona que estaba en la puerta. Tras unos segundos logró ver que se trataba de un joven de cabello rubio platinado y ojos dorados que le sonreía. Le parecía tan apuesto que sintió que destacaría incluso en una calle abarrotada de gente, además… esa sonrisa juguetona y su aire jovial daban la impresión de que estaba contento de ver a Anis.

Ese mismo joven que había entrado en la sala de entrenamiento sin permiso le saludó como si no ocurriese nada, lo que provocó que el rostro de Anis se ensombreciera con una obvia expresión de desagrado.

“¿Quién es y por qué actúa como si me conociera? No tengo ni un solo recuerdo de haberlo visto en mi vida.”

Anis se devanó los sesos, preguntándose si acaso lo había olvidado, pero él estaba seguro de que era la primera vez que ambos se topaban.

“Para empezar… su ropa no es lo que vestiría un noble. Y la manera en que camina no denota ni siquiera un poco de dignidad. ¿Cómo es que los soldados le dejaron pasar? ¿Será alguien externo a la familia?”

Era evidente que el recién llegado no era un intruso, ya que los guardias permanecieron junto a la puerta mientras les observaban. Sin embargo, Anis le pidió que se detuviera al estar en la imposibilidad de saber si el joven era enemigo o no.

—Detente en este momento e identifícate de inmediato.

No obstante, como si no hubiera escuchado a Anis… el joven no dio señales de detenerse. 

“¿Será que hablé muy suave?”

Anis consideró que quizás tenía los músculos de su voz  agotados a causa del duro entrenamiento, así que esta vez le gritó con todas sus fuerzas.

—¡Detente e identifícate de una vez!

Esta vez, su voz resonó en toda la sala de entrenamiento. Era imposible que el joven no lo hubiese oído. Aun así… no frenó sus pasos y continuó avanzando mientras relucía la misma sonrisa despreocupada.

“No creo que sea sordo… ¿o sí?”

Anis decidió prepararse, sujetando una flecha mientras lo encaraba. El desconocido, que se detuvo a cinco pasos de distancia, emanaba un aura peculiar.

“Qué extraño. Es la primera vez que lo veo, pero me resulta familiar. ¿Eh? Espera, sus ojos…”

Los descendientes de Sefira compartían un rasgo en común: poseían una mezcla de colores púrpura y dorado en sus ojos, y aquel hombre frente a él no era la excepción. Irises dorados, semejantes a un campo de trigo iluminado por el atardecer, y pupilas púrpuras como gemas: eran ojos que únicamente un miembro de la familia Sefira podía poseer.

—¿Eres Anis? —preguntó el joven.

Anis se irritó por la falta de cortesía del hombre, pero se contuvo, pues alguien vino a su mente e hizo que su mente se calmase.

—¿Acaso eres Keter?

—A juzgar por cómo respondes una pregunta con otra, debes de ser Anis.

Keter suspiró aliviado al verlo. Tenía el cabello castaño rojizo que apenas le rozaba las orejas, unos ojos que reflejaban sospecha y cautela, y un ceño levemente fruncido que le daba un aire frío más que intimidante.

Anis era un adicto al entrenamiento que había entrenado y entregado todo de sí con el objetivo de hacerse más fuerte hasta agotarse. Aunque apenas habían intercambiado un par de frases, Keter estaba convencido de que el Anis del pasado y el Anis del presente eran exactamente la misma persona.

“No creo que sirva de nada marcharme de inmediato.”

Las manos de Anis estaban cubiertas de sangre, su cabello alborotado y había un atisbo de locura en sus ojos… pero, en comparación con el Anis del futuro, aún conservaba algo de humanidad.

“En mi vida anterior, Anis no pudo superar sus límites y acabó perdiendo la razón…”

Keter observó con disimulo los dedos de Anis y notó que los diez seguían intactos, lo que significaba que todavía no había perdido la cordura por completo.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Keter. Si alguien necesitaba ayuda, él se la brindaba; incluso si no la deseaba, él la ofrecía de todos modos. Ese era el modo de actuar del Solucionador de Liqueur: un servicio que buscaba a sus clientes por cuenta propia. Ese era su secreto para ganarse la vida en Liqueur.

—¿Cómo supiste que estaba aquí? —preguntó Anis con voz cargada de hostilidad, claramente desconfiado de Keter.

—Solo pasaba por la zona. Fue una coincidencia. Uf~ ¿Tú le hiciste eso al escudo? Bastante impresionante si me lo preguntas.

El semblante de Anis no se suavizó.

“¿Pasaba por la zona? ¿Una coincidencia?”

No tiene sentido. Pero, conociendo su naturaleza ambiciosa lo que más le incomodaba era la última parte del comentario.

—Puede que a ti te parezca impresionante. Ahora vete, estás siendo un estorbo. Te perdonaré la intromisión esta vez.

—No lo dije como un halago. Quiero decir que eres un insensato por enfocarte solo en la fuerza.

—¿¡…!?

Anis apretó los puños, furioso por la crítica repentina.

¡Creak!

Sujeté la flecha de hierro con tanta fuerza que la dobló por la mitad.

—¿Qué sabes tú de disparar un arco para soltar semejantes tonterías?

En el Reino de Lillian, era ilegal que los plebeyos poseyeran armas de largo alcance a menos que fueran soldados, nobles o cazadores con licencia. Por supuesto, no importaba si uno no era descubierto, pero dado el tamaño y la presencia de un arco, no era fácil ocultarlo. Así que era cierto que la mayoría de los plebeyos, incluido Keter, nunca había tenido oportunidad de disparar uno.

Keter se encogió de hombros.

—No basta para matar a una persona, ¿verdad? A menos que se trate de monstruos, ya que actúan por instinto.

Anis frunció el ceño. Keter, a pesar de su actitud despreocupada, estaba siendo sorprendentemente lógico. Por naturaleza, Anis era competitivo y detestaba perder, incluso en una discusión. Así que, naturalmente, contraatacó de inmediato.

—Te equivocas. Yo resalto el poder del arco para que resulte inútil que los caballeros intenten bloquear la flecha.

—Piénsalo bien. ¿Por qué crees que los caballeros pueden detener las flechas? —replicó Keter con rapidez.

—¿Acaso crees que soy idiota? Es obvio que es porque las ven venir —respondió Anis.

—Sí que lo eres. Si pueden verlas, ¿por qué no esquivarlas en lugar de bloquearlas? Porque resulta más fácil bloquear que esquivar. Ahora dime: si disparas una flecha tan increíblemente potente, ¿los caballeros intentarán bloquearla o esquivarla?

—¡…!

Era puro sentido común, pero Anis lo comprendía recién ahora. Por más poderosa que fuera una flecha, no servía de nada si no acertaba. Sin embargo, era un malentendido inevitable para alguien que había visto incontables veces a los caballeros detener las flechas con facilidad. Por ello, llegó a creer equivocadamente que entrenar para lograr flechas imbloqueables era la mejor manera de enfrentarlos.

Keter remató el argumento para que Anis asimilara esa incómoda verdad.

—Todos los combatientes pasan por el mismo error. Cuando se topan con rivales capaces de bloquear sus ataques sin esfuerzo, buscan un poder arrollador que no pueda ser detenido. Pero tarde o temprano descubren, en un combate real, que ese poder desmesurado no sirve si no acierta. Por eso, lo primero que debe perseguir un arquero es la precisión; la fuerza viene después. ¿Qué opinas? ¿Soné como alguien que ya ha disparado una flecha o dos en su vida?

Las flechas siempre estaban en desventaja frente a otras artes marciales. Una vez disparada, todo terminaba; el arquero ya no podía intervenir. Además, para aprovechar todo su potencial, había que cumplir una condición: que el arquero estuviera en una situación segura. En el campo de batalla, siempre había murallas altas e infantería protegiendo al frente.

Pero si el arquero estaba solo, enfrentando a un espadachín de nivel semejante, jamás podría ganar. Si bien podía derrotar a una persona común, cualquiera con entrenamiento suficiente era capaz de seguir el recorrido de una flecha solo con la vista y los reflejos.

Por si fuera poco, las flechas solo podían lanzarse en línea recta. Aunque podían describir un arco, la trayectoria era previsible y carecía de variación, lo que la volvía sencilla. Aquello podía ser una ventaja, pero en un combate uno contra uno era un defecto fatal.

Anis creía que podía compensar esa debilidad con pura potencia. En ciertas circunstancias, eso podía ser correcto, pero para la familia Sefira, aislada políticamente y sin aliados, no era ni adecuado ni suficiente como estrategia principal.

Tras la crítica de Keter, Anis tembló de frustración. Lo sabía, igual que lo sabía cualquier miembro de la familia Sefira y todo arquero que se hubiera formado: en la arquería, la fuerza y la variación no podían coexistir.

La familia Sefira ostentaba trescientos años de historia, pero aún no habían resuelto ese dilema. Y era lógico: nunca había hecho falta. En el pasado, en épocas de guerras frecuentes, los arqueros jamás estaban aislados; siempre había caballeros dispuestos a arriesgar la vida por protegerlos y también murallas altas y sólidas. En ese tiempo, la reputación de la familia era altísima y gozaban del favor de la reina.

Solo habían pasado treinta años desde que las guerras a gran escala se redujeron a conflictos regionales menores, y apenas diez desde que la familia Sefira cayó en desgracia ante la reina y empezó a ser hostigada por otros nobles. Nadie, ni los patriarcas anteriores ni Besil, el actual jefe de la casa, previó semejante declive.

Cuando por fin comprendieron la situación crítica y se dedicaron a desarrollar una arquería adaptada al combate personal, ya era demasiado tarde. Les faltaban tiempo, recursos y hombres.

Al ver que Anis mordía su labio y guardaba silencio, Keter añadió:

—No importa cuán poderosa sea la flecha, es inútil si puede esquivarse. Deja de perder tu tiempo en entrenamientos vacíos y piensa, en cambio, cómo hacer que un caballero no pueda librarse de tus disparos.

—…

Anis lo fulminó con la mirada. Si Keter se hubiera limitado a herir su orgullo, quizá lo habría dejado pasar, pero burlarse de su arquería y de las técnicas secretas de la familia, sin conocer sus circunstancias, era intolerable. Despreciar a los Sefira no se perdonaba.

—¿Crees que se puede esquivar tan fácilmente? Bien, inténtalo.

Anis sacó una flecha del carcaj que llevaba en la cintura. Aunque sus palabras fueron viscerales, mostró lucidez al arrancarle la punta, dejando claro que solo quería asustar a Keter. Claro que podía ser peligroso si acertaba en un punto vital, pero no tenía intención de llegar tan lejos.

En un abrir y cerrar de ojos, Anis tensó el arco y apuntó al muslo de Keter, la zona donde más dolía un impacto.

¡Zas!

Una flecha disparada a quemarropa, a velocidad fulminante—ninguna persona común sería capaz de reaccionar, pero Keter la esquivó con facilidad, desplazando su pie izquierdo.

—Demasiado lento.

—Al menos tienes la habilidad para respaldar tanta arrogancia.

Anis agarró tres flechas a la vez, les quitó las puntas y las lanzó en un solo disparo. Cualquiera que hubiera sostenido un arco sabía lo difícil que era disparar tres proyectiles al mismo tiempo. Y no solo los lanzó: eran veloces y precisos. Apuntaban al hombro, abdomen y pantorrilla de Keter, zonas complicadas de esquivar.

Y eso no era todo: Anis no sería digno descendiente de los Maestros de la Arquería si no fuera capaz de preparar un seguimiento inmediato. En cuanto las flechas salieron, ya estaba sacando otra para disparar de nuevo si Keter lograba esquivarlas.

Sin embargo—

¡Fiu!

Los ojos de Anis se abrieron de par en par al ver que Keter había esquivado las tres flechas girando el torso mientras avanzaba hacia él. Aun admirado por la flexibilidad de Keter, que ejecutaba movimientos imposibles para una articulación humana, no olvidó soltar la siguiente flecha.

¡Voosh!

Anis disparó otra justo cuando Keter ya estaba frente a él. Se requería una calma y un valor extraordinarios para hacerlo, pero—

¡Clac!

De un momento a otro, Keter desvió la flecha con la palma izquierda a quemarropa.

—¡…!

De inmediato, Keter sujetó el arco de Anis con la mano derecha. Fue un movimiento rápido, pero a Anis le resultó risible.

“¿Pretende forcejear conmigo solo por quitarme el arco?”

El intento de Keter le pareció un chiste. La fuerza de un arquero se concentraba en la parte superior del cuerpo, en los brazos y hombros. En términos de fuerza bruta, un arquero solía superar a un espadachín corriente. No había razón para rehuir aquel pulso; al contrario, Anis lo recibió con gusto.

¡Creak!

El arco, atrapado entre ambos, se doblaba como si fuera a romperse. Anis esperaba resolverlo con facilidad… hasta que sintió que lo arrastraban hacia adelante. Sobrecogido, un sudor frío recorrió su espalda.

“¿Cómo puede un simple plebeyo tener tanta fuerza?”

Alarmado, Anis invocó el aura al notar que iba a perder. El aura, un poder que permitía trascender los límites humanos, aumentaba al menos el doble las capacidades físicas del portador.

¡Creak!

Aunque Keter lo superaba en fuerza pura, Anis empezó poco a poco a dominar el pulso gracias al aura.

Tal como pensaba.

Pero justo cuando el arco se inclinaba de su lado, Keter soltó de repente y se lanzó hacia Anis.

¡Predecible!

Anis también había previsto ese movimiento. Potenciar las facultades con el aura no solo significaba más fuerza, sino también reflejos y visión dinámica superiores. Con una amplia experiencia en combate, estaba preparado para la réplica y lanzó su rodilla contra el abdomen de Keter.

“Así que piensa que los arqueros somos débiles en el cuerpo a cuerpo.”

Anis jamás había subestimado a Keter. Pese a su tono vulgar y ligero, su cuerpo era el de un guerrero curtido. Por eso había decidido emplear el aura en cuanto sintió que perdía el pulso de fuerza. Lo que no anticipó fue que el instinto de combate de Keter superaba con creces al suyo.

Keter reaccionó como si hubiera esperado el contraataque de Anis.

¡Thud!

Enganchó su pierna derecha en la izquierda de Anis para hacerlo tropezar. Con la rodilla ya en alto para atacar, Anis perdió el equilibrio por completo y cayó de espaldas.

—¡…!

Aun así, Anis, con sus habilidades físicas reforzadas intentó agarrar el cuello de Keter para revertir la situación, pero Keter le golpeó sus dedos con el puño al también haber anticipado ese movimiento 

¡Thud!

Anis terminó desplomado en el suelo. Con su espíritu competitivo, de inmediato intentó levantarse, impulsado por la determinación de derrotar al chico frente a él.

¡Creak!

Keter, que le había arrebatado el arco mientras caía, lo apuntó contra él. No había flecha, pero el gesto lo decía todo: Una completa y absoluta victoria.

Keter chasqueó la lengua y comentó:

—Tus piernas son débiles.

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