El gato está en huelga - Capítulo 96

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Durante la cena intercambiaron unas breves palabras sobre el asunto, pero el contexto no permitía más, y la conversación tuvo que interrumpirse. Esta vez, sin embargo, él estaba decidido a hablar con ella de verdad.

 

Antes de eso, había algo que debía dejar absolutamente claro.

 

—Diana. Deja de tratar al duque.

 

—¡Eso no…!

 

La fuerza abandonó las manos de Diana, y la lámpara que sostenía cayó al suelo como si se le hubiera escapado al escuchar algo que jamás debió oír.

 

Greus la atrapó justo antes de que se hiciera añicos contra el suelo. La luz, aún encendida, tiñó de blanco su campo de visión.

 

Y sobre esa luz, como un telón, se desplegó una escena del pasado lejano.

 

—¿Recuerdas lo que te dije cuando te pedí que lo trataras?

 

Cuando le pidió que atendiera al duque Laufe.

 

Ella tenía el rostro tan pálido como ahora. Lo entendía. La mala fama del duque Laufe era constante, ayer como hoy.

 

Tras varios intentos de persuasión, Diana aceptó el cargo. En aquel entonces, Greus le habló con ternura, viendo lo tensa que estaba.

 

—No te sobrecargues. No se trata de eliminar su maldición, sino de contenerla. Trátalo con esa intención. Diana, sé que tú puedes hacerlo bien.

 

No eliminarla, sino contenerla.

 

Los ojos de Diana cambiaron. Parecía recordar aquel consejo.

 

—Solo te dije eso por una razón. No importa cuánta energía sagrada poseas, ni cuán pura sea… jamás podremos eliminar esa maldición.

 

—¿No… se puede eliminar?

 

—Así es.

 

Greus añadió con tono amargo:

 

—…Dios no nos ha concedido ese permiso.

 

—……

 

Su rostro se contrajo levemente. Era la expresión de quien no logra comprender.

 

Pero Greus no se retractó ni ofreció más explicaciones para facilitarle el entendimiento.

 

Porque era tal cual lo había dicho.

 

Una verdad desnuda. Un principio inmutable mientras no se cumpla la voluntad divina. Una regla que ninguna criatura nacida de sus manos podía desafiar.

 

…Una contradicción que Greus había llevado en el pecho durante mucho tiempo.

 

Su expresión se volvió sombría. No había planeado revelar esta verdad a Diana. Pero la maldición del duque Laufe había comenzado a ceder gracias a la presencia de los Myojok, y la situación había cambiado…

 

Y como ella había sido quien lo trató todo este tiempo, pensó que merecía saberlo.

 

‘Ojalá no malgaste años en la misma angustia que yo.’

 

Añadió con preocupación

 

—Sé que sufriste mucho por mi ambición. En aquel entonces eras más temerosa y frágil que ahora, así que debió ser doblemente duro para ti, en cuerpo y alma.

 

—……

 

—Jamás olvidaré tu esfuerzo, y te recompensaré como corresponde, de alguna manera.

 

En cierto modo, era lo que Diana había deseado escuchar. Que reconocieran su habilidad, que se la validara… Aunque no fuera exactamente como lo imaginaba, había alcanzado su objetivo.

 

Pero no era suficiente.

 

‘¿Por qué? ¿Por qué ha vuelto a pasar esto…?’

 

Desde la infancia, cuando vagaba hambrienta por los barrios pobres, había soñado con este momento. Esta vez, pensó, lo lograría.

 

Sus manos pálidas se tensaron. Las uñas bien cuidadas se clavaron sin piedad en las palmas ya maltrechas.

 

‘Lo que yo deseaba era…’

 

Subir a un lugar alto, donde todos la admiraran, aplastar a quienes se burlaron de ella, y alcanzar un final hermoso, como el de aquel libro de cuentos que encontró en el basurero cuando era niña.

 

Pero todo se torció. Se desmoronó. Los sueños que solo había podido imaginar se hicieron polvo, escapando entre sus dedos como arena.

 

Las razones que el sumo sacerdote añadió ni siquiera llegaron a sus oídos. Y aunque lo hubieran hecho, no habría querido entenderlas.

 

Solo una frase se le pegó al oído, dejando cicatrices persistentes en su mente.

 

—Deja de tratarlo.

 

Como si trazara una línea clara, hasta aquí llegaste.

 

—……Eso no puede ser.

 

Diana habló como si estuviera poseída. Desde que llegó a la mansión del duque, todo lo que había ocurrido escapaba a cualquier lógica. Al menos, según su perspectiva.

 

—Usted lo sabe, señor sumo sacerdote. No hay otro sacerdote con tanta energía sagrada como yo. Ni con una pureza tan alta.

 

—……

 

—Yo… fui elegida por Thalassa, ¿verdad? Eso significa que soy única. Soy especial. Nadie más podría tratar al duque…

 

Su mirada se perdía, temblaba. Al mirar sus palmas manchadas de colores, apretó los dientes.

 

‘Si realmente existe alguien así…’

 

Me lo arrebatará. Mi sueño, lo que he construido, todo lo que tengo… todo.

 

Y así, se hundió en pensamientos cada vez más profundos.

 

—Sacerdotisa Diana.

 

Una voz fría la sacó de golpe. Al mirar hacia arriba, el rostro de Greus estaba arrugado como una hoja de papel.

 

Fragmentos de emociones se agitaban en él. Decepción, algo de ira, y… una clara compasión. Esa mirada, como si viera algo profundamente miserable, solo intensificó la humillación.

 

Pero lo que dijo a continuación…

 

—Si no puedes abandonar esa angustia, jamás alcanzarás el puesto de santa.

 

Amenazaba lo que más valor tenía para ella.

 

Diana se quedó rígida, como una muñeca sin articulaciones.

 

—¿Crees que somos especiales? No, solo tuvimos suerte. No fuimos elegidos por Dios, más bien… fuimos víctimas de su capricho.

 

—……

 

—El día que tomaste mi mano y entraste por primera vez al templo, también te hablé de esto. No sé si lo recuerdas.

 

—……

 

—Diana. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Yo he envejecido, tú te has convertido en una adulta… Es hora de que dejes atrás tu pasado.

 

Su visión se distorsionó. Las emociones hervían dentro de ella, pero no logró pronunciar palabra alguna.

 

La noche se hizo más profunda. Escuchó la suave despedida del sumo sacerdote, volvió a la habitación que le habían asignado y, desde entonces, lo único que le quedó fueron las marcas de sus uñas en la palma.

 

  ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Poco después de que el sumo sacerdote abandonara el despacho.

 

Sepite, que hasta entonces había cumplido fielmente el papel de “muñeco olvidado en medio de la cama por un gato juguetón”, se elevó con un aleteo.

 

—Así que así fue.

 

Su tono era algo sombrío. Los ojos redondos del muñeco se inclinaron hacia abajo.

 

Gracias a eso, los pensamientos que nublaban la mente se disiparon. Ahora que lo pensaba, Sepite no parecía saber la causa exacta del desastre.

 

Cuando se lo preguntó directamente, Sepite asintió.

 

—Sí. No lo sabía. Sabía que había nobles despreciables, pero no imaginé que llegaran tan lejos.

 

Su voz destilaba desprecio.

 

—Siempre hay tipos así. Seguramente se agruparon para evitar que la información se filtrara.

 

—Si hubo transacciones secretas repetidas, seguro que el mercado negro estuvo involucrado… En esa época, corría el rumor de que la familia imperial respaldaba el mercado negro. Si ni siquiera a mí me llegó la información, probablemente era cierto.

 

Las suposiciones se encadenaban. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, y el rostro de Sepite se arrugaba cada vez más.

 

—¿El mercado negro?

 

—Sí. Un lujo para nobles codiciosos… Dicen que ha vuelto a surgir últimamente. Tsk, como cucarachas.

 

Tras esa mordaz evaluación, suspiró.

 

—Es evidente. Después del desastre, aunque supieran que fue culpa suya, la familia imperial y el templo se habrán aliado para ocultarlo. ¿Qué ganan con admitir que su avaricia les hizo merecer el castigo divino?

 

Ries observó a Sepite con cautela.

 

Si lo que decía era cierto, entonces él mismo había estado limpiando los desastres de esas cucarachas codiciosas. Si fuera él, estaría hirviendo de rabia.

 

Apenas pensó eso, los ojos redondos de Sepite giraron y se cruzaron con los suyos.

 

Intentó mirar disimuladamente, pero fue descubierto sin remedio.

 

—Tsk tsk, ¿eres un ladrón? ¿Espías en secreto?

 

—Meoow…

 

—Pequeño, ¿sabes cuántos años tengo? Aunque parezca joven, ya pasé los cuarenta. Sé cuándo y dónde enfadarme. Y no acepto preocupaciones de mocosos.

 

—…¿Nyak?

 

Ries inclinó la cabeza sin querer.

 

Qué raro. Si contaba su vida después de la muerte, tendría varios cientos de años…

 

—Hasta ahí.

 

Sepite, que parecía leerle la mente, lo fulminó con la mirada. Los ojos del muñeco, que deberían ser adorables, brillaban con una extraña intensidad, casi como si destilaran locura…

 

Ries lo comprendió de forma instintiva, si seguía presionando, no habría vuelta atrás. Por el bien de su paz futura, decidió obedecer sin rechistar.

 

Su atención se desvió hacia otro punto.

 

Hacia Justin, que había presenciado toda esta escena desde primera fila.

 

—……

 

No decía nada. No parecía estar en pánico como antes, pero claramente tenía muchas cosas en la cabeza. Parecía estar repasando las palabras de Greus una y otra vez.

 

—Nyak. Meoow.

 

Ries le dio unos golpecitos en la pierna. Como había estado todo el tiempo sobre ella, no fue difícil captar su atención.

 

La mirada roja de Justin se movió lentamente hasta posarse en Ries. Y entonces, como si estuviera hechizado, susurró

 

—Si algo te preocupa… prométeme que me lo dirás.

 

Su voz estaba cargada de ternura. Pero en sus ojos había algo más que preocupación, una emoción más profunda, más íntima.

 

—Dios dijo que no puede dañar a quienes ha bendecido. Así que deberías estar tranquilo. Pero yo… no quiero perder el lugar más cercano a ti sin siquiera saber por qué.

 

Lo que siguió fue una confesión completamente honesta. Su tono era tan sereno que el corazón se estremecía aún más.

 

Su mano enguantada rozó suavemente la oreja de Ries.

 

—…Lo siento. He sido egoísta.

 

Pero lo que realmente dejó huella fue lo que vino después.

 

¿Egoísta?

 

Ries parpadeó, atónita por la declaración. Y justo entonces, desde detrás de él, se oyó un sonoro resoplido.

 

—Muchacho, esa palabra no se usa así. Vuelve a estudiar vocabulario.

 

—……

 

Tenía toda la razón.

 

Ries, viendo a Justin completamente sin palabras, no pudo evitar asentir con entusiasmo.

 

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