El gato está en huelga - Capítulo 95

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¿Una invitación repentina?

 

Una propuesta inesperada. Tal vez pensaba lo mismo, porque los ojos de Justín también se entrecerraron.

 

—Incluso en este preciso instante, la presencia divina se percibe con fuerza en usted, señor felino. Es una prueba clara de que Talasa le ha otorgado una bendición poderosa. Fue, de hecho, la pista decisiva que me permitió descubrir su verdadera identidad…

 

Así fue como se enteró de por qué habían descubierto su secreto.

 

Pero, ¿no era extraño? Ries frunció levemente el puente de la nariz.

 

‘¿Una bendición?’

 

No recordaba haber recibido algo así. Ni siquiera al evocar el día en que comenzaron sus recuerdos en este mundo.

 

Si se ponía a analizarlo, era probable que tuviera relación con el pasado de ese cuerpo. Pero incluso eso era incierto: al fin y al cabo, había ocupado el cuerpo de un gato sin previo aviso, sin saber cómo ni por qué.

 

—¿Es algo malo?

 

—…¿Nya? ¿Miau?

 

Justín, como siempre, lanzó una pregunta extraña. Solo él se atrevería a decir algo así frente a un sumo sacerdote.

 

No sabía cuándo había recibido esa bendición, si es que realmente la tenía…

 

‘Aunque si es una bendición, ¿no debería ser algo bueno?’

 

Justín, como siempre, se preocupaba demasiado.

 

—…Nada en exceso es bueno.

 

Y así, las expectativas de Ries se vieron traicionadas. Su boca triangular, cubierta de suave pelaje blanco, se abrió sin remedio.

 

‘…¿En serio?’

 

Ahora que lo pensaba, Greus tenía una sonrisa amarga en el rostro. Una inquietud sutil comenzó a subirle por la espalda.

 

—El amor excesivo de un dios puede ser veneno para un simple mortal. Lo mismo aplica para los semi-humanos.

 

—……¿Eso quiere decir…?

 

El rostro de Justín había palidecido. Aunque llevaba máscara y ropa que cubrían casi todo su cuerpo, el cambio era evidente incluso en la pequeña porción de piel expuesta.

 

Nadie en esa sala podía ver esa expresión y no entender lo que pasaba por su mente.

 

—No hay razón para que el duque se preocupe. Después de todo, se llama bendición. Los dioses no dañan a quienes han bendecido.

 

Greus habló con tono amable. Gracias a eso, la ansiedad que había subido hasta la barbilla de Ries se calmó un poco.

 

—Sin embargo… comparar la mirada de una criatura con la de un dios es un sinsentido.

 

El corazón volvió a latir con fuerza. Ries cerró la boca que había quedado abierta y solo pudo mirar con ojos desconcertados.

 

‘Este anciano… sabe jugar con las palabras…’

 

¿Será por ser sumo sacerdote? Tal vez era una especie de destino inevitable para quienes alcanzaban altos cargos: esa forma de hablar que nunca iba directo al grano.

 

—…….

 

Justín parecía tener la misma impresión. Su mirada era ambigua. Greus, entonces, adoptó un rostro pensativo.

 

—Creo que hace falta una explicación más clara… Por ejemplo, imagine esto: en un pueblo remoto, vivía una joven amada por los dioses.

 

El inicio era suave, como una brisa. Como si se tratara de una fábula transmitida de boca en boca. Ries se concentró en la historia.

 

—La joven tenía un amante. Se amaban tanto que habrían dado la vida el uno por el otro. Pero pronto comenzó la tragedia. El amante murió en un accidente inesperado.

 

Greus tomó un sorbo de té ya frío y continuó.

 

—La joven lloró durante mucho tiempo. Maldijo su destino, lamentó su final, y al final decidió seguir a su amado en la muerte.

 

Su mirada, que había estado baja, volvió lentamente a su lugar. En sus ojos se reflejaban años imposibles de medir.

 

—El dios se compadeció de ella, pero no le permitió morir. En cambio, quiso liberarla de su dolor.

 

—…….

 

—Así que la acogió con ternura. Para que nunca más sufriera por la tristeza, borró de su memoria la existencia de su amado, le quitó la capacidad de amar, y eliminó todo rastro de él en el mundo.

 

La atmósfera se enfrió de golpe. Ries se estremeció.

 

Podía imaginar el final. Seguramente la joven se levantó y vivió con fuerza. Ya no tenía motivos para sufrir.

 

—La joven ya no sentía dolor, pero había perdido a quien una vez fue todo para ella. Y ni siquiera sabía que lo había perdido.

 

Greus suspiró con ironía.

 

—Así es, generalmente, el amor de los dioses. Su perspectiva es completamente distinta a la nuestra.

 

La joven del cuento perdió a su amado, pero recuperó la felicidad. Así que la afirmación “los dioses no dañan a quienes bendicen” se sostenía.

 

…Pero, ¿de verdad era suficiente con eso? ¿Una vida en la que se pierde algo valioso y se vive sin saberlo… era lo que ella deseaba?

 

Nadie podía responder. Ella ya lo había olvidado todo.

 

—…….

 

Ries tragó saliva. Su cola caída se movía débilmente de lado a lado. Así se sentía él también.

 

Entonces, ahora…

 

‘…¿Estoy en una situación parecida?’

 

Un escalofrío le recorrió la espalda. Sentía que el camino frente a él se había convertido en un campo de espinas.

 

Su pequeño cuerpo de gato mostraba el miedo sin filtros. El pelaje erizado, las orejas hacia los lados, la cola enrollada temblando. Greus lo acarició con suavidad.

 

—Lo que he contado es solo un ejemplo extremo. No podemos asegurar nada aún. Solo puedo percibir la presencia de la bendición en su cuerpo.

 

—…Así que aquella invitación fue por eso.

 

—Sí. Si descubrimos la naturaleza de esa bendición, podría ser de ayuda.

 

Dos pares de ojos se posaron en Ries. No lo presionaban, solo esperaban. Su pequeño corazón, que latía con fuerza, empezó a calmarse.

 

Sí, todo estará bien.

 

Después de todo, el sumo sacerdote lo había dicho: era solo un ejemplo extremo. No había razón para temblar de miedo.

 

Además…

 

—…….

 

Miró de reojo a su dueño. Sus ojos rojos, tranquilos y firmes, reflejaban serenidad.

 

Alguien que se preocupa más por él que él mismo. Si tuviera que describir a Justín en una frase, Ries no dejaría fuera esa expresión.

 

Como él se mantenía sereno, la mente de Ries también se enfrió. Incluso sentía una extraña intuición de que todo saldría bien.

 

—Miau.

 

Así que respondió con fuerza.

 

No le gustaban las aventuras, pero tampoco quería ignorar lo que lo carcomía por dentro.

 

Justín entendió su intención con solo escuchar ese breve maullido. Se volvió hacia Greus y dijo:

 

—Cuando tengamos la fecha, enviaré a alguien.

 

Ni más ni menos. Una respuesta concisa que aceptaba la propuesta. El rostro de Greus se iluminó.

 

Después de eso, intercambiaron algunas palabras más, pero pronto la reunión llegó a su fin.

 

—Debo prepararme con antelación. Espero con ansias el día en que ambos visiten el santuario.

 

Greus dejó una breve despedida y salió del despacho.

 

Ries miró por la ventana. El cielo seguía oscuro, pero si cerraba los ojos y aguzaba el oído, podía oír la lluvia caer suavemente.

 

Al parecer, había pasado bastante tiempo. Estaba tan absorto en la conversación que no lo había notado.

 

…De hecho, aún seguía así. Su mente estaba llena de preguntas. Y una sensación de extrañeza rondaba sin cesar.

 

‘Un dios…’

 

Una figura tan cercana que se menciona constantemente, pero tan lejana que ningún humano puede alcanzar.

 

Cuanto más lo pensaba, más extraño se sentía.

 

Como si en algún momento del pasado hubiera percibido brevemente a esa entidad celestial…

 

—Te bendigo.

 

Zzzzt.

 

Una voz borrosa, como envuelta en niebla, le rozó el oído. Pero al darse cuenta, ese recuerdo ya se había dispersado en mil fragmentos.

 

Y al parpadear…

 

—……¿?

 

La duda que había surgido se desvaneció, dejando solo una huella tenue.

 

Ries parpadeó, aturdido.

 

‘…¿En qué estaba pensando?’

 

Como si hubiera vuelto al punto de partida. A la propuesta del sumo sacerdote, y al cuento de la joven.

 

Una vida en la que se pierde algo valioso, y se vive sin saberlo.

 

Movió sus patas delanteras con inquietud. Una idea fugaz cruzó su mente.

 

…¿Y si yo también he olvidado algo?

 

  ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Después de hablar con el duque, Greus regresó solo a su habitación, donde lo esperaba una visitante poco bienvenida.

 

—¿Has estado despierta todo este tiempo esperándome?

 

—…Sí. Hay algo que necesito preguntarle.

 

Era Diana, que sostenía una pequeña lámpara frente a la puerta. La luz tenue iluminaba su rostro pálido.

 

—Entra, por favor.

 

Ya era tarde para conversar, pero no podía dejarla afuera. Greus la hizo pasar.

 

Al entrar en un lugar más iluminado, el estado de Diana se reveló aún más grave. Los nudillos, apretados con fuerza, estaban pálidos; los labios, mordidos hasta quedar deshilachados; el rostro, demacrado. Antes de que Greus pudiera expresar su preocupación, ella lanzó su pregunta:

 

—¿De qué hablaron usted y el duque?

 

—…Eso me resulta difícil de compartir. Está relacionado con asuntos personales del duque.

 

La pregunta fue directa, y su voz estaba impregnada de ansiedad. Greus suspiró brevemente y se llevó los dedos al entrecejo.

 

‘Lo tomé demasiado a la ligera.’

 

Diana estaba más obsesionada de lo que pensaba con la “cura del duque Laufe”.

 

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