El gato está en huelga - Capítulo 93

El Sumo Sacerdote lanzó la bomba con voz serena.

 

—¿Qué… qué está diciendo? ¿Que no fui yo quien lo curó?

 

—Ya te lo expliqué. Con nuestro poder, jamás podríamos curar la maldición del duque. A lo sumo, podemos contenerla.

 

Diana palideció. Los otros sacerdotes guardaban silencio, con los ojos muy abiertos. Por sus rostros, era evidente que no sabían nada de esto.

 

Ries observaba en silencio. La palabra “jamás” le llamó la atención…

 

—…¡!

 

Antes de poder pensar más, cruzó miradas con el Sumo Sacerdote.

 

Una mirada cálida, sin rastro de malicia. Pero por eso mismo, más inquietante. Como si le hubieran leído el alma.

 

Y entonces lo entendió.

 

‘Lo sabe.’

 

Lo había sospechado. Aunque su tono era amable, las palabras de Diana eran peligrosas.

 

El Sumo Sacerdote lo había escuchado todo. No la detuvo. Ries pensó que era por afecto… pero no. Solo observaba.

 

Como un espectador viendo una obra. Escuchó las afirmaciones de Diana, vio las reacciones de Justin… y finalmente comprendió quién había curado la maldición.

 

Por suerte, el cruce de miradas fue breve. Justin lo cubrió, y Diana interrumpió justo a tiempo.

 

—Puede que usted no pueda, pero yo sí. ¡Solo yo! Si no fui yo… ¿entonces quién?

 

Su voz era aguda, como si hubieran tocado su punto débil.

 

—Basta.

 

—…¡!

 

La voz del Sumo Sacerdote tenía una leve firmeza. Diana se quedó rígida, como una muñeca rota.

 

—¿Sabes cuántas veces has sido irrespetuosa esta noche?

 

—Su-Sumo Sacerdote, yo…

 

—Si quieres que retire todo lo que te he dado, adelante. No te detendré.

 

No era una amenaza directa, pero bastó. Diana, que parecía lista para seguir discutiendo, se quedó en silencio.

 

Ries lo observó, confundido.

 

La relación entre ellos era compleja. El Sumo Sacerdote no parecía tenerle afecto. Pero…

 

‘Eso fue hostilidad.’

 

Recordó cómo Diana gritaba. “Yo soy diferente”, “Solo yo puedo”. Había desprecio en sus palabras.

 

Pero al oír “oportunidad”, se quedó quieta. El que tenía el control era él.

 

La confusión se disipó. Lo que sentía ahora era molestia.

 

‘Si iba a detenerla, ¿por qué no antes?’

 

¿Por qué dejar que ensuciara los oídos de su amo? Ries estaba irritado.

 

¿Estaba ocupado analizando la situación? No le importaba.

 

Su mirada felina, cargada de reproche, se clavó en el Sumo Sacerdote. Él lo notó, giró la cabeza, y volvieron a cruzar miradas.

 

Esta vez, la dinámica era distinta. El Sumo Sacerdote tragó saliva ante la mirada del gato.

 

Respiró hondo y se dirigió a Justin.

 

—Lamento que esta cena haya sido arruinada, señor duque.

 

—No hay problema.

 

Justin no parecía molesto. Su tono era tranquilo, como si no le afectara en absoluto.

 

Parecía que prestaría más atención a una piedra en el camino.

 

El Sumo Sacerdote sonrió con amargura. Esa indiferencia era la misma de siempre.

 

Solo había cambiado una cosa…

 

Su mirada volvió al gato en el regazo del duque.

 

Antes, Justin solo podía sobrevivir desconectándose del mundo. Pero ahora… tenía algo que quería proteger.

 

—No. La culpa también es mía por no detenerla a tiempo. Cuando regrese al templo, me encargaré de aclararlo oficialmente.

 

Se inclinó con respeto. Los sacerdotes a su lado se sorprendieron. Se oyó cómo tragaban saliva.

 

Pero lo importante vino después.

 

—Y… si no es molestia, quisiera pedirle algo. ¿Podría concederme unos minutos después de la cena?

 

—…

 

Justin parpadeó varias veces. No lo esperaba. El Sumo Sacerdote añadió

 

—Puede venir con su gato. Nunca había visto uno tan inteligente y adorable. No puedo evitar mirarlo.

 

—Está bien.

 

Demasiado rápido.

 

Ries, que escuchaba todo desde abajo, se quedó perplejo.

 

Desvió la mirada hacia su amo. Justin tenía los ojos visiblemente más suaves.

 

‘No me digas… ¿solo por elogiar al gato?’

 

…Prefiero creer que no.

 

Mientras Ries se debatía, la conversación terminó en paz.

 

Pero el ambiente no se relajó.

 

Justin hablaba poco. El Sumo Sacerdote, por su edad, tampoco iniciaba temas con facilidad.

 

Los tres sacerdotes parecían a punto de enfermar. Diana, que antes lideraba la conversación, no había dicho una palabra desde que fue reprendida.

 

—…

 

Sus puños temblaban. La sangre se filtraba por debajo de sus uñas, pero ella apretaba más.

 

La atmósfera, las miradas de decepción, todo la señalaba como culpable.

 

Este lugar… era su pesadilla.

 

 ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

La cena terminó en un silencio incómodo. Asfixiante.

 

‘Si no fuera por el gato, me habría ido.’

 

Comer en ese ambiente… imposible.

 

Pensó en los tres sacerdotes. Al final, sus rostros estaban tan pálidos como fantasmas. Seguro que se indigestaron.

 

Y luego pensó en Diana. Su rostro estaba igual de apagado.

 

No sabía exactamente qué buscaba, pero estaba claro que había fracasado.

 

‘Qué pena no haberla golpeado…’

 

No hubo oportunidad. Pero la próxima vez, no se escapará.

 

Por ahora, debía concentrarse en el Sumo Sacerdote.

 

Justin cumplió su palabra. Después de la cena, llevó a Greus a su despacho.

 

—Gracias.

 

Le ofreció una taza de té. El vapor se elevaba suavemente.

 

La noche era tan tranquila como el salón que habían dejado atrás. Greus miró las estrellas como si las contara.

 

Había oído que el clima aquí era cambiante. Pero hoy, el cielo estaba despejado.

 

…Aunque lo que más le impresionó fue otra cosa.

 

Sus ojos recorrieron el despacho. Un escritorio de madera, documentos ordenados, estanterías llenas…

 

Pero también había cosas que no encajaban.

 

Una caja llena de peluches, una caña de pescar brillante, cojines bordados con diseños adorables, una manta con bordados, y un peluche de pez en medio de la cama.

 

Greus lo observó todo y dijo

 

—Es un lugar cálido.

 

—…

 

Justin no respondió, pero sus ojos se suavizaron. Le gustó el comentario.

 

Greus continuó

 

—Permítame disculparme de nuevo.

 

—Ya lo hizo.

 

—No. Esta vez, por la falta de respeto de la sacerdotisa Diana. Ella está bajo mi responsabilidad.

 

Ambos lo miraron. Greus parecía recordar momentos lejanos.

 

—Diana tiene un poder espiritual comparable al mío. Pero… su alma está herida. Antes de llegar al templo, sufrió mucho.

 

—…

 

—No intento justificarla. Solo espero que no la odie demasiado. Ha trabajado duro en el tratamiento.

 

Greus bebió un sorbo de té. El aroma era suave, pero el silencio que siguió fue amargo.

 

—Por eso el Sumo Sacerdote no es elegido por quien tiene más poder. La cantidad de energía no refleja el amor de Dios. Yo también… tengo poder, pero no soy perfecto.

 

Su voz sonaba a arrepentimiento.

 

Sus ojos, que miraban lejos, se volvieron hacia Justin.

 

—¿Recuerda cuando nos conocimos?

 

Pasó el dedo por el borde de la taza. Justin recordó vagamente.

 

Un rostro con menos arrugas. Pero nada más.

 

—No lo recuerdo bien.

 

No sabía cuántos años tenía, ni qué hablaron, ni cómo lo miró.

 

Greus sonrió con tristeza.

 

—Me alegra que ahora tenga algo valioso.

 

Ambos miraron hacia abajo. Ries se estremeció.

 

Estaba escuchando con atención, y de repente… toda la atención estaba en él. ¿Huir? Ya había estado en el regazo de Justin bastante tiempo.

 

Calculaba la distancia hasta la cama cuando…

 

—Si no le molesta, ¿puedo ver su mano?

 

—Ah, me refería a la mano sin guante.

 

 Greus lo dijo con naturalidad.

 

No podía ignorarlo. Ries se quedó donde estaba, sentado sobre el muslo de Justin.