El gato está en huelga - Capítulo 87
—Vaya, qué entusiasmo.
Aunque nadie entendió ese comentario, el acuerdo se cerró sin problemas.
Justin, que parecía debatirse internamente, finalmente se ofreció a traer el muñeco.
—Aquí está.
Lo que trajo fue una caja fuerte. Una tan robusta que podría caer desde lo alto del castillo sin sufrir un rasguño.
—Mi ancestro dijo que podría causar alboroto al despertar. Pensé que esto sería lo más efectivo.
Efectivo… sí, lo era. Ries miró la caja con recelo. No parecía que pudiera romperse desde dentro.
Pronto, tres personas y un pez de peluche se reunieron frente a la caja.
Justin, al frente, aún tenía los ojos llenos de preocupación. No había renunciado del todo a la idea de detenerlo.
—¿Estás seguro?
—Sí. Completamente.
Ries asintió con firmeza. Justin, resignado, se preparó para abrir la caja.
Al abrir la puerta, todos contuvieron el aliento. Algunos tensos, otros decididos, otros aterrados.
Una figura negra salió disparada. Tan rápido que parecía romper el aire.
Pero Justin estaba listo. Lo atrapó con una mano antes de que pudiera escapar.
—…¡…!
El muñeco emitía sonidos inhumanos, imposibles de describir.
—Lo sabía. No tiene ni un gramo de paciencia.
Sepite chasqueó la lengua. Solo entonces Ries pudo ver bien lo que Justin sostenía.
Era el muñeco de papa donde habían sellado a Edler. Pero ahora estaba completamente negro.
‘Es la maldición.’
Sepite tenía razón. Al obtener forma física, la maldad de Edler había reaccionado con la maldición de Justin.
Tal vez por el esfuerzo del sello, o por haber gastado su energía, Edler ya no imponía tanto como antes.
Parecía que ese ataque fue su último intento. El muñeco se desplomó.
Pero aún podía hablar.
—Tú… tú mataste a mi esposa… tú destruiste mi familia… tú me lo arrebataste todo…
Risas escalofriantes, jadeos, temblores. El muñeco murmuraba
—Tú tampoco mereces ser feliz… no puedes serlo…
A veces temblaba, a veces decía que tenía frío. Como si su mente se deshiciera.
Sepite observó en silencio y concluyó
—Está siendo afectado por la maldición.
—¿La maldición?
—La que habita en tu cuerpo. Su odio es tan profundo que ni un espíritu como Edler puede soportarlo. Está sufriendo. Qué pena.
Ya no valía la pena temerle. Sepite miró a Justin con indiferencia.
—¿Quieres decirle algo?
Una cortesía, por ser pariente. Pero alguien no estaba dispuesto a aceptarlo.
Ries.
—¿Decirle algo? ¡A ese pedazo de basura no le diría ni una palabra! Déjame callarlo de una vez, Justin.
Estaba tan furioso que sus puños temblaban.
Solo compartir espacio con él era repugnante. Debería haberle tapado los oídos a Justin.
Cuando iba a actuar, Justin lo detuvo.
—¿Justin?
—Quiero decirle algo.
—…Está bien.
Ries se calmó. Si Justin lo deseaba, no podía negarse.
Aunque dudaba. ¿Le diría algo amable por ser su padre?
—Padre.
Su voz era suave. Cálida.
—Ahora tengo a alguien que me importa.
—…¡…!
—Gracias a él, estoy aprendiendo lo que significa ser feliz.
Parecía una despedida ideal. En una familia normal, el padre se alegraría.
Pero su relación estaba rota desde hacía mucho.
—Espero que veas, desde el infierno, cómo logro lo que tú nunca pudiste.
Era una provocación directa. “Tú fracasaste. Yo no.”
Ries quería aplaudir. Y se arrepintió de haber dudado de Justin.
—¡Justiiiiiin!
El efecto fue inmediato. Edler, que apenas murmuraba, gritó como un alma en pena.
—¡Justin, maldito Justin! ¡Te maldigo! ¡Hasta que mi alma se extinga…!
Se retorcía, gritaba, pero fue interrumpido por el puño de Ries.
—¿Ya está?
Justin también le dio su golpe. No había razón para seguir escuchando.
Pero…
—Espera.
—¿Otra vez?
Ries frunció el ceño. Justin sacó un pañuelo.
—No quiero que te lastimes.
—…
Ries se quedó sin palabras. El gesto era tan delicado que le hizo cosquillas en el corazón.
Sintió el calor de Justin en su mano. Lo acarició con el pulgar.
‘Ni siquiera golpeé fuerte.’
Había usado menos fuerza que cuando era gato. Pero sentirse cuidado… no estaba mal.
Ignorando el corazón acelerado, Ries se adelantó.
—¿Terminaste de hablar?
Y luego, otro puñetazo. Edler se aplastó como una papa cocida.
Después, todo fue fácil. Lo golpeó sin resistencia.
Era pequeño, no se quejaba. No daba lástima. Lo merecía.
Y la niebla negra que lo rodeaba comenzó a disiparse.
La maldición se estaba rompiendo. Ries apretó el puño con más fuerza.
—Gulp.
Sepite lo miraba con horror. Estar atrapado en un muñeco hacía que esa escena fuera incómoda.
Se escondió detrás de Ketir.
Finalmente…
—Hil…rein…
El muñeco murmuró un nombre. Y luego, desapareció como una vela apagada.
El muñeco se deshizo. Se convirtió en cenizas.
—…
Ni rastro quedó.
Así termina un espíritu maligno. Ketir, aún en shock, preguntó
—¿Se acabó?
—Sí. Creo que sí.
Según Sepite, los espíritus como Edler están hechos solo de odio. Al purificarlo, desaparecen.
No van al más allá. Se extinguen.
Si eso cuenta como una muerte… entonces Ries había matado a alguien.
Pero no se sentía mal. Alguien debía juzgarlo. Y fue él.
Además, Edler se lo había buscado.
‘Justin está bien.’
Y lo más importante, su rostro mostraba alivio. Como si por fin se hubiera liberado.
Eso bastaba.
La incomodidad se desvaneció. Tal vez por ver a Justin bien. Pero también por…
—Justin.
Ries lo miró con determinación.
Tal vez estaba conmovido por haber cerrado un ciclo. Miraba a Justin como si estuviera hipnotizado.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo agarró de la mano.
Más bien, del guante.
Metió los dedos por dentro. Justin se estremeció.
Pero nadie lo detuvo. Ries, como un héroe, le quitó el guante.
El cuero negro cayó al suelo.
Y la mano de Justin quedó al descubierto.
—¡Señor duque, su mano…!
Las venas negras habían desaparecido. Estaba limpia.
Ketir, que se acercaba poco a poco, abrió la boca de asombro.
Y Justin… solo parpadeaba, sin entender.
Ries, en cambio, estaba eufórico.
—¡Lo ves! ¡Tu mano está limpia! ¡La maldición se rompió! ¡Tenía razón! ¡Ya no necesitas guantes, Justin!
Su voz rebosaba de emoción. Sus pies no paraban quietos.
Era como ver a un gato saltando de alegría.
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Hola muchas gracias a todos por leer en Newcat ♥