El gato está en huelga - Capítulo 85

—Ese tipo ni me daba de comer, me maltrataba, y solo me usaba para sus jueguitos amorosos. Me harté y escapé. Después estuve vagando por las calles… hasta que te conocí, Justin.

 

—…

 

—Me gustó cómo tratabas incluso a un gato callejero que no conocías. Por eso te seguí… y bueno, fingí estar enfermo un poco, porque quería quedarme contigo.

 

Confesarlo ahora le daba algo de vergüenza, pero comparado con otras humillaciones pasadas, no era gran cosa. Lo superó sin dificultad.

 

—Me enteré de que era un felino transformista después. ¿Sabes qué pensé la primera vez que me convertí en humano?

 

Ries frunció la nariz. No hacía falta preguntar: Justin lo miraba esperando la respuesta.

 

—“Quiero seguir estando contigo. Ojalá mi amo no me vea como un extraño.” Sí… tenía miedo de que me alejaras.

 

—Yo no haría eso.

 

—Ahora ya lo sé.

 

La respuesta fue tan rápida que casi hizo reír. Pero solo podía asentir con tranquilidad porque ya conocía el desenlace.

 

Aunque haya confianza, aunque se haya compartido tiempo, aunque se tenga la certeza de que no será abandonado… dar ese paso siempre da miedo.

 

Ries respiró hondo.

 

Mostrar lo que sentía sin filtros le daba calor en las mejillas. Pero era necesario. Había evitado ese paso por demasiado tiempo. Ahora le tocaba a él extender la mano primero.

 

—¿Y tú, Justin?

 

Justin, que escuchaba con atención, parpadeó sin reaccionar. Luego, sus ojos se iluminaron con comprensión.

 

Su gato, su compañero, le estaba dando espacio para compartir su propia historia. Le estaba quitando el peso de encima.

 

Los ojos grises de Ries lo miraban con calma. Si no quería hablar, no tenía que hacerlo. Le estaba dando la elección.

 

Una sonrisa suave se dibujó bajo la máscara. La duda se disipó. El valor se acumuló.

 

Justin por fin habló del inicio de su vida.

 

—Yo nací… no, fui maldito desde el vientre de mi madre. Por eso, dicen que su salud se deterioró mucho.

 

Sonaba como si lo hubiera oído de otros. Ries intuyó el final.

 

—Cuando nací, ella murió. Desde entonces, me trataron como el niño que devoró a su madre. Por eso, mi relación con mi padre nunca fue buena.

 

—¡Eso no es relación mala, eso es abuso!

 

—…Sí. Supongo que lo fue.

 

Ries, que había escuchado en silencio, estalló de repente. Recordó el desván que habían visitado juntos.

 

Pero Justin parecía contento. Sus ojos se curvaban levemente. ¿Qué le hacía sonreír así?

 

Ries lo miró con ojos de gato enfadado… pero se le pasó rápido.

 

—No recuerdo mucho de mi infancia. La maldición, los rumores… todos me miraban con odio. Tal vez por eso no quise guardar recuerdos.

 

Su infancia, marcada por el rechazo, dolía. Justin hablaba con una calma que solo se logra después de mucho dolor.

 

—Un día, mi padre murió en un accidente de carruaje. Poco después, empezaron a decir que yo lo había matado. Y lo peor… no podía negarlo.

 

—¿Por qué?

 

—No había nadie que me creyera. Y en el fondo… pensaba que era cierto. Maté a mi madre, convertí a mi padre en un monstruo. Tal vez su desgracia también fue culpa mía.

 

Su voz se apagaba. Ya no era solo relato: había dolor.

 

Ries iba a protestar, pero Justin le acarició la cabeza. Lo había hecho muchas veces antes.

 

‘Pero entonces era un gato.’

 

Ahora era humano.

 

Aunque no fuera intencional, esa caricia lo hacía sentir como una mascota. Su orgullo humano se revolvía.

 

Pero no dijo nada. Ver cómo Justin se calmaba con ese gesto le quitaba las ganas de apartarse.

 

Así que se dejó acariciar. Y pronto, se sintió cálido y somnoliento.

 

—Gracias a ti, ahora sé que no fue así. No tienes que enfadarte por mí.

 

—Mmm. Sigue.

 

—Bien.

 

Lo que siguió, Ries ya lo sabía en parte.

 

Justin heredó el título de duque, dejó la gestión a su tío Averitt, y se fue a la capital. Recibió tratamiento en el templo, pero sin mucho entusiasmo.

 

—Vivía en un mundo en blanco y negro. Hasta que… te conocí, Ries.

 

La caricia cesó. Justin tomó su mano. Ries sintió un leve temblor.

 

—…

 

—…¿Hm?

 

Y llegó el silencio.

 

Pensó que seguiría hablando, pero Justin se quedó callado. No parecía querer evitar el tema, sino estar sumido en sus pensamientos.

 

Después de un largo rato, habló.

 

—Tal vez me parezco a mi padre. Por algo dicen que la sangre no miente.

 

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?

 

Ries se molestó. Le apretó la mano con fuerza.

 

—Mi padre no me odiaba solo por la maldición. Me odiaba porque creía que maté a mi madre.

 

—…

 

—La amaba profundamente. Su historia de amor era famosa entre los nobles. Y yo… le arrebaté a la mujer que más amaba. No podía perdonarme.

 

—Pero…

 

No podía aceptarlo. Asentir sería justificar el dolor que Justin había sufrido.

 

Pero entonces, Justin dijo

 

—Yo también lo haría. Si alguien te arrebatara de mí, me quedaría en este mundo solo para vengarme.

 

Ries se quedó sin palabras. Bajó la cabeza. Su respiración se detuvo.

 

¿Las palabras podían pesar tanto? Esa frase lo empapó, lo hundió, lo dejó temblando.

 

Su mirada se perdía. Su corazón latía tan fuerte que parecía que iba a salirse.

 

‘Tengo que decir algo.’

 

Pero no sabía qué.

 

¿Decir “yo también”? No podía igualar ese sentimiento. ¿Negarlo? Tampoco. ¿Preguntar por qué lo quería tanto?

 

Se mordió los labios. Tenía la garganta seca.

 

Pero antes de que pudiera hablar, Justin lo hizo.

 

—…Lo siento. Te hice sentir incómodo.

 

—¡No!

 

No podía dejar que pensara eso. Negó con fuerza.

 

Sí, era abrumador. Sí, su corazón dolía. Pero no era culpa de Justin.

 

Justin sonrió. Como cuando lo acariciaba. Esta vez, presionó suavemente entre sus cejas.

 

—Tu cara se parece mucho a la que ponías cuando eras gato.

 

Parecía feliz. Ries, con las mejillas rojas, no pudo evitar gritar.

 

—¡¿Por qué hablas así desde hace rato…?!

 

—Solo te lo digo a ti. Pero si no te gusta, lo dejaré.

 

—¡No! ¡No dije que no me gustara!

 

Una contradicción total. Lo sabía, pero no podía pensar con claridad.

 

Así que cambió de tema.

 

—¡Mi… mi peluche! ¿Dónde está?

 

Buena elección. Pero la respuesta lo sorprendió.

 

—Mmm.

 

Justin parecía incómodo. Ries se preocupó.

 

‘¿Falló?’

 

¿Lo habían perdido? ¿Era demasiado tarde? Pero Justin se apresuró a explicar.

 

—Perdón. Estaba buscando cómo decirlo… Está con Ketir.

 

—¿Con Ketir?

 

Un humano nervioso y un peluche poseído. Qué combinación.

 

¿Por qué? ¿Y qué quería decir con “buscar cómo decirlo”? La respuesta llegó pronto.

 

—Está muy sucio. Hay que lavarlo… bueno, bañarlo. Yo quería quedarme contigo, así que le pedí a Ketir que se encargara.

 

Ah, eso.

 

Recordó cómo Sepite había volado por todos lados, cubierto de polvo.

 

Ya había pensado en enviarlo a la lavandería. Ketir se adelantó.

 

Pero…

 

—¿Bañarlo?

 

La palabra era extraña. Como si supiera que había un alma dentro.

 

—Ah.

 

Ya lo entendía.

 

Mientras él estaba inconsciente… Justin había descubierto la verdad sobre Sepite.