El gato está en huelga - Capítulo 82

—No… no tengo palabras…

 

Un viejo vasallo bajó la cabeza con expresión avergonzada.

 

Los demás no eran distintos. Incluso aquel que hasta el día anterior mantenía el cuello erguido con orgullo, ahora lo tenía hundido.

 

La razón por la que todos estaban reunidos era clara, revelar los crímenes del conde Averitt y decidir su castigo.

 

Al menos, ese era el pretexto oficial. Pero los vasallos convocados no eran tan ingenuos como para no entender el verdadero propósito.

 

‘Seguro que quiere ver si hay más cómplices entre nosotros.’

 

Antes de la reunión, ya se había corrido el rumor de que varios colaboradores del conde habían sido arrestados.

 

‘Idiotas… ¿cómo se les ocurre robar los fondos de la familia? No sé si eran valientes o estúpidos.’

 

Se decía que el monto era considerable. Algunos sospechaban que algo se tramaba, pero nadie imaginó que estallaría en semejante escándalo.

 

Optaron por mirar hacia otro lado. Su ignorancia y arrogancia los llevaron a esta situación.

 

—…

 

—…

 

—…

 

El silencio era tan pesado que dolía en las piernas. Pero más que eso, lo que los aplastaba era la mirada del duque. Sus ojos rojos, imposibles de leer, daban la impresión de que la guadaña de la muerte pendía sobre sus cabezas.

 

‘Si le caes mal, estás acabado.’

 

‘Menos mal que me quedé callado en la última reunión.’

 

‘Maldita sea… ¿por qué defendí al conde ese día?’

 

Cinco vasallos habían sido arrestados, pero la investigación no había terminado. Los que habían sido cercanos a Averitt sudaban frío.

 

Eran inocentes. Incluso si los investigaban a fondo, no se les podría acusar de desviar fondos.

 

Pero el problema era la investigación en sí. ¿Y si el duque decidía investigarlos?

 

Por muy limpio que uno sea, si se busca con suficiente empeño, siempre se encuentra algo.

 

Aunque no fuera tan grave como el desfalco, podrían descubrir “otras cosas”.

 

Y entonces, perderían dinero, tiempo, reputación… incluso podrían acabar en juicios si sus contratos como vasallos se veían comprometidos.

 

Una posibilidad desagradable. Horrible, incluso. Todos tragaban saliva sin parar.

 

Pero mientras los vasallos se angustiaban, Justin tenía la mente en otra parte.

 

Como siempre, indiferente a lo que los demás pensaban de él, no tenía intención de usar el pasado para castigar a nadie.

 

Solo quería una cosa, terminar con el asunto de Averitt y volver con Ries.

 

‘Me ayudó. Debo lograr resultados que estén a la altura.’

 

Al pensar en sus ojos redondos y brillantes, no pudo evitar que su expresión se suavizara.

 

Los vasallos, creyendo que era una muestra de clemencia, suspiraron aliviados.

 

Pero…

 

—…¡!

 

Justin se levantó de golpe, haciendo que todos se tensaran de nuevo.

 

¡Crash! La silla cayó con estrépito, pero nadie se atrevió a decir nada. Al ver la furia ardiendo bajo sus ojos rojos, todos perdieron el habla.

 

Ni siquiera tuvieron oportunidad de preguntar qué ocurría.

 

—Se-señor… ¿qué sucede…?

 

Justin, con rostro sombrío, salió de la sala sin decir una palabra.

 

El anfitrión de la reunión se había ido. Todos se quedaron mirando, desconcertados.

 

—¡Señor! ¡Noticias urgentes!

 

Un caballero irrumpió sin siquiera tocar la puerta.

 

Su rostro pálido indicaba que traía malas noticias. Pero el destinatario ya no estaba.

 

Al ver el asiento vacío, el caballero se puso aún más pálido. Un vasallo cercano lo tranquilizó.

 

—Ejem… el señor tuvo que ausentarse por un asunto urgente. Puedes contárnoslo. Se lo transmitiremos.

 

Su tono era amable, pero esa amabilidad se desvaneció pronto.

 

—¡El conde Averitt ha escapado de la celda! Varios prisioneros y guardias están gravemente heridos. ¡Hay que organizar una búsqueda inmediata!

 

La noticia era más grave de lo que nadie había imaginado.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Justin cruzaba la mansión a toda velocidad. No dudaba ni un paso.

 

‘La conexión se rompió.’

 

Poco después de conocer a Ries, cuando casi se perdió dentro de la casa, Justin había tomado precauciones.

 

Había infundido su aura en la campanita del collar de Ries.

 

Gracias a eso, podía sentir su ubicación, siempre que no estuviera demasiado lejos.

 

Pero ahora… esa energía se había cortado como con tijeras. La campanita se había roto.

 

Al darse cuenta, sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. No podía quedarse quieto.

 

Tenía que asegurarse de que Ries estuviera bien. Los tres escoltas que había asignado ya no importaban.

 

Aunque la energía se había cortado, intuía dónde estaba.

 

El despacho. El lugar donde lo había dejado, confiando en que estaría seguro.

 

Por primera vez en su vida, Justin corría sin aliento. Pronto llegó a su destino. La sensación de peligro le quemaba la piel.

 

Abrió la puerta.

 

Y lo que vio fue la espalda de Averitt, quien debería estar en la celda… y un rostro que, aunque solo había visto una vez, no podía olvidar.

 

Ojos como estrellas, cabello del color que más amaba… solo fue un instante, pero lo atrapó.

 

Una muñeca blanca, una mano que lo sujetaba con violencia. Al ver eso, los ojos de Justin ardieron.

 

Sin pensar, empuñó su espada y la blandió. La hoja cortó el aire sin hacer ruido y cercenó la mano de Averitt.

 

‘Escapó sin permiso. Este castigo es justo.’

 

Se justificó después de ver la mano caer al suelo. Pero esa justificación no duró.

 

El aire cambió. Todo se concentraba en un punto: Ries.

 

Era el proceso de separar el alma de Edler del cuerpo de Averitt. Pero Justin, que no podía ver espíritus, solo sentía una diferencia sutil.

 

Una energía ominosa, como si enfrentara a un enemigo ancestral. Pero también… algo misterioso, como un sueño.

 

Cuando Averitt cayó como un muñeco roto, esa sensación desapareció. Todo había ocurrido en menos de diez segundos.

 

Justin se recompuso.

 

Tenía muchas preguntas, pero primero debía asegurarse de que Ries estuviera bien. Y luego… disculparse por haberlo puesto en peligro.

 

—…¡!

 

Pero cuando lo miró, su mente se quedó en blanco.

 

El cuerpo de Averitt, que lo había cubierto, había caído. Y frente a él… estaba el cuerpo desnudo de Ries.

 

Sus ojos giraban. Su boca, que iba a pedir perdón, no emitía sonido. Bajó la cabeza, pero sus orejas se asomaban, rojas como tomates.

 

—Ah…

 

Lo despertó un suspiro. Débil, como si fuera a apagarse.

 

Al ver su cuerpo tambaleante, un rayo cruzó su mente.

 

‘Maldita sea.’

 

Recuperó la compostura. No era momento para eso.

 

Tomó una manta del despacho, cubrió a Ries y lo sostuvo.

 

—¿Jus…tin…?

 

—Sí.

 

Ries parpadeó y murmuró su nombre. En su voz había confusión y duda.

 

Justin comprendió que debía explicarle muchas cosas.

 

Cómo lo había encontrado, desde cuándo lo sabía… por qué no se lo había dicho antes. Y lo haría. Estaba decidido.

 

Tal vez había deseado este momento durante mucho tiempo.

 

Primero, debía llevarlo a otro lugar. Vestirlo con ropa cálida, sentarlo frente a la chimenea, dejar que se relajara. Luego, cuando se recuperara, hablarían.

 

Pero ese plan se desmoronó antes de empezar.

 

—¿Ries…?

 

Su cuerpo se desplomó. Si Justin no lo hubiera sostenido con fuerza, habría caído.

 

¡Thump! Su corazón se hundió. El latido retumbaba en sus oídos. Su respiración se aceleró. Se quedó quieto, sosteniéndolo.

 

Ojos cerrados, respiración débil, cuerpo sin fuerza… todo su ser se enfocó en eso.

 

‘No… no…’

 

No sabía qué estaba mal. Solo repetía esa frase como un mantra. Algo dentro de él ardía.

 

—Oye.

 

—No… Ries, yo…

 

—Ay… de verdad que eres un caso.

 

Cuando su visión se nublaba…

 

¡Paf! Algo lo golpeó en la mejilla y cayó al suelo.

 

—Ah…

 

Miró hacia abajo. Su mente se aclaró.

 

Ojos redondos, rostro adorable, cuerpo relleno de algodón. Era el peluche que le había regalado a Ries.