El gato está en huelga - Capítulo 71

Esas voces empezaban a surgir.

Y no solo mejoraban la imagen de Justin, sino que empezaban a compararlo con Averitt. Cuando oyó eso, quiso arrastrar al responsable y patearlo.

‘¡Malagradecidos!’

Les dio trabajo, dinero, estabilidad. ¿Y así se lo pagaban?

La grieta ya estaba abierta. Averitt decidió no taparla, sino eliminar su causa.

‘Fácil.’

Si el espíritu dejaba de ser de Justin y pasaba a ser de la mansión Laufe, el vínculo se diluiría.

Con el pretexto del entrenamiento, los separaría. Con el tiempo, la idea de que el espíritu había elegido a Justin se desvanecería. Y si la opinión pública mejoraba, él la manipularía.

La gente era así. Cambiaban de bando, difundían rumores, se dejaban influenciar. Bastaba con presionar un poco al mayordomo para que empezaran a despreciar a Justin.

Los ignorantes del ducado seguirían el ejemplo. Dirían que Justin, maldito, no tenía capacidad para liderar.

‘Perfecto.’

Solo tenía que aprovechar la oportunidad.

Todo iba a su favor. Los aliados que había contactado previamente hacían su trabajo.

Incluso los que dudaban empezaban a cambiar de opinión.

Era evidente que la criatura podía beneficiar a la mansión. No perdían nada con intentarlo. Esa idea los hacía vacilar.

‘Ya está.’

Averitt saboreaba la victoria.

Pero entonces…

—Mi opinión es distinta.

Alguien se opuso. Averitt frunció el ceño y giró la cabeza.

—¿El Barón Embio?

Al ver quién era, se quedó pálido.

Paulen Embio. Cabeza de la familia Embio, leal a los Laufe. Gracias a su talento comercial, había convertido la compañía Crystal en una de las tres más grandes del imperio.

Su inteligencia, influencia y riqueza le daban un peso imposible de ignorar.

Hasta ahora había sido neutral, así que Averitt no lo había considerado. Pero su regla de oro acababa de romperse.

Embio se ajustó las gafas y continuó. Su voz era fría, casi indiferente.

—He viajado por el continente por negocios. He recopilado bastante información sobre criaturas sagradas. Algunos registros son… interesantes.

—¿Interesantes?

—Sí. Hay casos donde, al ofender a la criatura, la persona y toda su familia fueron exterminadas.

—…

Todos se estremecieron. Algunos miraron instintivamente hacia abajo.

—Parece que tiene un vínculo fuerte con el duque. Si lo separan a la fuerza, solo provocarán su ira. Especialmente usted, conde Averitt…

Embio entrecerró los ojos y lo examinó.

—Ya se ha ganado su odio, ¿no? He oído cosas curiosas desde que llegué.

—E-eso…

Averitt tembló. Su rostro pasó de blanco a azul.

—…Quizás es demasiado pronto para discutir esto.

Embio era calculador y preciso.

Averitt no dudó de sus palabras y retrocedió. Por muy codicioso que fuera, no quería arriesgarse a perder su linaje.

Mientras tanto, la “criatura” (en realidad un ser con forma humana) pensaba

‘¿Qué? Qué miedo…’

¿Exterminar familias por enojo? Tal vez las criaturas eran más aterradoras de lo que pensaba.

Pero esa idea no duró. Había algo más preocupante.

Miró a Justin. Aunque parecía tranquilo, Ries notó que estaba más pálido que nunca.

‘Me equivoqué.’

Subestimó la codicia de los humanos. Casi lo pone en peligro.

Los vasallos representaban la opinión de la mansión Laufe.

Justin, sin poder real, no podía ignorarlos. Sin Embio, todo habría salido mal.

Ries sintió culpa.

‘No puedo quedarme quieto.’

Había venido para ayudar a Justin. Para identificar a los que querían hacerle daño.

Tenía que hacer algo. Se subió a su muslo.

Luego asomó la cabeza sobre la mesa. Los vasallos, enfrascados en su discusión, no lo notaron… o eso pensaba.

—¡!

Se cruzó la mirada con Embio.

Fue breve, pero intensa.

Sus ojos verde claro no mostraban codicia, sino curiosidad. Como si quisiera entenderlo.

Era peculiar.

Lo bueno, no tenía rastros de la maldición. No parecía querer perjudicar a Justin.

Ries siguió observando a los demás. La reunión continuaba.

—Pasemos al último punto.

Un vasallo joven, tratando de ocultar su cansancio, habló.

—El duque ha propuesto retirar el título de regente que ostenta el conde Averitt.

El silencio llenó la sala. Pero pronto, alguien habló con voz insegura.

—El duque sigue afectado por la maldición. ¿Y si su salud empeora? Necesitamos alguien para emergencias.

—Pero el regente solo actúa cuando el duque está ausente. Si ha regresado, ¿no es lógico retirarlo?

—¿Puede garantizar que no volverá a ausentarse?

—¿Está deseando que le pase algo?

—No tergiverse mis palabras. Solo planteo posibilidades. La maldición no se controla. Podría empeorar en cualquier momento.

—¡Cuidado con lo que dice!

Era un caos. Los que apoyaban la retirada y los que se oponían discutían acaloradamente.

Ries, en medio del tumulto, observaba con atención. Identificaba a los leales y a los traidores, memorizando sus rostros y posiciones.