El gato está en huelga - Capítulo 68

—¡Oh, Diana! ¡Has regresado!

 

—Sí, acabo de terminar una misión.

 

—Diana, de verdad… No hay otra sacerdotisa tan dedicada como usted. Es importante compartir las bendiciones de la diosa, claro, pero lo más importante es su salud. Está tan pálida y delgada… Me preocupa que se esfuerce demasiado y se desmaye.

 

—Jeje, no diga eso. ¿Qué puede ser más acorde con la voluntad divina que extender la mano a los fieles necesitados? También cuido mi salud, así que no se preocupe.

 

—Ah, que Thalassa la proteja. Tiene un poder divino inmenso y un corazón tan puro… No hay nadie más adecuada para el puesto de santa. No entiendo por qué el sumo sacerdote sigue posponiendo el anuncio.

 

—Yo tampoco.

 

Su acompañante se unió a la conversación, lanzando elogios. Valió la pena acercarse a pesar del fastidio.

 

Normalmente, Diana habría terminado la charla y se habría marchado. Pero hoy tenía otro objetivo. Fingiendo inocencia, habló

 

—Ah, olvidé disculparme primero.

 

—¿Disculparse? ¿Por qué?

 

—Sin querer escuché parte de su conversación. Me llamó la atención, y si no es molestia, ¿podrían contarme más?

 

Sus ojos rosados brillaban con dulzura. Haili, hipnotizada, negó con la cabeza.

 

—¡No es molestia! ¡Usted tiene todo el derecho a saberlo!

 

Tras dudar un momento, comenzó a hablar.

 

Diana olvidó controlar su expresión. Sus ojos se abrieron de par en par.

 

—¿Qué…?

 

Haili se indignó.

 

—¡Sabía que no lo sabía! ¿Cómo puede alguien hacer eso? ¡Después de todo lo que usted ha sacrificado por su tratamiento!

 

—¿De verdad… se fue?

 

Su voz temblaba. ¿Por qué? ¿Sin decirle nada? ¿Por qué?

 

Ese no era el futuro que Diana había imaginado. Esperaba que el duque Laufe reconociera su posición, se arrodillara y pidiera clemencia. Lo había creído con firmeza.

 

Y lo único que recibió fue una noticia fría. Ni siquiera directa, se enteró por otros.

 

—…

 

Se mordió los labios y apretó los puños. Sus uñas bien cuidadas se clavaban en sus palmas secas.

 

—Diana…

 

—Estoy bien. No pongas esa cara.

 

—¡No diga eso! ¡Esto es injusto!

 

—Haili. De verdad, estoy bien.

 

—¡Ni siquiera agradeció! ¡Ni pidió permiso! ¡La trata como si no valiera nada! ¡Hay que protestar! ¡Ese duque ha pedido ayuda al templo muchas veces! ¡Y ahora se va como si nada! ¡Ese arrogante que solo espera la muerte!

 

Las palabras de Haili le provocaron dolor de cabeza. Diana luchó por mantener la compostura.

 

¿Por qué todo le molestaba tanto hoy? Quería gritarle que se callara.

 

—Sacerdotisa Haili.

 

La llamó con voz fría. Haili se estremeció, dándose cuenta de que había cruzado la línea.

 

Diana sonrió con calma.

 

—Dejemos este tema. Pero… ¿podrías contarme más sobre el duque Laufe?

 

—¡Claro!

 

Haili se animó.

 

Unos minutos después.

 

Diana chasqueó la lengua.

 

‘No sabe nada.’

 

Mucho ruido, poca información. Solo una cosa clara, el duque abandonó el tratamiento y regresó a su territorio. Nadie sabía por qué.

 

Se mordió las uñas. Solo había dos posibilidades

 

‘O se curó… o está perdido.’

 

La balanza se inclinó rápido.

 

No parecía alguien al borde de la muerte. La última vez que lo vio, tenía demasiada vitalidad.

 

—Ha…

 

Una risa amarga escapó. La traición y el desprecio le subían por los pies.

 

‘¿Se curó gracias a mí y así me paga?’

 

Diana estaba convencida de que su tratamiento lo había sanado.

 

Confiaba en su poder. Su fuerza divina, comparable a la del sumo sacerdote, era su orgullo y razón de ser.

 

‘No hay sacerdotisa mejor que yo.’

 

Así que estaba segura, el milagro del duque era obra suya.

 

Se dio la vuelta. No al templo aburrido, sino a la casa del marqués Merillin, donde encontraría apoyo.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

—¿Diana?

 

—¡¿Por qué tardaste tanto, Chesif?!

 

En el salón del marqués Merillin.

 

Rodeada de muebles caros, Diana giraba sin parar, incapaz de quedarse quieta. Alzó la voz sin darse cuenta.

 

Chesif arqueó las cejas. Ni siquiera había avisado, ¿y ya exigía?

 

Pero lo que más le molestó fue su aspecto. La miró de arriba abajo.

 

—…¿Qué te pasó hoy?

 

—¡Ah!

 

Normalmente, Diana se arreglaba con esmero. Pero hoy no.

 

Cabello despeinado, túnica arrugada, manchas de tierra, y un olor desagradable.

 

Al fin se dio cuenta. Se sonrojó y trató de arreglarse el cabello con las manos, sin éxito.

 

—Lo siento. Vine muy rápido…

 

Al menos sabía que debía disculparse.

 

Chesif decidió que sería la última vez que le perdonaba algo así. Pero por ahora, la dejó hablar.

 

—¿Pasó algo en el templo?

 

—No exactamente… Pero es muy importante para mí. Vine porque necesito que me escuche.

 

—Hmm.

 

Chesif se molestó por un momento. Pero aún le servía. Pensaba fingir interés como siempre.

 

—El duque Laufe dejó el tratamiento.

 

Pero al escuchar eso, cambió de idea.

 

—¿El duque?

 

Su rostro se tensó. Le pidió que explicara.

 

Lo que escuchó superó sus expectativas.

 

—…Así que eso pasó.

 

—¡Estoy segura de que se curó gracias a mí! ¡Y ni siquiera me lo agradeció! ¡Me ignora como si fuéra nada!

 

Diana respiraba con rabia. Ya no era la mujer temerosa que temblaba ante el duque.

 

‘Esto no es bueno.’

 

Chesif la escuchaba con una oreja. Pero analizaba con frialdad.

 

¿El duque se recuperó? Para alguien que sentía odio y celos hacia él, era la peor noticia.

 

‘Qué estupidez.’

 

Quería que Diana lo mantuviera bajo control, no que lo curara.

 

Y justo ahora había oído algo inquietante. Un sirviente había sido expulsado de la casa del duque.

 

Intentó obtener información, pero solo recibió historias extrañas.

 

—¡Una criatura sagrada! ¡Quería venderlo, pero me atraparon! ¡Por eso me echaron! ¡Tuve suerte de sobrevivir! ¡Hic…! ¡Uwaaah!

 

El hombre, borracho, hablaba sin parar. Al día siguiente, desapareció sin dejar rastro.

 

¿Mentira? ¿Verdad? No lo sabía. Pero si era cierto…

 

‘No puede ser.’

 

La sensación de pérdida lo invadió. Apretó los dientes.

 

Justin Laufe debía seguir siendo lo que era, un hombre maldito, abandonado por todos.

 

—¡Golpea bien! ¡Golpea de verdad!

 

—…

 

Quería que sufriera. Que se arrastrara. Que no pudiera tener lo que él no tenía.

 

Así que debía confirmar que seguía maldito.

 

Aún tenía el control. Chesif se recompuso y habló con dulzura.

 

—Diana. Tengo una idea.

 

—¿De verdad? ¡Sabía que podía contar contigo!

 

Diana sonrió, como si lo esperara.

 

Sus miradas eran inquietantemente similares.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

‘Se parecía.’ Lo pensaba una y otra vez.

 

‘Tal vez no a Justin, sino a Sepite.’

 

Pero ya no estaba seguro. La cara azul y transparente flotaba en su mente.

 

Se parecía a ambos. Tal vez era un antepasado del duque, como Sepite.

 

Sepite estuvo de acuerdo. Pero…

 

—¡No soy un árbol genealógico! ¡Dame tiempo, mocoso!

 

No pudo identificar al fantasma. Ries frunció el hocico, molesto. ¿No vivía en una sala llena de retratos?

 

Entonces, una voz clara interrumpió sus pensamientos.

 

—¿Qué le parece?

 

Melissa.

 

Sus ojos brillaban con expectativa. Estaba demasiado cerca.

 

Normalmente, Ries se habría apartado. Pero hoy decidió ser amable.

 

—¡Nyang!

 

—¡Kyaaa! ¡Demasiado adorable!

 

La caballera, armada hasta los dientes, se derrumbó ante un simple maullido.

 

Ries la ignoró y observó el nuevo accesorio del paseo.

 

Dos nudos redondos, velcro amplio. Se metían las patas delanteras entre los nudos, y el velcro cubría la espalda.

 

Pero lo mejor era…

 

Un peluche desmontable. Desde lejos, parecía que el gato llevaba una mochila de pez.

 

Melissa tenía razón en exagerar.

 

‘Es lindo.’

 

Un gato con mochila de pez. ¿Cómo no iba a ser adorable? Incluso Justin ya tenía la mirada derretida.