El gato está en huelga - Capítulo 58

La mansión del duque era inmensa.

 

Que la distancia entre la entrada y la puerta principal requiriera un carruaje era solo el comienzo. El tamaño del edificio en sí superaba toda imaginación. Era difícil creer que alguna vez se usarían todas sus habitaciones.

 

Así que, incluso con un recorrido superficial, el día se iría volando. Al menos, eso pensaba Ries.

 

—Ese no sabe nada.

 

Sepite murmuró con desdén. Ries lo sacudió, como si quisiera callarlo antes de que Justin lo oyera.

 

Pero no podía negar que tenía razón. Sorprendentemente, Justin no conocía bien la mansión. Y tampoco tenía talento para hacer de guía.

 

Desde el inicio del recorrido, Justin vacilaba. Ries ya estaba inquieto, pero no esperaba que terminaran vagando sin rumbo.

 

‘Aunque… algo se ganó.’

 

La mansión era tan grande que había muchos sirvientes. Al pasar, algunos se cruzaban con ellos. La expresión que ponían al ver a Justin retroceder, y luego descubrir a Ries, era inolvidable.

 

“El temido duque paseando con un gato.” Para ellos, era un shock.

 

Aunque estuviera maldito, Justin seguía siendo humano. Ries quería que entendieran que él también sufría, que no era tan diferente. Algún día, ese esfuerzo daría frutos.

 

Claro que eso no ayudaba a que Justin encontrara el camino. Pronto, los sirvientes desaparecieron y el entorno se volvió silencioso.

 

—…Lo siento.

 

Justin se disculpó en voz baja.

 

—Meow.

 

Era una pena, pero no importaba. Al menos habían paseado juntos.

 

¿Volverían ya? Ries lo miró con curiosidad. Entonces, Justin, con una mirada cargada de emociones, dijo lentamente

 

—…Hay otro lugar que quiero mostrarte. ¿Está bien?

 

Una propuesta inesperada.

 

Esta vez, Justin caminaba con decisión. Cruzaron pasillos largos, subieron interminables escaleras, y finalmente llegaron a lo alto de la mansión.

 

‘…Este lugar…’

 

Ries miró a su alrededor con extrañeza.

 

Una puerta pequeña, por la que había que agacharse. Al abrirla, el crujido fue tan débil que parecía que se rompería. El polvo voló por el aire.

 

—¡Achoo!

 

Ries estornudó. Justin sacó un pañuelo y le cubrió la nariz y la boca.

 

Pero el olor a polvo y moho persistía. Una cama con una pata rota, un armario viejo, el suelo de madera levantado, y una ventana tan pequeña que apenas cabía la cabeza de un niño.

 

Era un lugar húmedo, como una celda. Difícil de creer que alguien hubiera vivido allí.

 

—Aquí vivía yo de niño. En ese entonces, me parecía suficientemente grande… pero ahora lo veo tan pequeño.

 

Ese lugar… era el cuarto de Justin.

 

Ries lo miró de golpe. Los ojos tras la máscara eran serenos. Como si los recuerdos del pasado ya no le dolieran.

 

—Siempre fue mi tarea limpiarlo, pero desde que me fui, quedó abandonado. No esperaba que estuviera tan sucio…

 

Pero Ries lo sabía. Aunque ahora no le doliera, de niño debió sufrir muchas veces.

 

Tal vez sufrió tanto que terminó por volverse insensible. Su pecho se apretó.

 

—Esto no es bueno para los pulmones.

 

La preocupación se acumulaba. Justin parecía genuinamente preocupado. Se dio la vuelta sin dudar y salió del ático.

 

Ries, que había estado en sus brazos, lo siguió. La puerta se cerró tras ellos.

 

‘Quería ver más.’

 

No fue un paseo agradable. Solo quería encontrar algún rastro de Justin. Algo que aliviara esa extraña inquietud.

 

No sabía por qué. Tal vez no se aliviaría, sino que empeoraría. Pero la nostalgia lo seguía.

 

Justin se frotó la nariz y guardó el pañuelo. No parecía afectado por el cuarto.

 

—No quería que te sintieras mal.

 

—Miauu.

 

Lo dijo con calma.

 

—De verdad. No me afecta. Solo quería mostrarte una parte de mi pasado. Porque tú…

 

Buscó las palabras, suspiró, y continuó

 

—Porque tú dijiste que te quedarías a mi lado.

 

—…

 

—¿Te molesta?

 

Aunque antes hablaba del pasado con serenidad, ahora su voz temblaba. Temía ser rechazado.

 

Ries no asintió ni negó. En cambio, lamió su mano enguantada. Justin sabía bien lo que significaba.

 

—…Hay otro lugar.

 

—Meow.

 

Vamos, vamos.

 

Aunque le dolía, decidió seguirlo. Empezaba a entender lo que sentía Justin.

 

‘No quiere esconderlo.’

 

O tal vez quería cubrir los recuerdos dolorosos con otros nuevos.

 

Su corazón se sentía extraño. Tal vez porque él también ocultaba muchas cosas.

 

Era curioso.

 

Recordó lo que pasó hace unos días. La noche en que la maldición de Justin mostró una mejora visible.

 

Justin le agradeció por cumplir su deseo. Fue la expresión de gratitud más pesada que había recibido.

 

Creía firmemente que su gato estaba curando su maldición.

 

Y no solo esa noche. Cuando decidió regresar al territorio, ya lo tenía claro.

 

‘¿Pero por qué no pregunta?’

 

Aunque fuera una criatura sagrada, ¿cómo podía curar una maldición ancestral tan fácilmente? Incluso si fuera posible, debería sospechar. Pero Justin actuaba como si no supiera nada.

 

Eso era reconfortante, pero también inquietante. Ries no quería decepcionarlo, pero no sabía dónde estaba el límite.

 

Mientras pensaba, Justin le mostró otros lugares.

 

Un almacén soleado, un pasadizo secreto a la cocina, una bodega con la puerta rota, una ventana perfecta para espiar el salón de fiestas…

 

—…También hay un lugar afuera. ¿Quieres ir?

 

—Nyang.

 

De niño, Justin también tenía lugares secretos al aire libre.

 

Salieron de la mansión. El jardín, que solo habían visto desde lejos, se desplegó ante ellos.

 

—El clima aquí es cambiante, así que no se pueden cultivar muchas flores. Pero en el invernadero hay más variedad. Nunca he ido, pero sé dónde está. Te llevaré luego.

 

La luz del sol se filtraba entre las hojas verdes, iluminando las flores como joyas. Aunque no eran muchas, eran hermosas.

 

—Puedes correr libremente. Yo te encontraré.

 

—¡Meeeow! ¡Nyak!

 

Ries movía las patas con emoción. Justin lo dejó en el suelo con una sonrisa. Ries le entregó el peluche (Sepite) y corrió por el jardín.

 

El aroma del césped alegraba a cualquiera. El último lugar que Justin mostró también era especial.

 

—Este era mi lugar favorito.

 

Un árbol enorme llenaba la vista.

 

Aunque el suelo estaba cubierto de musgo por la falta de sol, era perfecto como escondite. Las hojas y ramas se movían con el viento, creando una atmósfera mágica.

 

Parecía el refugio de un hada en un cuento. Ries entendía por qué Justin lo amaba.

 

—Aquí podía escapar del sol y de la lluvia. Venía mucho en verano. El ático era muy caluroso.

 

Su voz, al contar el pasado, era suave y agradable. El árbol, firme en un rincón sombrío, le recordaba a Justin.

 

Entonces, Justin se quitó la capa y la extendió en el suelo. Al golpearla suavemente, Ries entendió que era para él.

 

‘Esto… es demasiado.’