El gato está en huelga - Capítulo 44

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Ries había llegado a una conclusión. Sus ojos brillaban mientras movía la cola de un lado a otro.

 

—¿Recuerdas lo que te dije antes? La maldición que corre por la sangre del duque Laufe, transmitida de generación en generación, es una condensación de malicia nacida de almas errantes sin rumbo.

 

—¿Miauu?

 

—En otras palabras, la esencia de la maldición es la malicia. Si logras provocar una reacción significativa en ella, eso también debe ser malicia.

 

¿Eso significa…? Ries levantó la cabeza de golpe.

 

—Cuando alguien siente malicia hacia el portador de la maldición, parte de ella puede transferirse… Esa es la hipótesis más sólida.

 

Ries recordó el rostro de Diana, consumido por la maldición. Viendo su actitud, no era difícil imaginar que se convirtiera en blanco de ella.

 

—Pero la maldición está formada por múltiples malicias entrelazadas. Funciona como una especie de fuerza gravitacional. Si la emoción se debilita o si quien lleva un fragmento de la maldición se aleja de la “raíz”, esta regresa a su lugar original.

 

La teoría continuaba. Pero había algo que Ries no entendía. Levantó la pata con cautela.

 

—¿Muau? ¿Meeeow?

 

¿Y el mosquito?

 

Todavía lo recordaba con claridad. Aquel insecto que, al ser tocado por un fragmento de la maldición, adquirió una forma grotesca como la del señor Bar.

 

Hmm… Sepite se acarició la barbilla con un murmullo.

 

—Podemos formular otra hipótesis. Tal vez la maldición no se divide solo por la malicia consciente. Por ejemplo, podría depender de si el objetivo intenta dañar al portador.

 

—¿Miau?

 

¿Un mosquito? La duda surgió, pero la respuesta fue rápida.

 

—Chupa sangre, ¿no?

 

…Eso es cierto. No había cómo refutarlo, aunque la explicación le dejaba un sabor amargo.

 

Se quedó un momento rascándose la cabeza. Al final decidió creerle. No se le ocurría una mejor teoría, y Sepite era, sin duda, el que más sabía sobre la maldición de la familia Laufe.

 

Además, gracias a él había aprendido muchas cosas.

 

—¿Viste fantasmas? Claro que lo permití. ¿Crees que cualquier espíritu se atrevería a asomar la cabeza con mi presencia? Esa mujer parecía estar en apuros. Pero ya se resolvió, ¿no?

 

—¡Puaajaja! ¡Al paso que vamos, vas a tener seguidores! ¿Ves? ¡Te lo dije! Como mínimo, deberían tratarme como un espíritu sagrado.

 

Ojalá dejara de hacer cosas sin avisar…

 

—¿Rompieron un pacto, dices…? No sé qué pacto sería. Pero lo que sí sé es que la calamidad fue provocada por Thalassa. ¿Crees que respondería a una oración? Si no fuera por mí, ni un solo registro habría quedado. Por eso no creo en los dioses.

 

Aun así, gracias a él había obtenido información valiosa. Como la historia oculta de la calamidad que azotó el imperio.

 

—Hmm… Tal vez tenga que ver con los sujin. Recuerdo haber oído rumores de que en esa época los cazaban. Es una raza poco conocida, y ni yo he visto uno en persona, así que lo tomé como un rumor. Pero viendo lo que pasó, quizá esa fue la causa.

 

Una historia que haría temblar a cualquier sujin. Ries pensó que tal vez ese “pacto” mencionado en el libro tenía que ver con ellos.

 

Pero no era momento de perderse en conversaciones pasadas. Cortó sus pensamientos de golpe.

 

La hipótesis estaba planteada. Solo faltaba comprobarla. ¿La maldición se transfiere a quienes sienten malicia hacia Justin? Solo de pensarlo, se sintió abrumado.

 

Para romper la maldición, tendría que enfrentarse constantemente a personas que odiaban a Justin. Una idea espantosa. Aunque él no lo mostrara, Ries sabía que eso lo heriría.

 

Pero había algo que le preocupaba aún más.

 

—Miauuun…

 

Diana, quien se había marchado gritando que reconsideraría el tratamiento.

 

Aunque había sido grosera, mostraba miedo y rechazo, seguía recibiendo tratamiento regularmente. Lo que significaba que era necesario para Justin.

 

Pero ahora lo había rechazado. Aunque dijo que lo pensaría, era claramente una negativa.

 

Ries gimió. En ese momento estaba tan molesto que no lo pensó, pero ahora sentía que todo había sido culpa suya.

 

Si no hubiera entrado en el salón sin permiso, nada habría pasado. El conflicto comenzó cuando Diana lo vio y lanzó su “¡Devuélveme a Fresa!”

 

‘No, espera. Si no hubiera entrado, no habría podido absorber la maldición.’

 

…Volvió al punto de partida. Un bucle infinito.

 

Sepite, que estaba parado frente a él, notó su preocupación. Era evidente, el gato tenía la cara pegada al suelo, las patas cubriéndose la cabeza, gimiendo.

 

—¿Es por el tratamiento?

 

—…Grrrng.

 

Solo emitió un sonido débil. Sepite se agachó frente a él y tocó sus bigotes con un gesto suave.

 

Aunque no podía sentirlo, fue suficiente. Ries asomó la cabeza con cautela.

 

—Vaya, qué preocupado estás. El poder sagrado solo detiene el avance rápido de la maldición, no la alivia. ¿Crees que te pedí ayuda por nada? Estar junto a mi descendiente es mucho más útil.

 

Sus ojos, ya grandes, se abrieron aún más. Sepite hizo el gesto de acariciarle la cabeza.

 

—Además, ya absorbiste parte de la maldición. Te aseguro que el estado de ese chico es el mejor que ha tenido en mucho tiempo. Y seguirá así. Todo gracias a ti, así que siéntete orgulloso.

 

Ries soltó las patas y se incorporó lentamente. La tristeza que lo había hundido hasta el fondo desapareció, y su pecho se llenó de emoción.

 

Se sentó con elegancia y miró a Sepite. A veces molesto, a veces fastidioso, pero en momentos como este, se notaba que era un anciano sabio.

 

Sabía cómo consolar sin parecerlo. Justo cuando Ries pensaba cómo agradecerle…

 

—¡Eso ya pasó, mocoso! ¿Y tú no me llamaste para ver algo tan divertido?

 

—¿?

 

Se le cayó la mandíbula. ¿Qué acababa de decir?

 

Sepite se lo explicó amablemente.

 

—¡Yo también quería ver cómo mi descendiente le daba una lección a esa elsacerdotisa insoportable! ¿Y qué? ¿Todavía está nervioso por si te vas? ¡Tenía que haberlo visto con mis propios ojos! ¿Te divertiste tú solo?

 

—…

 

No pudo responder.

 

‘Devuélveme mi momento de emoción.’

 

Se sintió avergonzado por haber pensado en cómo agradecerle.

 

—…Nyaaa…

 

Anciano, tú puedes salir… Murmuró con todo el sentimiento que tenía.

 

—¿¡Anciano!?

 

Sepite se tambaleó.

 

—¡Llámame señor! ¡Anciano suena a que ya viví mi vida y estoy muerto!

 

Una reacción digna de alguien traumatizado por la palabra “anciano”. Pero no terminó ahí.

 

—¿Y qué? ¿Puedes salir, dices~? ¡Si vas a respetar a los mayores, hazlo bien! ¿Crees que estoy aquí porque quiero? ¿Y si salgo y no estoy cuando tú llegas?

 

Ah. Ries se quedó rígido. No lo había pensado.

 

Miró a Sepite con cautela. Aunque hablaba con enojo, parecía triste.

 

Ese pensamiento lo acompañó incluso al salir del pasillo. Le pidió disculpas, y Sepite las aceptó, pero en su mente seguía repitiéndose una imagen.

 

Un salón vacío, con él solo, esperando en silencio…

 

—Nya…

 

De repente, se sintió incómodo.

 

Ojalá Sepite tuviera un cuerpo donde pudiera entrar. Ese deseo fugaz se desvaneció como huellas en el pasillo.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Ries observaba a Justin en silencio. Si su mirada tuviera peso, su rostro ya estaría aplastado.

 

Las razones cambiaban constantemente. Quería confirmar si la maldición realmente se había debilitado, se sentía orgulloso, quería calcular cuándo se rompería por completo…

 

Por eso, no se cansaba de mirarlo. Podría hacerlo todo el día.

 

Colocó el peluche de pez que Justin le había regalado bajo su vientre. El relleno era suave y agradable al tacto.

 

Así, se tumbó sobre el escritorio. Cómodo para el cuerpo, perfecto para observar a Justin mientras trabajaba.

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