El gato está en huelga - Capítulo 43

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La mente se le quedó en blanco, tanto que ni se dio cuenta. Al retirarse suavemente, el brazo de Justin se acomodó en una postura más cómoda para abrazarlo.

 

Gracias a eso, también le resultó más fácil levantar la vista hacia él. Aunque lo único visible era la máscara negra, Ries podía notar que su amo parecía satisfecho.

 

Con el cuerpo y el corazón en calma, los pensamientos comenzaron a ramificarse hacia otros lugares. Ries recordó una conversación que había tenido con Diana.

 

Aunque llamarlo “conversación” era generoso; más bien había sido una declaración unilateral.

 

—Consideraré si continuar con el tratamiento.

 

Si no lo había oído mal, eso fue lo que dijo. En cuanto recordó esa voz descarada, frunció el entrecejo con fuerza.

 

Amenazar con algo que ponía en juego la vida de una persona… Qué manera tan limpia de deshacerse del último resto de afecto que quedaba.

 

Sin embargo, los pensamientos dieron vueltas y vueltas hasta llegar a un destino inevitable:

 

‘¿Estuvo bien dejarla ir así?’

 

Ella fue quien hizo exigencias absurdas, quien hablaba como si él fuera un objeto que podía llevarse o dejarse a su antojo. Eso le molestó.

 

Pero aun así…

 

Se sintió un poco triste.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

—¡Oh, sacerdotisa!

 

Nada más entrar en la mansión, una voz sorprendida recibió a Diana. Al ver sus ojos enrojecidos, la mirada caída y las lágrimas acumuladas, una doncella corrió hacia ella y le ofreció un pañuelo blanco.

 

—¿Qué le ha pasado? ¡Con ese rostro tan hermoso…!

 

Al notar su semblante apagado, varias sirvientas se acercaron rápidamente, rodeándola con voces llenas de preocupación.

 

Mientras escuchaba todo eso, apareció Chesif. Su paso apresurado y su rostro preocupado la reconfortaron. A Diana le gustaba cuando su expresión se llenaba de emoción por ella.

 

—Diana, tu rostro… Me dijeron que fuiste a la mansión del duque Laufe. ¿Pasó algo malo?

 

—Chesif…

 

—Vaya, te retuvieron fuera demasiado tiempo. Déjame ayudarte. Necesitas descansar.

 

—…Gracias.

 

Sus manos firmes rodearon sus hombros. Al caminar guiada por él, sentía cómo las miradas de preocupación, envidia y una pizca de celos se adherían a su espalda.

 

Sí. Esto era lo que quería.

 

Una mansión hermosa como salida de un cuento, gente desesperada por agradarle, un hombre guapo y de alto rango que la amaba.

 

Tal como lo soñaba de niña. Las voces que se oían a sus espaldas elevaron aún más su ánimo.

 

—Seguro que fue a esa mansión maldita del Duque.

 

—¿Qué clase de atrocidades habrá sufrido? Pobre sacerdotisa…

 

—¡Seguro que le hizo algo horrible! ¿Cómo puede tratar así a quien se esfuerza por curarlo? ¡La señorita Diana no merece eso!

 

Siempre el mismo repertorio. Pero no se cansaba de escucharlo. Hasta que las voces se desvanecieron por completo, Diana se dejó envolver por sus palabras.

 

Sin embargo, al entrar en el despacho de Chesif, todo eso se disipó. Su ánimo volvió a caer.

 

Sentado frente a ella, él preguntó con dulzura:

 

—Entonces, Diana. ¿Puedo saber qué ocurrió hoy?

 

Como si lo hubiera estado esperando, Diana comenzó a contarle todo, la actitud hostil del duque Laufe, sus burlas, y el reencuentro con “Fresa” que estaba perdida.

 

Chesif escuchó en silencio y la consoló… hasta que mencionó a Fresa. Frunció el ceño.

 

—¿Te refieres al gato perdido?

 

—Ah, sí. No sabía que el duque Laufe se lo había llevado.

 

Su reacción fue fría. Normal. Para él, ese gato que alguna vez estuvo en su mansión no era más que una molestia peluda.

 

Pero Diana no pensaba lo mismo. Al ver sus ojos brillantes, Chesif intuyó que se avecinaban problemas.

 

—…Quiero traerlo de vuelta.

 

—¿Qué?

 

—Quiero recuperar a Fresa. Fue quien nos unió, ¿recuerdas? Tenemos el deber de cuidarlo con cariño.

 

Por primera vez, Diana se mostró firme ante Chesif. Él tuvo que esforzarse para mantener una expresión neutral.

 

—Diana…

 

—Además, si sigue en esa mansión peligrosa, podría pasarle algo malo. Aunque me rechazó por un momento, fue porque no me reconoció. Si lo traemos de vuelta, todo estará bien.

 

Pero ese esfuerzo no duró mucho.

 

Su expresión se desmoronó y se cubrió la parte inferior del rostro con la mano.

 

Podía burlarse de su ingenuidad, pero al mirar sus ojos rosados, no era tan fácil.

 

Chesif chasqueó la lengua en silencio.

 

‘Sabía que estaba rota, pero esto es más grave de lo que pensaba.’

 

¿Obsesionarse con ese animal vulgar y sucio? Le repugnaba. ¿Acaso su sangre llevaba impresa su verdadera clase?

 

Cuando ya no sirva, se desecha. Reafirmando esa idea, suavizó su expresión.

 

—…Entiendo tu preocupación. Enviaré un mensaje al duque Laufe.

 

—¿De verdad?

 

—Claro. Diana, lo que tú deseas es lo que yo deseo. No puedo prometer resultados, pero haré lo posible por darte buenas noticias.

 

—Snif… Gracias, Chesif…

 

Sus ojos rosados, antes empañados por una obsesión inexplicable, recuperaron su brillo. Su sonrisa entre lágrimas era, al menos, tolerable.

 

Chesif no reprimió el impulso que le surgió. Era el único encanto de esta mujer desequilibrada. Perfecto para borrar los recuerdos desagradables que acababan de surgir.

 

—Lo siento, pero no creo que tenga nada que aprender de ti.

 

Recordó la voz firme de aquel hombre y apretó los dientes.

 

Maldita sea. ¿De todos los lugares posibles, tenía que meterse en la guarida del duque Laufe? Ese animal no tenía ni una sola cualidad que le agradara.

 

Agarró los hombros de Diana y la atrajo hacia sí. Aunque se dejó llevar dócilmente…

 

Su rostro…

 

Ah, era como un cuento de hadas.

 

Un príncipe que la ama, un gato que los une como un hada, una mansión hermosa y acogedora. Era el final perfecto que la joven y frágil Diana soñaba cada día antes de ingresar al templo como sacerdotisa.

 

Diana sonrió con júbilo.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

—¡Ugh! ¿Otra vez esa loca?

 

—¿Miauu?

 

Una expresión sorprendentemente mordaz. Ries ladeó la cabeza, pero Sepite no parecía tener intención de retractarse.

 

—He estado en esta mansión mucho tiempo. La he visto unas cinco o seis veces. Tiene la mirada perdida, me incomoda, así que la evito.

 

—Uuuung…

 

—Y no me gusta cómo trata a mi descendiente. Si tuviera cuerpo, le jugaría unas cuantas bromas.

 

¿La mirada perdida?

 

Ries pensó en los ojos rosados de Diana. Al reflexionar, empezó a entender lo que Sepite quería decir con “mirada perdida”.

 

Sus ojos estaban llenos de una certeza inquietante. La expectativa de que él la seguiría, la convicción de que tenía razón, o quizás una obsesión.

 

Ahora entendía por qué le había resultado tan desagradable. Aunque también influyó su actitud grosera y sus exigencias.

 

Por cierto…

 

Ries estiró sus patas delanteras. Había algo más que le inquietaba.

 

—Nyaa. ¿Meeeow?

 

¿No podía molestarla por no tener cuerpo? Pero a Ketir lo molestaba bastante, ¿no? Expresó su duda abiertamente. Sepite carraspeó.

 

—¿Molestar? Ya te dije antes. Solo jugué un poco con él porque me pareció simpático.

 

Pobre Ketir. El ancestro de su jefe aún no renunciaba a sus bromas.

 

—Además, ese mayordomo y la sacerdotisa son casos distintos. ¿Crees que puedo hacerle llaves a alguien con poder sagrado? Soy un fantasma. Tenemos la peor compatibilidad. ¿Cómo voy a molestarla?

 

—Meooow…

 

Una noticia lamentable. Ries empatizó con los sentimientos de Sepite y continuó explicando lo que había pasado.

 

La maldición que se trasladó a Diana, su deseo de llevárselo, su amenaza de suspender el tratamiento… Al mirar atrás, todo había ocurrido en menos de una hora, pero parecía una montaña rusa de eventos.

 

—Espera. ¿Viviste con esa sacerdotisa?

 

Lo miró con desagrado. ¿Por qué se fijaba en lo más trivial?

 

No era momento para eso. Por suerte, Sepite aceptó su urgencia y, tras reflexionar…

 

—Hmm. Ya entiendo más o menos.

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