El gato está en huelga - Capítulo 42

‘¿Sabías que podía comportarse de forma tan odiosa?’

 

El amo… ha madurado.

 

Si Diana lo hubiera escuchado, habría estallado de rabia, incapaz de contenerse, gritando fuera de sí.

 

—¿Cómo puedes hacerme esto? Yo pensaba que éramos… una familia.

 

Y sin embargo, el causante de todo actuaba como si hubiera recibido una herida profunda. Diana se preguntó si esa diferencia entre humanos y animales se reducía a esto.

 

Se incorporó de golpe. Sus puños temblaban, y en sus ojos rosados se acumulaban lágrimas de un significado distinto al de antes.

 

Aunque, claro está, lo que conmovió a Ries no fueron las lágrimas de Diana.

 

‘Desapareció.’

 

Examinó cuidadosamente la parte superior del cuerpo de Diana. La niebla que había recibido el golpe ya había desaparecido como si nunca hubiera estado allí.

 

‘Funciona bien.’

 

Aunque ya lo había logrado una vez, aún no lo asimilaba del todo. Ries lamió suavemente la pata con la que había golpeado a Diana, y esta vez miró hacia Justin.

 

Frunció el entrecejo y concentró la mirada. Sabía que su expresión debía de ser extraña, pero eso ahora no importaba.

 

Una niebla negra y espesa comenzó a surgir alrededor del rostro de Justin. Seguía siendo una maldición densa, pegajosa y amenazante. Siempre que la veía, su ánimo se hundía… pero esta vez no.

 

‘Ha disminuido.’

 

Definitivamente. El tamaño de la maldición, las cosas que atormentaban a Justin. Era como si el destino, antes desconocido, empezara a revelarse a lo lejos. Ries no pudo ocultar la emoción que lo embargaba.

 

Su expresión cambió de forma dramática. Justin lo observó en silencio.

 

En sus ojos gris plateado se filtró una luz cálida. No era un color intenso, pero resultaba imposible apartar la vista. Como presenciar el nacimiento de una nueva vida.

 

La emoción que contenía era deslumbrante. Tanto, que costaba creer que estuviera dirigida hacia él. Naturalmente, el tiempo que pasaron mirándose se alargó.

 

Aunque estaban juntos, parecía que ambos se habían sumergido en un mundo solo suyo. Diana tembló de indignación al verlos.

 

—……

 

Incluso alguien terriblemente torpe podría notar que algo fluía entre ese humano y ese animal. Diana mordió sus labios, humillada.

 

Esta mansión siempre había sido así. Llena de cosas incomprensibles, cosas que no quería entender. Desagradable, sombría, lúgubre. No encajaba con ella. Tampoco el duque Laufe.

 

Debería estar arrodillado ante ella, suplicando clemencia. Pero ese hombre oscuro era inexplicablemente firme. Abandonado incluso por la diosa misericordiosa que acoge toda vida.

 

‘¿Por qué? ¡Lo estoy curando! ¡Le estoy salvando la vida! Entonces debería tratarme con más respeto. ¡De forma especial!’

 

Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma. Esa maldición repugnante que cubría la mitad de su rostro, esos ojos arrogantes que no se amedrentaban, esa actitud estúpida que ni siquiera comprendía de quién dependía su vida.

 

Sus hombros temblaban, incapaces de contener el odio que la desbordaba. No merecía ese trato. No como un saco de arroz abandonado…

 

Diana pensó en el rostro de alguien. Quería ir a verlo de inmediato.

 

Se levantó de golpe.

 

—Siempre he soportado que me menosprecien. ¡Todo por la recuperación del Duque! ¡Nunca imaginé que me humillaría así! ¿Es esta la forma de tratar a quien te salva la vida?

 

Solo después de gritar, las miradas del humano y del animal se dirigieron hacia ella. Eso la avergonzó aún más, y su rostro se tiñó de rojo.

 

—…Consideraré si continuar con el tratamiento, duque Laufe.

 

Así, lo que eligió fue una advertencia final. Sin ocultar su rabia acumulada, salió pisando fuerte.

 

La habitación quedó en silencio, solo ellos dos. De pronto, Ketir abrió la puerta y entró. Por su expresión, parecía haber escuchado todo el alboroto desde afuera.

 

Lo que más destacaba en su rostro era la confusión.

 

—…No sé si esa mujer es valiente o débil. No distingue lo que debe o no debe decir.

 

—Miau.

 

Ries estuvo de acuerdo. Qué rencorosa, por un simple golpe de gato.

 

Justin acarició el pelaje de Ries, siguiendo la dirección del pelo. Ries seguía firme, apoyado con sus patas traseras en el muslo de Justin.

 

Aunque solo estaba emocionado por los avances visibles en la maldición, para Ketir, recién llegado, parecía una escena cargada de emociones.

 

Sentirse como un intruso en su mundo… Empezaba a entender, aunque fuera un poco, por qué Diana se había marchado tan furiosa.

 

Sin apartar la vista de su gato, Justin respondió

 

—No me importa.

 

Su voz era tan indiferente que incomodaba. Pero lo que dijo a continuación no lo fue.

 

—Ries. Tengo muchas preguntas para ti. Pensé que quizás habías estado con humanos antes de conocerme… pero no imaginé que viviste con esa mujer.

 

Justin parecía pensativo. Ries se dio cuenta de que había muchas cosas que no había explicado, y eso lo confundía.

 

Pero ¿qué podía hacer? Era un gato que no hablaba. Justo cuando empezaba a sentirse triste, Justin lanzó una pregunta cuidadosamente elegida.

 

—…¿Querías irte con ella?

 

—¿……?

 

—¿……?

 

Ketir, que había optado por callar ante el monólogo de Justin, no pudo ocultar su desconcierto. Ries también se sorprendió. Sus orejas, que estaban caídas, se levantaron de golpe.

 

‘Está bien que sepa expresar lo que piensa, pero…’

 

Cuando llegó a esta mansión, Justin apenas hablaba.

 

A lo sumo, una palabra. Respuestas cortas.

 

Pero con el tiempo, empezó a hablar más.

 

Aunque ese cambio positivo parecía haber afectado también su forma de pensar… a veces Justin formulaba hipótesis tan autodestructivas que dejaban a Ries perplejo.

 

Ketir pensaba algo similar. Solo que él ya había comprendido que no tenía control sobre esa conversación.

 

Están completamente sumidos en su mundo. Salió en silencio, retrocediendo hasta cerrar la puerta.

 

Quizás por haber estado tanto tiempo junto a Justin, Ketir tomó la decisión más rápida y sensata.

 

Y así, quedaron solos. Justin, sin saber si su fiel mayordomo había huido, seguía esperando una respuesta de su mascota.

 

‘¿Irme con ella? ¿Quién querría?’

 

Ries no podía entender esa ansiedad. Si pudiera, le revisaría la cabeza.

 

—Miau.

 

Ya lo había rechazado, incluso le había dado un golpe, pero Justin seguía inquieto. ¿Cómo había llegado a esa conclusión?

 

Con ese sentimiento, Ries presionó con su pata el área de la máscara donde estarían los labios de Justin.

 

Aunque lo dejara ir, no pensaba marcharse. Desde que entró en esta mansión, había decidido quedarse.

 

Si pudiera hablar, le diría

 

‘Me diste un nombre, así que debes hacerte responsable.’

 

Y claro, el hombre frente a él, aunque no podía ocultar su ansiedad, tenía los ojos de alguien que jamás lo dejaría ir. Así que decidió terminar con el juego.

 

Al retirar la pata, Justin, que estaba rígido como si lo castigaran, volvió a moverse. Sus ojos rojos como rosas dibujaron una curva suave. Era la sonrisa que tanto le gustaba a Ries.

 

—Gracias por quedarte a mi lado.

 

La pata que había retirado fue tomada por Justin y colocada de nuevo sobre la máscara, justo donde estarían sus labios.

 

La cola de Ries se erizó. Aunque no se veía, estaba seguro de que había explotado de emoción.

 

Sin poder parpadear, lo miró fijamente. Sentía una extraña necesidad de retorcerse…

 

¿No parece que lo está seduciendo? Aunque su rostro estaba cubierto salvo los ojos, se notaba. Si pudiera darle una puntuación, le daría 100 sobre 100.

 

Claro que eso no pasaría con un gato. Su mente, que había estado dando vueltas, empezó a volver a su cauce. Para entonces, Justin ya lo estaba cargando.

 

‘¿Cuándo salimos?’