El gato está en huelga - Capítulo 36

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‘Quizás está un poco mugroso.’

 

Pensó mientras devoraba con entusiasmo unas albóndigas hechas con camarones firmes y jugosos, y lamía el suave estofado de tomate con deleite.

 

Tal vez lo arrastró demasiado por el suelo. Quizás pronto tendría que lavarlo. Aunque no parecía haberlo llevado mucho estos días.

 

Terminó la comida y golpeó el muñeco con su patita delantera. Si presionaba con fuerza en algunos puntos, se hundía para luego volver a su forma en un abrir y cerrar de ojos. Era bastante adorable. Y también tenía una buena textura.

 

Pero la mirada de Ries empezaba a deslizarse de nuevo hacia Justin. Para ser exactos, hacia la comida que él comía.

 

Un deseo familiar se encendió.

 

‘Quiero comer algo picante.’

 

Aunque sea algo salado. O incluso algo dulce serviría. Si pudiera poner varios platos picantes, salados y dulces al mismo tiempo y comerlos alternadamente…

 

Chrup. Por poco se le cae la baba.

 

Dicen que la avaricia humana no tiene fin. Cuando escapó de la dieta de comida cruda para gatos, se sintió como si hubiera conquistado el mundo, pero ahora codiciaba incluso la comida más intensa.

 

—¿Ries?

 

Y entonces lo descubrieron.

 

Ries enderezó su cola rígidamente. Al parecer, había estado mirando demasiado fijamente. Rápidamente giró la cabeza fingiendo indiferencia, pero sus ojos seguían lanzando miradas furtivas a Justin.

 

—…Mmm.

 

Parecía haber caído en sus pensamientos. Sus ojos rojos iban y venían entre la comida sobre la mesa y el cuenco vacío de Ries.

 

Luego, Justin golpeó suavemente la mesa. Como si le estuviera diciendo que subiera.

 

Ries saltó de manera instintiva, y Justin le sirvió un poco de su comida en un pequeño cuenco. Era evidente que le estaba invitando a probar.

 

—…¿Miau?

 

—Está bien, anda.

 

Dudaba, pero Justin insistió. Ries bajó la cabeza hacia el cuenco como hipnotizado.

 

A partir de ahí, el desarrollo fue el esperado. Ries comió con gusto todo lo que Justin le fue sirviendo, y acabó tumbado de espaldas sobre la mesa con la barriga llena.

 

Cuando Ketir entró a recoger la vajilla, al ver la escena, dijo,

 

—…¿Le ha dado a Ries la comida destinada al duque?”

 

—Sí. ¿Hay algún problema?

 

—……

 

Ketir no sabía ni por dónde empezar. Su ceño fruncido mostraba un rostro visiblemente agotado.

 

—Sé que ha comprobado que no le hace daño la comida humana, pero tengo entendido que la prepara con poca sal, por si acaso. Si ocurre algo…

 

—No pasará nada. No te preocupes.

 

A todas las preocupaciones planteadas, Justin respondió con firmeza. Ketir abrió los ojos pesadamente. Miraba como si quisiera escudriñar la mente de Justin.

 

—…En fin. Entiendo. Si el duque lo dice, supongo que será así.

 

Pero en poco tiempo, su expresión volvió a la normalidad. Una actitud bastante familiar.

 

Ketir, cuando se trataba de asuntos relacionados con Ries, solía adoptar una postura del tipo “que sea lo que tenga que ser”. En otras palabras, se rendía.

 

Poco después, comenzó a trasladar los platos sucios a la bandeja. Era inevitable que cruzara miradas con Ries, que seguía tumbado en la mesa.

 

—……

 

¿Qué debía decir primero? ¿No subas a la mesa sin permiso? ¿No comas la comida del duque? ¿O que no te tires así en la mesa?

 

Tras pensar un poco, lo que salió entre dientes de Ketir fue algo un poco distinto.

 

—…Creo que has engordado un poco.

 

—……¡!

 

Cric crac. Ries se quedó congelado en la posición en la que estaba tumbado. Solo después de repetir las palabras un par de veces logró entender su significado.

 

‘¿Engordado? ¿Yo?’

 

Giró la mirada con un crick. Su vientre redondo como una colina obstruía su visión…

 

No lo había notado antes, pero ahora que lo escuchaba, su barriga sí que parecía sobresalir bastante. Incluso teniendo en cuenta que acababa de devorar la comida de Justin.

 

—Creo que has engordado, has engordado, has engordado…

 

Como si esa frase se hubiera grabado con eco en su cabeza, las palabras frías de Ketir no dejaban de rondar por su mente.

 

Estaba tan impactado que ni siquiera se dio cuenta de que tenía la boca abierta. Solo pensó en recomponer su expresión cuando el rostro de Ketir frente a él empezó a distorsionarse de forma grotesca.

 

‘¿Y quién le pidió que dijera algo tan cruel?’

 

Ries se sentía agraviado. ¡Él no había hecho nada! Solo estaba ahí acostado, y le habían abofeteado con palabras. Ya había olvidado completamente que estaba tumbado descaradamente en la mesa frente a todos.

 

Y entonces, sus pensamientos regresaron al punto de partida.

 

‘Entonces, ¿de verdad engordé?’

 

Volvió a mirar la grasita de su vientre. Era un ciclo sin fin.

 

Y Ketir, había dejado incluso de mover los platos, mirando fijamente a Ries.

 

Tenía una expresión como diciendo claramente,

‘Ha entendido lo que dije sobre que ha engordado’.

 

 Sus ojos redondos y su boca abierta clamaban,   ‘Estoy en shock.’

 

Justo cuando estaba a punto de decir algo más,

 

—Ketir.

 

Justin, que había permanecido en silencio todo el tiempo, lo llamó en voz baja. Su tono, sereno pero tenso, revelaba su disgusto.

 

Parecía muy, pero muy molesto. Algo raro, considerando que normalmente no dejaba ver sus emociones con tanta claridad. Ketir se vio obligado a volver su mirada hacia su superior, olvidando lo que iba a decir.

 

Tal como lo temía, su mirada era gélida. Tragó saliva en seco y repasó mentalmente sus acciones.

 

‘…No sé qué hice mal.’

 

No había hecho nada fuera de lo normal. No entendía qué había provocado una reacción tan fuerte.

 

La respuesta llegó cuando Justin añadió algo más,

 

—Quiero que le pidas perdón.

 

—¿Perdón?

 

—Deberías disculparte con Ries. Decirle que ha engordado así, cuando claramente te estaba escuchando, fue demasiado. Parece que le heriste los sentimientos.

 

Ketir parpadeó, atónito, y luego asintió con la cabeza. Sí. Parecía que sí lo había herido. Su cara lo decía todo.

 

—Y Ries no está gordo. Solo está un poco rellenito.

 

—……

 

—Cuando lo traje por primera vez a esta mansión, estaba muy flaco. Así como está ahora es perfecto. Incluso si engorda un poco más, seguirá viéndose bien.

 

Cuando la conversación llegó a ese punto, la mente de Ketir finalmente empezó a funcionar lo suficiente como para formular una objeción.

 

Recordó cómo era Riees cuando lo conoció. Ciertamente no estaba rellenito. Tal vez algo delgado. Pero no recordaba que estuviera tan extremadamente flaco como decía su jefe.

 

Y más importante aún…

 

‘Si engorda más, será obesidad.’

 

Recordó la barriga que sobresalía al punto de parecer irreal.

 

Sabiendo lo mucho que su jefe adoraba a Ries, estaba claro que tenía una visión completamente distorsionada. Si engordaba más, sería obesidad. Punto.

 

Con ese pensamiento, recordó todo lo que se acababa de decir. Y por qué había comenzado esa absurda conversación.

 

Ketir frunció el ceño con fuerza.

 

—Un momento. ¿Me está pidiendo que me disculpe?

 

—Sí.

 

Cerró los ojos con fuerza.

 

Ni siquiera es humano, es un animal. Todo lo que hizo fue decir la verdad. Y no era por tener que disculparse con un animal. Decir «lo siento» no le costaba nada.

 

El problema era que su jefe, en voz baja y con toda la seriedad del mundo, le había dicho más palabras seguidas que en todos los años que llevaban juntos, solo para que se disculpara con Ries.

 

Mientras Ketir estaba sin palabras, Justin añadió,

 

—Debe haberse sentido herido. Seguro que sí.

 

—……

 

Por muy cercano que fuera o muchos años que llevaran juntos, Justin seguía siendo su superior. Con su tono tan firme, Ketir no podía rebatirlo.

 

En lugar de responder, giró lentamente la cabeza. Frente a él, un gato blanco parecía haber perdido toda su razón de vivir.

 

Ries estaba medio incorporado. Como una persona.

 

—………

 

Seguía con la boca abierta y la mirada apuntando hacia abajo. Como si estuviera contemplando su barriga.

 

Decidió aceptarlo. Por muy surrealista que fuera, esa expresión decía que había entendido perfectamente que lo llamaron gordo y que se sintió herido.

 

Tap tap. Ketir finalmente tocó a Ries, que estaba aturdido, y murmuró mientras movía apenas los labios.

 

—Era broma, Ries. No estás gordo.

 

¡Brill! Los ojos de Ries recuperaron el brillo.

 

Y por fin, se rompió la extraña tensión. Ries se levantó con torpeza y bajó rápidamente de la mesa.

 

—¡Miaaaau!

 

Aunque le dio un manotazo con su pata blanca antes de bajar, mejor no hablar de eso.

 

Lo importante era que su jefe, que no ocultaba su satisfacción, le dijo,

 

—Gracias. Sabía que estar contigo sería lo correcto.

 

En otro contexto, esa frase habría sido conmovedora. Reconocer su valor como persona.

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