El gato está en huelga - Capítulo 34

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También debía compartir mis preocupaciones, no solo guardarlas para mí. Era aún mejor si la otra persona sabía mucho, sabía guardar secretos y tenía experiencia.

 

Y si además era alguien en quien se podía confiar, entonces ya era la cereza del pastel… pero. Ries dudó por un momento. ¿Es de fiar?

 

—Parece que estás pensando en algo raro.

 

…Aun así, al menos tenía un sentido del instinto increíblemente agudo. Ignorando la punzante mirada, Ries sumó otro punto positivo a favor de Sepite.

 

Ries corrió por el largo pasillo. El hecho de tener a alguien más con quien compartir sus preocupaciones hacía que sus pasos se sintieran más ligeros.

 

—No es que no tenga una idea.

 

Incluso había recibido una respuesta así al final.

 

Al final, no supo qué era esa «idea», pero le prometieron que se lo dirían cuando tuvieran certeza, así que no era un problema. Solo que el silencio era un poco irritante.

 

Y además, ¿no le aseguraron que no lo habían visto? Ries, que jamás habría imaginado que un ancestro mentiría para proteger a un descendiente, decidió dejar de medir y actuar como siempre.

 

Aunque en el futuro él mismo describiría esa decisión como «confiar fue de idiotas» o «una racionalización de campeonato»… el Ries del presente no tenía forma de saberlo.

 

De todas formas, como ya había prometido visitarlo con la excusa de salir a caminar, al menos por un rato podía decirse que había recuperado algo de paz.

 

—Debo regresar pronto.

 

Aunque solo había pasado poco más de una hora, sentía como si hubiera estado sin ver a su dueño por muchísimo tiempo. Tal vez era porque había estado inquieto todo el rato con el miedo de haber sido descubierto.

 

Justo cuando iba a apresurar el paso, Ries se encontró con alguien que ya le resultaba familiar.

 

—¡Ay! Ah, eres tú, gatito.

 

Era un rostro que había visto unas cuantas veces.

 

Y parecía que a ella también le resultaba familiar, porque el rostro pálido de la criada recobró algo de color.

 

La mujer, que se había retirado unos cinco pasos, comenzó a acercarse lentamente. Miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie los viera.

 

—¿Has estado bien? Cuánto tiempo.

 

Ella se inclinó para susurrar, como si le estuviera contando un secreto que no debía revelarse.

 

Y luego, como hipnotizada, extendió la mano para acariciarle suavemente la cabeza. Una vez, dos veces, tres veces. Luego, sobresaltada, retrocedió.

 

—¡Ah! Esto no está bien…

 

Su rostro claro se tornó triste. Ries arrugó la nariz y se hizo hacia atrás.

 

Le gustaba el tacto, así que sentía algo de pena, pero esto ya era todo un gran avance.

 

Desde que se supo que era el gato de Justin, la mayoría de los sirvientes lo evitaban como si fuera una plaga.

 

Lo entendía. Le temían a Justin. Aunque eso no significaba que le agradara.

 

Pero el ser humano es un animal que se adapta. A medida que los días pasaban y veían al gato vagando solo, su reacción fue suavizándose.

 

Ya no lo acariciaban como cuando no sabían que era el gato del duque, pero al menos le reconocían con una leve interacción.

 

Eso sí, ya no podía jugar al escondite (léase: persecución unilateral) como antes, pero Ries estaba satisfecho.

 

—Me ayudó mucho el aspecto.

 

Los animales pequeños, blancos y suaves tenían un talento especial para hacer que los demás bajaran la guardia.

 

Aunque, como ahora, que lo acariciaban sin pensar y luego se asustaban, era algo inevitable. Con su patita delantera, se limpió la cara.

 

—Miau.

 

Estiró sus patas traseras, que había mantenido recogidas. La interacción ya había sido suficiente, así que pensó en regresar.

 

Pero una acción inesperada lo detuvo. La criada, que estaba rebuscando entre sus ropas, sacó algo del bolsillo.

 

—Esto, es para ti. Me gusta coser, y pensé en ti mientras lo hacía. Como no sabía cuándo te volvería a ver, lo llevaba siempre encima. Qué suerte que hoy nos hayamos encontrado.

 

Ella le sonrió y extendió la mano. En su punta, colgaba un pequeño conejito de tela, más chico que su mano, hecho claramente a mano, puntada por puntada.

 

Ries lo miró fijamente. …Sintió un cosquilleo por dentro.

 

—¿No te gusta?

 

La gran sonrisa que llenaba su rostro se desvaneció con torpeza. Ries agitó la patita delantera hacia su mano.

 

La criada suspiró de alivio, y Ries, con mucho cuidado, tomó el muñeco con la boca.

 

Hizo un esfuerzo por no apretar con la mandíbula. No quería arruinar el regalo recién recibido.

 

—Es un secreto que yo te lo di, ¿sí?

 

Como respuesta afirmativa, Ries frotó su frente contra la falda de la criada. Risas suaves comenzaron a acumularse sobre ese gesto.

 

—Mmmmiau.

 

Ries finalmente se despidió. Parpadeó con suavidad y dio pasos ligeros.

 

Podía sentir su cola erguida, moviéndose alegremente de un lado a otro. Que alguien que antes lo rechazaba se acercara y le sonriera… era algo más agradable de lo que había imaginado.

 

Esperaba que algún día Justin también pudiera sentir algo así. Cuando se rompiera la maldición, eso sucedería. Él se encargaría de que así fuera.

 

Ries brilló los ojos mientras reafirmaba esa determinación.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

—…Ries.

 

Corrió a la habitación imaginando con ilusión a quien lo recibiría. Pero lo que encontró fueron unos ojos con una expresión difícil de describir.

 

—¿Miau?

 

Soltó el muñeco que tenía en la boca y lo miró hacia arriba.

 

Los dos orificios en la máscara eran lo único del rostro de Justin que Ries podía observar. Pero con el tiempo, solo mirando sus ojos, podía saber cómo se sentía.

 

Y por eso lo supo. Justin no estaba simplemente feliz de que hubiera regresado.

 

‘…¿Hice algo mal?’

 

No lo creía. No había causado problemas, no se había perdido, tampoco había tardado tanto.

 

Mientras inclinaba la cabeza sin saber qué pensar, Justin se acercó lentamente y se agachó.

 

Y extendió la mano. Ries pensó que lo acariciaría como siempre, pero no fue así.

 

—……

 

El conejo de tela, que había caído solo al suelo, fue tomado con cuidado por la mano enguantada de Justin. El muñeco, ya pequeño de por sí, se veía aún más diminuto en sus manos.

 

Justin lo miró con una expresión inescrutable.

 

—Veo que te han hecho un regalo.

 

Identificó la procedencia del objeto con un tono tranquilo.

 

—Me alegra que los sirvientes te estén tratando bien.

 

Expresó alivio. Cualquiera pensaría, solo por sus palabras, que estaba sonriendo con dulzura.

 

—…¿Nyaang?

 

Pero los ojos tras la máscara no mostraban eso. Más bien parecía preocupado, ansioso… y, de algún modo, molesto.

 

Ries, sin saber bien cómo reaccionar, pensaba rápido, cuando Justin pareció decidir algo y bajó la mano con el muñeco. El sonido de saliva tragada se escuchó claramente.

 

—¿Hay algún muñeco que te gustaría tener? Puedo comprártelo… No, te lo haré yo mismo.

 

—¿?

 

Ries no pudo decir nada.

 

Si se mirara al espejo, seguramente tendría los ojos bien abiertos y la boca entreabierta como un tonto. Aunque lo sabía, no podía evitar que sus músculos faciales actuaran por su cuenta.

 

—Entonces, esto significa que…

 

Volvió a repasar la conversación en su cabeza. Y, de pronto, le llegó la revelación.

 

‘¿Está… celoso?’

 

Ries lo miró fijamente. A pesar de haber declarado con tanta seguridad que él mismo haría uno, los ojos, rojos como perlas, titilaban nerviosamente.

 

Se contuvo con esfuerzo de rascar el suelo con ansiedad. Sentía mariposas en el estómago.

 

No se contuvo de mover la cola suavemente. Ries, con aire digno, alzó la cabeza y dio un paso al frente.

 

—Qué lindo comportamiento.

 

Era una expresión muy suave para un adulto, hombre, enmascarado y vestido de negro, pero a él no le importaba. O mejor dicho, no tenía tiempo para pensar en eso.

 

Saltó al sofá y tocó la caña de pescar que estaba prolijamente colocada encima.

 

El hilo atado al palo brillante se agitó de un lado a otro con el pez de papel al final.

 

Ya estaba algo deshilachado, tal vez era hora de reemplazarlo. Ries tocó con su patita lo que había puesto a dudar a Justin, y luego lo miró.

 

—¿El pez? Muy bien. Te haré uno enseguida, espera un momento.

 

El conejo de tela que Justine sostenía ya no estaba por ningún lado. Tal vez lo había dejado en el escritorio.

 

Ries se sintió un poco mal por la chica que se lo había regalado, pero no podía pedirle que se lo devolviera cuando su dueño se veía tan feliz.

 

‘Tendré que agradecerle aún más la próxima vez.’

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