El gato está en huelga - Capítulo 18

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Cuando Ketir finalmente aceptó el consejo del veterinario tras mucho pensarlo, fue como si estallaran fanfarrias en el cielo. Eso significa que estaba muy feliz.

 

¿Pero Justin?

 

Todavía no podía olvidar la expresión de Justin justo después de devorar las uvas.

 

Seguía pareciendo ansioso, nervioso y muy preocupado.

 

‘Me haré responsable.’

 

Como el verdadero causante… o más bien el gato causante del problema, decidió asumir la responsabilidad.

 

No podría vivir comiendo solo alimentos sanos y sosos como Justin quería, así que lo compensaría con otra cosa.

 

Movió sus patas delanteras con empeño. La sensación de sus músculos pectorales duros deshaciéndose ligeramente bajo las almohadillas resultaba bastante adictiva…

 

—…Ese sonido.

 

Grrrrrrr.

 

Ries, que ronroneaba sin parar como un motor, se quedó rígido de golpe. Abrió la boca, impactado.

 

‘¿Desde cuándo…?’

 

Había asumido que no podía hacer ese sonido a voluntad, y sin embargo, se había puesto a cantar el ‘canto del ronroneo’.

 

—Lo siento. Continúa.

 

—…

 

Justin le dio unas palmaditas en la espalda. En algún momento, su mano había encontrado un lugar bastante adecuado. Por alguna razón, eso le pareció injusto, y aunque quiso maullar en protesta, no logró emitir sonido alguno.

 

Fue porque sus ojos estaban más cerca de lo que pensaba. Sus ojos, brillantes como rubíes meticulosamente tallados por un maestro artesano, estaban despejados.

 

No había miedo, ni preocupación, ni tristeza. Justo como él quería. ¿Cómo iba a detenerse ante unos ojos así?

 

Al final, ese día Ries tuvo que ronronear hasta que se le secó la garganta y amasar hasta que se le entumecieron las patas delanteras.

 

Un trabajo pesado sin compensación. Esta vez lo dejaría pasar… pero la próxima no.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

El tiempo pasó volando.

 

Había pasado unos dos meses desde que empezó a vivir en la mansión del duque. Incluso Ries, que seguía pegado a Justin como un chicle, había desarrollado nuevas rutinas.

 

—¡Ugh!

 

Saltó con agilidad hacia la escoba que se movía frente a él. El sirviente que limpiaba el pasillo dio un salto, sorprendido.

 

—¿Eh? ¿Un gato…? Hup.

 

Las reacciones eran similares. Al principio se mostraban desconcertados por la aparición repentina del gato, luego veían el collar y cerraban la boca.

 

O, simplemente, actuaban como si no lo vieran desde el principio. En cualquier caso, todos acababan dándose la vuelta y huyendo.

 

Parecía que el rumor de que el gato del duque rondaba por la mansión empezaba a extenderse. Ries meneó ligeramente la cola.

 

¿Sabes cuál es uno de los instintos felinos?

 

El instinto de caza.

 

—¡Aaah! ¿Por qué me persigues?

 

—¡Meeooow!

 

Si huyes, me dan más ganas de perseguirte. Lo siento.

 

El ‘paseo’ de Ries era un poco particular.

 

Cuando le pedía a Justin que lo dejara salir, este le ponía un collar “especial” que había preparado con antelación. Tras una despedida llena de nostalgia, cruzaba la puerta y comenzaba el paseo.

 

El recorrido siempre estaba limitado al interior de la mansión. La razón era sencilla.

 

‘Aquí, Justin es el más fuerte.’

 

Después de todo, era un duque. Ries tenía como protector a alguien así. Nadie se atrevería a meterse con él, lo que significaba que estaba a salvo.

 

Después de vagar por la casa un rato, Ketir venía a buscarlo. Por lo que había visto, tras el incidente anterior, habían añadido una función de rastreo en tiempo real al collar.

 

Y eso era algo bueno. ¿No era prácticamente un servicio de transporte a casa? Al menos, ya no tenía que preocuparse por perderse.

 

Una vez acostumbrado al ambiente sombrío de la mansión, todo fue sobre ruedas. Los paseos se hicieron más frecuentes,

 

‘Y estas cosas también.’

 

Vio a un hombre corriendo desesperado frente a él. Su respiración entrecortada daba lástima, así que Ries decidió dejarlo ir por esta vez.

 

Ahora tenía que buscar a otro. Observó rápidamente los alrededores.

 

Este extraño juego de persecución tenía dos ventajas. La primera,  aliviaba el aburrimiento.

 

…Aunque dicho así suena raro, al principio no era esa la intención.

 

Cada vez que se encontraba con alguien durante el paseo, retrocedían como si evitaran un desastre. Por pura terquedad comenzó a perseguirlos, y eso se convirtió en parte de su rutina diaria, hasta que un día empezó a disfrutarlo.

 

Y la segunda ventaja, podía explorar rincones desconocidos de la mansión que nunca había visitado.

 

Esta vez también fue así.

 

‘¿Será el piso que usan los sirvientes?’

 

Sin duda, el ambiente era más luminoso que en los otros pisos. Luces brillantes, el sol llenando los pasillos, motas de polvo flotando en el aire.

 

A pesar de tener una estructura similar, el lugar se sentía acogedor. El murmullo más allá de las paredes y los pasos apurados transmitían vitalidad y vida cotidiana.

 

Sintió algo raro. Solo unos pisos más arriba, su dueño seguramente estaría trabajando solo en un silencio sepulcral.

 

Ese pensamiento duró poco. Ries divisó una puerta abierta y corrió hacia ella para esconderse detrás. Al asomar la cabeza, vio a una sirvienta de cabello castaño arremangándose para cambiar las sábanas.

 

—Ah, me olvidé una sábana.

 

Dos camas sencillas con estructura de madera. Parecía una habitación para el personal. El crujido se detuvo junto con su murmullo.

 

Ries volvió a esconderse detrás de la puerta.

 

Se oían pasos acercándose. Iba a seguirla después de que pasara, pero algo dentro de él le decía que debía abalanzarse sobre ella.

 

Al final, no pudo resistir la tentación de su instinto. Contuvo la respiración, movió apenas la cadera, y ¡salió disparado!

 

—¡Nyaang!

 

—¡Kyaa!

 

La sirvienta cayó de espaldas del susto. El golpe de su trasero contra el suelo fue tan fuerte que el sonido hizo que a Ries se le erizara la cola.

 

‘¿La asusté demasiado?’

 

Se preocupó de si se habría roto el coxis. Mientras la sirvienta se quejaba de dolor, él se quedó merodeando incómodo frente a ella… y entonces una presencia familiar se acercó silenciosamente por detrás y lo agarró del cuello.

 

—Santo cielo… Ries.

 

Era Ketir.

 

Su suspiro parecía contener muchas emociones a la vez. Ries sabía por qué, así que se dejó atrapar sin resistirse.

 

—Deja de molestar a la gente.

 

—¡Meeeooow!

 

—No hagas como que no sabes.

 

—…

 

—Solo en estos momentos te haces el sordo.

 

La reprimenda comenzaba. Afortunadamente, no continuó.

 

La sirvienta se había reincorporado. Al ver al mayordomo jefe sosteniendo al gato con tanto cuidado, sintió una disonancia cognitiva… y luego recobró la compostura.

 

—¿Se-señor mayordomo?!

 

—Disculpe. Este pequeño es muy travieso. ¿Está herida?

 

—¡Ah, no! ¡Estoy bien! ¡Soy bastante resistente! ¡Esto no es nada!

 

Aunque le dolía el trasero, era cierto. Respondió por reflejo.

 

Pero al ir procesando la situación, se dio cuenta de que ese gato era “el gato” del que todos hablaban entre los sirvientes últimamente.

 

¡El gato del duque!

 

Se le borró la sangre del rostro. Justo ayer le habían advertido que no se involucrara con él.

 

Ries observó el cambio en su rostro y saltó fuera del abrazo de Ketir. Sintió su mirada de traición clavándose en la espalda, pero decidió ignorarla por ahora.

 

Tocó con una patita a la rígida sirvienta. Ella se estremeció claramente al sentir la suave presión a través de la tela.

 

—Nyaang. Nyaaang.

 

Oh, funcionaba. Poco a poco, el color volvía a su rostro.

 

Al maullar con una voz dulce y calculada, ella cerró los ojos con fuerza. Su instinto y su razón parecían estar en conflicto.

 

El vencedor fue el instinto.

 

—Uuh…

 

Tras mucha lucha interna, extendió la mano y acarició suavemente el pelaje amarillo. Cada vez que rozaba cerca de las orejas, estas se agitaban con ternura irresistible.

 

—¡Guh! Qué… qué lindo…

 

Terminó por taparse la boca y suspirar. Fue una reacción honestísima. Ries, satisfecho, lamió su mano una vez y se retiró.

 

—Ries. Basta.

 

Ketir lo recogió como si hubiera estado esperando el momento. Esta vez, Ries se dejó llevar sin resistirse. Pronto, Ketir dio media vuelta y salió del cuarto.

 

Se oía la voz de la sirvienta despidiéndose apresuradamente. Ya era hora de volver de verdad.

 

La luz del sol se posaba cálidamente sobre su nariz. Si regresaba ahora, comería bien hasta la cena y pronto se pondría el sol.

 

Entonces Justin volvería a quedarse solo. Mañana no saldría a pasear. Se quedaría a su lado. Ries apoyó la cara contra el brazo de Ketir.

 

Andar por la mansión y encontrarse con personas era bastante divertido, pero tras cada encuentro fugaz, quedaba una sensación agridulce.

 

Con la cabeza apoyada, murmuró una pregunta.

 

—Meeow. Meeoow.

 

Ketir. ¿Por qué todos le tienen miedo a Justin?

 

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