El gato está en huelga - Capítulo 129
Lo comprende todo al mismo tiempo. Justín (su Justín) está ahora mismo sacando a rastras, con las uñas, lo que guarda enterrado en lo más hondo del pecho: cosas que cualquier persona querría mantener ocultas.
Lo mínimo sería fruncir las cejas con tristeza, dolerse por la sinceridad de su confesión, abrir la boca de inmediato y decirle que todo está bien. Pero, paradójicamente, eso era justo lo que a Ries le gustaba.
Era absurdo. ¿No estaba él en una situación casi idéntica a la que Justín acababa de confesar?
—Tal vez sea lo más natural.
—¿Natural…?
—Sí. A mí me pasó igual. Debería haberme preocupado por ti, haber preguntado primero si estabas bien… pero lo primero que sentí fue alegría de que me hablaras con tanta honestidad.
Siente su mirada posarse junto a su cabeza. Ries cierra los ojos y apoya la frente en el hombro de Justín.
—¿Te molesta que sea así?
—No, claro que no.
—Entonces estamos bien. No tienes por qué culparte.
—…
No dice nada. Pero en la forma en que le aparta con cuidado el cabello, Ries intuye que su ánimo ha mejorado un poco.
Pasaron unos minutos más sin que intercambiaran palabra. Justín, que parecía estar ordenando sus pensamientos, por fin rompe el silencio.
—…¿Le habrá dolido mucho?
—No lo sé con certeza… pero sí, probablemente.
—Ya… debió de haber sido muy doloroso, y aun así fingía estar bien delante de mí. Yo… no entiendo por qué llegó a ese extremo.
—Lo hizo porque Hillein te quería muchísimo, Justín.
Movió a propósito las manos entrelazadas. Acarició con el pulgar la palma del otro, jugueteó con las falanges largas y delgadas, hasta que finalmente entrelazó los dedos con firmeza.
—Aunque le doliera hasta las lágrimas, quería ver tu sonrisa, escuchar tu voz, quedarse a tu lado.
—…¿De verdad?
La voz que volvió no estaba cargada de dudas, ni la mirada perdida en la incomprensión. Justín, por fin, entendía por qué Hillein había actuado así.
Aunque sintiera que el cuerpo se le partía en dos, había algo que quería conservar a su lado. Porque ahora él también tenía a alguien así. El calor en su palma parecía indicarle el camino que debía seguir.
Ries lo consoló con dulzura.
—¿Lo ves? No fue culpa tuya, Justín. Yo también me sorprendí porque no sabía todo lo que había detrás, pero… fue su decisión, ¿no? No es que quiera culpar a Hillein, solo que… lo que quiero decir es…
—No.
Empezó con ternura, terminó en un balbuceo. Justín lo interrumpió antes de que sus palabras se enredaran aún más.
—Ya entendí lo que querías decirme. No tienes que esforzarte más.
—¿…De verdad?
—Sí. Tenías razón. Esto… no es culpa de nadie. Y ella tampoco querría que me culpara.
Pero aún, en un rincón de su mente, resonaba una voz que lo despedazaba, insistente.
Decía que todo era por la maldición que llevaba dentro, que si él no existiera, todo se habría resuelto, que nunca debió haber nacido… Y sin embargo, cada vez que estaba a punto de hundirse en esa ciénaga, una mano lo rescataba.
A veces era una patita suave, cubierta de pelusa. Otras, una mano humana, blanca y de formas delicadas. Fuera cual fuera su forma, siempre era cálida y gentil.
Hoy también fue así. Cuando el miedo lejano, la culpa y el asco amenazaban con arrastrarlo, Ries se convirtió, sin dudarlo, en el ancla que le permitía volver a pisar tierra firme.
¿Cómo no llamarlo un milagro?
—…Yo también lo habría hecho.
—¿Eh? ¿Qué dijiste?
—Nada. No importa.
Por eso, comprendía a su madre. No la culpaba por su decisión.
El dolor que debió de soportar durante tanto tiempo a su lado, la certeza de que, si seguía así, acabaría por desaparecer… Pensar en todo eso aún le provocaba punzadas en la cabeza, pero Justín ya no lo ignoraba.
Simplemente no lo había querido ver. El desenlace de aquel encuentro ya estaba escrito desde el principio. Y si no podía cambiarlo…
“Volvamos.”
No desperdiciaría el tiempo que le había sido concedido como un milagro. No podía seguir huyendo y perder incluso la última oportunidad que le quedaba.
Justín quería hablar largo y tendido con su familia. Con su madre, que le demostraba con todo su ser cuánto lo amaba.
Mientras tanto, Ries, que había hecho girar los ojos con suavidad, lo observaba con atención. Sus pupilas estaban más serenas que antes, y por si acaso, escudriñó la maldición, pero no detectó señales de que intentara manifestarse.
Sorprendentemente, Justín parecía estar realmente bien. Pensó que le tomaría mucho más tiempo recuperarse.
Al mirar la mano que seguía estrechamente unida a la suya, Ries notó, de forma tenue pero clara, cuánto había cambiado su amo desde la primera vez que se conocieron. Y era, sin duda, un cambio para bien.
El primero en levantarse fue Justín. Se sacudió el pantalón con desgano y miró hacia abajo, donde Ries seguía sentado.
—¿Volvemos?
—…¿Estás seguro?
—Sí. Me fui sin avisar, así que seguro están preocupados. Y además… quiero hablar un poco más con mi madre.
Ries abrió los ojos de par en par. ¿Madre?
Era evidente a quién se refería, pero podía asegurar que, en todo el tiempo que había pasado con Hillein, Justín jamás la había llamado así.
Solo podía suponer que se debía a razones emocionales… pero aun así, lo miró con renovada atención y se levantó para seguirlo.
—Cuando estemos allí, llámala así también. A Hillein le hará muchísima ilusión.
—…Está bien. Lo intentaré.
Ambos emprendieron el camino de regreso por el mismo sendero del jardín por el que habían llegado. Al salir de la sombra de los árboles, la luz del sol les bañó la cabeza con su resplandor.
El cielo estaba despejado, distinto a antes. Ya había notado que el clima había mejorado bastante, pero ahora el cambio era tan evidente que cualquiera podía sentir cómo la inestabilidad se había disipado.
Ries le habló a Justín con tono juguetón.
—¿Te acuerdas? La primera vez que vinimos aquí. Te empapaste por cargarme. Y justo cuando entramos, dejó de llover.
—Sí. Lo recuerdo bien.
—¿Sabes lo avergonzado que estaba? ¿Quién se pone así por un estornudo? Menos mal que no te resfriaste.
Sus ojos se curvaron apenas al encontrarse con los de él. Estaba claro que también recordaba aquel día con nitidez. Si se quitara la máscara, seguro se vería la comisura de sus labios alzándose con suavidad.
—Eras importante para mí. Y eso no ha cambiado.
—¿Eh? Eso…
—Gracias. Gracias a ti pude calmar mis emociones. Siempre termino recibiendo ayuda de ti.
—…
…Seguía teniendo ese don para lanzar verdades profundas sin previo aviso, dejándolo sin palabras. Mientras sus labios se movían sin emitir sonido, la presión en su mano entrelazada se hizo más firme.
Al alzar la vista, vio que Justín lo miraba.
—…Pero seguirás a mi lado, ¿verdad?
En sus ojos había una pizca de inseguridad. Pero esa duda se sostenía sobre una certeza: la de que quien tenía delante no se iría de su lado.
Ries desvió la mirada con fingida indiferencia y se abrazó con fuerza los brazos.
—¿Y esa pregunta? Voy a quedarme contigo hasta que seas un viejito encorvado. Ya me comprometí a hacerme cargo de ti, ¿no?
—…Sí, lo hiciste.
Una risa ligera brotó de sus labios. Era una sonrisa chispeante, idéntica a la que Hillein solía regalarle.
Ambos fingían no parecerse, pero lo hacían. Por eso, seguramente, todo saldría bien esta vez. Y después de eso… se frotó la nariz, que de pronto se le había puesto sensible.
Tendría que despedirse sin arrepentimientos.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
De vuelta en el despacho. A medida que se acercaban, el rostro de Justín se iba tensando poco a poco, y Ries empezó a preocuparse. Pero parecía que, al menos por ahora, podía dejar esa preocupación de lado.
Desvió la mirada hacia el otro lado. Allí estaba Hillein, tan rígida como su hijo. Y también Sepite, sin molestarse en ocultar el cansancio en su rostro.
“Parece que lograste convencerla.”
Fue justo en el momento en que, en silencio, agradecía su esfuerzo. El fantasma y el humano que tenía delante abrieron la boca al mismo tiempo.
—Lo siento.
—Perdón.
Tal para cual. Como si fueran madre e hijo de verdad, hacían exactamente lo mismo: disculparse apenas verse. Ries frunció el ceño con una expresión incómoda, pero enseguida se dio cuenta de algo.
—…Justín. No se te ve.
—…Por tu reacción, pensé que aún estaba aquí. ¿No es así?
—Sí, sí está. Pero…
—Ay, criatura, ¿para qué le pides perdón a alguien que ni siquiera puede oírte?
—¡Ah! Se me pasó por completo.
Hillein tampoco estaba mucho mejor. Se quedó un momento parada, incómoda, y luego rodeó a Justín para colocarse frente a él. Con cuidado, Ries le tomó la punta del vestido.
A partir del punto donde su mano la tocó, el cuerpo de Hillein empezó a definirse con más nitidez. Sus miradas se encontraron, y un silencio torpe se instaló entre los dos.
El único que parecía sentirse libre en esa escena era Sepite.
—Yo me retiro. No anden con rodeos, hablen claro para que no haya malentendidos. Aunque bueno, confío en que el pequeñajo sabrá manejarlo bien.
—¿E-espera, se va así como así?
—¿Y qué se supone que voy a hacer yo aquí?
¿Va a dejarme solo? Aunque no lo dijera en voz alta, el sentido de esa frase no podía ser más claro. Aun así, Sepite giró la cabeza con firmeza, sin dudar.
Con un aleteo rápido de sus aletitas, el muñeco desapareció en un instante. Ries solo pudo quedarse con la boca abierta, mirando hacia donde se había ido.
“Mi estabilidad emocional…”
Y así, otra vez, quedaron los tres.
Cerró los ojos con fuerza, y tras los párpados apretados, sus pupilas plateadas se sumieron en la oscuridad. Por más que lo pensara, meterse como tercero en una conversación entre madre e hijo le resultaba abrumador.
Pero ¿qué podía hacer? Sin él, ni siquiera podrían hablar. Así que, con una mezcla de resignación y ternura, tendió la mano para guiar a esos dos cuerpos que aún chirriaban al moverse.
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Hola muchas gracias a todos por leer en Newcat ♥