El gato está en huelga - Capítulo 127

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—Justín. ¿Estás ocupado? Quería preguntarte algo.

 

—No, no lo estoy.

 

A pesar de que junto a él se alzaba una montaña de documentos, negó con la cabeza como si nada. Si Ketir lo hubiera visto, probablemente se habría llevado la mano a la nuca, desconcertado.

 

Pero Ketir no estaba allí, y Ries no tenía intención de detener a Justín. Sentado en su lugar habitual, observaba con calma el sombrero que conversaba sin sobresaltos.

 

Hablar era algo que hacían con frecuencia. Desde siempre, al observarlos de cerca, parecía que entre ellos existía un muro invisible.

 

Sin embargo, desde aquel día en que por fin se atrevieron a compartir las dudas que durante tanto tiempo no habían podido expresar, ese muro se había derrumbado. La mirada, que había estado vagando sin rumbo, se detuvo en Hillein, que sonreía con dulzura.

 

—No puedo. No tengo… derecho.

 

La imagen de aquella vez en que ella dijo que no tenía derecho a ir a ver a su hijo se superpuso a la actual. Puede que no hubiera logrado liberarse por completo de su culpa… pero, comparado con aquella época en la que evitaba cualquier encuentro, esto era un gran avance.

 

Aunque ese pensamiento no duró mucho.

 

—¿Cómo conociste a Ries? Algo escuché, pero quería oírlo de tu propia boca.

 

¡Crac! El bolígrafo que sostenía con cierta culpa resbaló de su mano y rodó bajo el escritorio. ¿De repente?

 

Desde ese momento, el ambiente se volvió incómodo, como si levantar la mirada fuera un acto vergonzoso. Y Justín, que no solía hablar mucho —al menos no cuando se trataba de Ries—, empezó a contar cosas, una tras otra.

 

—…Nos conocimos en un callejón de la capital. Parecía que no había comido bien, era más pequeño que ahora, y cojeaba, como si se hubiera lastimado la pierna. Lo vergonzoso es que fue Ries quien me agarró primero. Ya entonces era tan adorable como ahora.

 

Sus ojos, perdidos en el recuerdo, y su tono nostálgico no eran un problema en sí.

 

Aunque usara palabras como “pequeño” o “adorable” delante del aludido —palabras que hacían difícil mantener las manos quietas—, al fin y al cabo, todo lo demás era cierto. Ries, con las mejillas encendidas, se frotó suavemente una de ellas con la mano contraria.

 

Pero lo que vino después fue otra historia.

 

—Entonces, ¿estaban destinados a encontrarse?

 

—¿Destinados…?

 

—Claro, claro. Justín, tú dijiste que casi nunca sales, ¿no? Encontrarse el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar… eso no es algo que pase fácilmente. Tú y Ries ya estaban unidos por el hilo del destino desde entonces.

 

Con las mejillas sonrojadas, hablaba como una niña que acaba de escuchar una historia de amor por primera vez.

 

—¿Y si eso no es destino, entonces qué lo es? Además, Ries es amable, bondadoso, adorable, encantador… ¡y hasta puede convertirse en un gatito monísimo!

 

—¿Y si eso no es destino, entonces qué lo es? Además, Ries es amable, bondadoso, adorable, encantador… ¡y hasta puede convertirse en un gatito monísimo!

 

—…Es cierto.

 

—Te lo aseguro con todos los años que he vivido, no habrá nadie que te quiera y te cuide tanto como Ries. Y tú…

 

—A mí también me gusta.

 

—¡Ay! ¿De verdad? Lo imaginaba, pero escucharlo de ti me deja mucho más tranquila.

 

Susurros, murmullos. Voces chispeantes que le hacían cosquillas en los oídos.

 

Aunque creían estar hablando en voz baja… para Ries, que debía permanecer junto a ellos casi por obligación para facilitar la comunicación, era imposible no oírlos.

 

Su rostro, que ya empezaba a teñirse de rojo, se encendió por completo. No cabía duda: esos dos se habían olvidado por completo de que la persona de la que hablaban estaba justo al lado.

 

—¿Sabes lo adorable que era Ries cuando me hablaba de ti? Se notaba tanto cuánto se esfuerza por ti. Si pudiera, te contaría cada detalle sin dejarme nada… pero no tengo ese talento…

 

—……

 

—Así que cuídalo mucho, ¿sí? Ámalo con todo tu corazón. No encontrarás a alguien como Ries en ningún lugar. No lo dejes ir. ¡Jamás!

 

—Esa es mi intención.

 

De otro modo, no estaría diciendo cosas tan vergonzosas con tanta naturalidad.

 

Ries, incapaz de huir o de interrumpir la conversación, se fue encogiendo poco a poco. Para cuando su cuerpo se había hecho uno con la silla, o eso parecía, ocurrió lo inevitable.

 

—…¿Qué están haciendo?

 

Sepite, que se había ausentado un momento, regresó.

 

  ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

—Ese pequeñín te quiere mucho, ¿eh?

 

Esa fue la reacción de Sepite tras escuchar toda la historia. Claramente seguía atrapado en la imagen de un “Ries tierno y adorable”.

 

—Pareces cansado. ¿Volvemos?

 

—No… estoy bien…

 

Ries, completamente desinflado, se dejó caer sobre el escritorio. Y pensar que hacía nada estaba tan animado… Ahora era Justin quien lo miraba con expresión preocupada.

 

Sintió una ligera punzada de fastidio, pero no tenía intención de decir nada hiriente.

 

Más que molestia, lo que sentía era una mezcla abrumadora de vergüenza y timidez. Sabía que ni Justin ni Hillein lo hacían con mala intención. Si acaso, todo lo contrario: sus palabras estaban llenas de afecto.

 

Justin, algo vacilante, le tomó la mano con cuidado. Ries no la apartó. Al contrario, la apretó con fuerza.

 

‘Bueno… supongo que no está tan mal…’

 

Aunque escuchar todo aquello era incómodo, si servía para que madre e hijo se acercaran más gracias a él, entonces valía la pena. Al ver los ojos rojos de Justin, esa convicción se hizo aún más firme.

 

Ojalá estos días se repitieran. Compartir pequeñas charlas, salir a caminar de vez en cuando… Quizá, algún día, podrían recorrer juntos el ducado.

 

Aún no habían empezado de verdad, pero si lograban terminar el desván que planeaban arreglar juntos, le gustaría mostrárselo a Hillein. Seguro que se emocionaría hasta las lágrimas.

 

Y tal vez, en un futuro no tan lejano, Hillein podría por fin liberarse por completo de la culpa que sentía hacia Justin. Quizá pronto podría sonreír con ligereza, sin cargar ya con ningún peso.

 

Y Justin…

 

Justin.

 

—Hillein. ¿Aún no?

 

—¿Eh? E-espera un momento. ¿Qué… qué está diciendo?

 

—Ya veo, conque así están las cosas… Tch, sigues siendo tan blanda. Sabes tan bien como yo que seguir evitando esto no te traerá nada bueno. Al final, tendré que ser yo quien lo diga.

 

El hilo de sus pensamientos se rompe. Ries, por puro instinto, se volvió hacia atrás. Primero vio al muñeco con su expresión indiferente, luego a Hillein, con el rostro invadido por la inquietud.

 

Sintió que el tiempo se volvía espeso, como si todo se moviera a cámara lenta.

 

Y en ese instante, lo comprendió. El deseo de que ese momento durara para siempre. El anhelo de que cada día por venir se pareciera a este. Tal vez todos esos sentimientos…

 

Tal vez nacían de una intuición vaga, pero persistente, de que esta cotidianidad estaba destinada a romperse algún día. Su mirada, que se deslizaba lentamente, terminó por posarse en Justin.

 

Y entonces, finalmente, Sepite desveló la verdad que Hillein tanto había querido ocultar.

 

—¿Cuándo piensas regresar? No te queda mucho tiempo. No, espera… con la maldición afectándote últimamente, debe quedarte aún menos.

 

—Espere, ancestro. Por favor, deme un momento. Yo… yo puedo explicarlo todo…

 

—No me digas que piensas desaparecer justo delante de ese hijo al que tanto proteges.

 

La mirada de Justin cambió. No podía ser de otra forma.

 

Maldición. Tiempo. Desaparición. Justin, que apenas empezaba a juntar las piezas de esas palabras dispersas, giró el rostro. Miró a Sepite, luego intentó adivinar dónde estaría Hillein y dirigió la vista hacia allí.

 

Sus miradas se cruzaron en diagonal, casi por casualidad. Y en ese mismo instante, ella se apresuró a hablarle.

 

—No, no es eso, Justin. No es tu culpa. Yo puedo explicarlo todo. ¿Sí?

 

Pero como la conversación ya había terminado y Ries no la estaba ayudando a materializarse, la voz desesperada de Hillein no logró alcanzarlo.

 

Ella lo sabía. Por eso, esta vez, dirigió su mirada a Ries.

 

—Ries, por favor. Ayúdame una vez más. Haz que Justin pueda verme. Te lo explicaré todo, lo prometo…

 

Su expresión despertaba compasión. Pero antes de que pudiera tomarle la mano…

 

—Por favor, dígamelo. Quiero saberlo todo. Necesito saberlo.

 

Justin se volvió. Su voz era serena, y por eso mismo, paradójicamente firme. Se dirigía a Sepite.

 

Como si lo hubiera previsto, Sepite comenzó a hablar, ofreciéndole la explicación que tanto ansiaba.

 

—…La esencia de un alma como la nuestra es la emoción. Cuando amas, odias o te preocupas por alguien con demasiada intensidad, esos sentimientos se convierten en un apego que ata el alma a esta tierra como una cadena.

 

—……

 

—Pero si lo piensas al revés, cuando esas emociones que te atan se desgastan, ya no puedes permanecer aquí. No es tan distinto de lo que llaman alcanzar el descanso eterno.

 

Se oyó un leve suspiro, pero la voz, cargada de pesar, no se detuvo. Las súplicas de Hillein para que se detuviera no surtieron efecto alguno.

 

—Si eso significa que ha decidido dejar atrás sus apegos y seguir adelante… entonces lo que ha hecho es perder para siempre el camino. Ha perdido su ancla, ha perdido su forma, ha perdido los recuerdos de su vida. Se convertirá en algo indistinguible de uno de esos males que anidan en tu interior.

 

¿Y qué diferencia hay entre eso y desaparecer?

 

Un fragmento de emoción que ya no puede llamarse humano. Tal como decía Sepite. Si de verdad llegara a ese punto, ya no sería humana.

 

La Hillein que él y Justin conocían desaparecería para siempre.

 

—Y tu maldición… es perfecta para desgastar el ancla de un alma. Lo que arde dentro de ti es codicioso, cruel, y tan vasto que cada vez que ve algo que puede devorar, enseguida muestra los colmillos.

 

—…Así que eso significa…

 

Justin contuvo el aliento. Cerró los ojos con fuerza, como si intentara alcanzar una conclusión objetiva a pesar de todo. La presión de su mano se intensificó un poco más.

 

—Está diciendo… que no debo estar a su lado.

 

Su voz pareció a punto de quebrarse, pero al final, toda emoción se desvaneció. Lo que quedó fue un tono agotado, extrañamente sereno.

 

—……

 

Sepite no respondió. Pero su silencio era una afirmación. En esa sala, no había nadie que no entendiera lo que eso significaba.

 

La presión de la mano también se desvaneció. Antes de que pudiera reaccionar, la mano de Justin se deslizó fuera de la suya. Ries alzó la cabeza de golpe.

 

—…Necesito algo de tiempo.

 

La frase, cuando por fin se escuchó, temblaba al final, como si hubiera sido escogida tras una larga y dolorosa deliberación.

 

Justin se levantó de golpe y salió del despacho sin mirar atrás. Sus ojos, cargados de emociones imposibles de descifrar, quedaron grabados con fuerza en la memoria de todos los presentes.

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