El gato está en huelga - Capítulo 126

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Así son los seres humanos por naturaleza. Ni el recién nacido que aún no comprende el concepto de la muerte, ni el anciano que ha vivido una vida plena pueden mantener la entereza cuando se enfrentan al final de su existencia.

 

Hillein no fue la excepción. Sonrió, frunciendo levemente la nariz.

 

—Fue egoísta, pero así fue. No quería morir. Quería seguir viviendo… contigo.

 

Una noche, tiempo atrás, la pasó en vela, llorando, suplicando a Dios.

 

Un año, un mes, no… aunque fuera solo una semana, por favor, concédeme tiempo para despedirme de mi hijo. Tiempo para decirle que lo amo.

 

Pero Dios guardó silencio, y la muerte fue tan justa como despiadada. La mano que se aferraba a su manga tanteó el aire con lentitud, como si buscara algo que ya no estaba.

 

—Pero si no podía ser así… si el destino exigía que uno de los dos muriera, entonces… yo deseaba ser la elegida. Porque incluso yo renunciar a ti… eso habría sido demasiado cruel.

 

Con la yema de los dedos, apartó un mechón de cabello desordenado detrás de su oreja. Fue un gesto tan delicado, como si tocara algo irremplazable.

 

En el instante en que el frescor de su tacto rozó el lóbulo de su oreja, Justin supo, con una certeza instintiva, que cada palabra que ella pronunciaba era una verdad sin una sola fisura de mentira.

 

—Por eso no te guardo rencor. Nunca te culpé. Ni una sola vez. Pero…

 

Y entonces, por primera vez, el rostro de Hillein se quebró.

 

—¿Y tú?

 

—……

 

—¿Tú… no me odiaste? ¿No odiaste que te dejara atrás? ¿Que te impusiera la vida sin preguntarte… no me odias por eso?

 

Eligió la vida de su hijo por encima de la suya, y encontró la muerte.

 

Pero el profundo anhelo que Hillein albergaba la mantuvo atada a este mundo. Aunque nadie pudiera verla, permaneció junto a Justin, sin alejarse jamás.

 

La comprensión llegó de pronto.

 

Al ver a su hijo vivir encerrado en un pequeño desván, cargando con el odio de su padre y el desprecio de tantos. Al verlo dormirse solo, anhelando el calor de otros. Al contemplar cómo su único tesoro, tras perder toda esperanza, se vaciaba por dentro.

 

Entonces, por primera vez, Hillein rompió en llanto. Aunque sabía que nadie la escucharía, no pudo contenerse.

 

—Lo siento… Lo siento tanto. Esto no era lo que deseaba. No quería que fuera así. No quería verte así.

 

Ese lugar era el infierno de Justin. Y ella, con sus propias manos, había empujado a su hijo a un infierno que él jamás pidió.

 

Y cuando Justin empezó a sufrir por la maldición, lo comprendió aún más. No tuvo más remedio que admitir que, en el pasado, había sido egoísta, arrogante, y que había subestimado el peso de las emociones humanas.

 

Y ahora, al encontrarse frente al Justin que había crecido soportando días infernales, Hillein, como su hijo antes que ella, sacó a la luz la pregunta que había guardado en lo más profundo de su corazón.

 

—Yo…

 

murmuró Justin.

 

Una voz tan débil y tenue que apenas se distinguía de un susurro. Pero poco a poco fue cobrando firmeza, volviéndose nítida. Los ojos rojos, inescrutables, se clavaron en Hillein sin un solo temblor.

 

—Cuando era muy pequeño… sí. Creo que la resentí. Hubo momentos en los que quise preguntarle por qué me había traído al mundo, si lo hizo porque me odiaba, si era un castigo.

 

―…….

 

—Pero ahora ya no.

 

Sus ojos, que parecían buscar en el pasado, se desviaron hacia abajo. Hacia su compañero, que desde hacía un tiempo había adoptado forma de gato y permanecía en silencio.

 

Con una sola patita apoyada con cuidado sobre el dobladillo del vestido, dejaba claro que no pensaba interrumpir la conversación. Las comisuras de sus labios se curvaron suavemente.

 

Su milagro. Su redención. Incluso si todas las desgracias que había vivido hubieran sido solo para encontrar a ese ser, habría valido la pena. Incluso si pudiera volver atrás en el tiempo, Justin elegiría regresar a su infierno sin dudarlo.

 

Por eso, su respuesta ya estaba decidida.

 

—…Gracias. Por no haberme abandonado.

 

Hubo un tiempo en que vivir era una condena, una pesadilla. Pero ya no. Había encontrado un lazo precioso. Y también… había descubierto que tenía una familia que lo amaba.

 

No era que nunca lo hubieran amado. Solo que no lo había comprendido. Solo que no había sabido reconocer a esa presencia que, aunque más fría que cálida, siempre había estado a su lado.

 

Hillein abrió mucho los ojos al oír su respuesta. Las lágrimas volvieron a acumularse, y sus mejillas temblaron. Su boca se contrajo entre una sonrisa y un gesto de llanto, deshaciéndose y recomponiéndose una y otra vez.

 

Incapaz de articular palabra, repitió ese gesto por un largo rato, hasta que por fin se movió. Retiró la mano, dio un paso atrás, y murmuró con los labios temblorosos:

 

—¿Puedo… abrazarte, solo una vez?

 

Justin dudó un momento, pero al final asintió.

 

Un paso. Otro. Los cuerpos, que por un instante se habían alejado, volvieron a acercarse. Hillein abrió los brazos con todas sus fuerzas y abrazó al hijo que había crecido tan hermoso.

 

Un leve aroma a flores, un movimiento tan ligero como una pluma, el frescor de su piel al contacto. Justin fue percibiendo cada detalle, y con cuidado, también extendió los brazos.

 

Abrazó el cuerpo menudo de la mujer. A diferencia de los vivos, sentía que si apretaba un poco más, ella podría deshacerse entre sus brazos. Pero no importaba.

 

—…….

 

―…….

 

Permanecieron en silencio, abrazados.

 

Hacía frío, pero era cálido. Aunque el viento marino les azotaba con su helor, en lo más profundo del pecho parecía que alguien hubiera encendido una hoguera.

 

  ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Pasaron algunos minutos más así. Fue Hillein quien se apartó primero. Como si nunca hubiera estado a punto de llorar, alzó la mano con el rostro iluminado y señaló el cielo.

 

—Debe de ser porque el sol ya se está poniendo… el viento se ha vuelto más frío. A mí no me pasa nada, claro, pero tú podrías resfriarte. Ya hemos paseado suficiente, ¿te parece si volvemos?

 

Fue entonces cuando vio a Ries, encogido bajo su vestido, aferrado al dobladillo. Con los ojos muy abiertos, ella soltó un grito ahogado y abrazó al gato con apremio.

 

—¡Dios mío! ¿Desde cuándo estabas ahí así?

 

—¡Miau! ¡Prrr!

 

Sus manos se movieron con diligencia, acariciando con rapidez entre el entrecejo, alrededor de las orejas, la coronilla, la espalda. Ries quedó atrapado en ese torbellino de caricias antes de poder pestañear siquiera.

 

Y es que, claro, ¿cómo iba a interrumpir una conversación tan seria entre madre e hijo recién reencontrados? A menos que uno fuera de corazón realmente mezquino, no se le ocurriría hacerlo.

 

Incluso Sepite, que se había escondido entre los arbustos del fondo, debía de pensar lo mismo.

 

Aunque… no había tiempo para pensar en eso. Ries apretó los labios y, con todas sus fuerzas, giró la cabeza de un lado a otro, tratando de evitar el contacto.

 

—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? ¿Te hizo daño el viento?

 

—Déjeme ver. Por favor, sujételo un momento.

 

—Sí, claro. Ries, tranquilo, tranquilo. Solo queremos ver cómo estás. Muy bien, quédate quietecito. Solo un momento, ¿sí?

 

Pero estos dos… madre e hijo, eran tal para cual.

 

Con ojos llenos de preocupación y una voz suave, casi como si hablara con un niño, ella intentaba ver su rostro a toda costa. ¿Habría olvidado por un instante que dentro de ese cuerpo había una persona?

 

La resistencia de Ries no duró mucho. Era una batalla desigual: dos adultos contra un gato. No tenía ninguna posibilidad. Al final, no pudo evitar que le sujetaran la cara.

 

—…Mrr. Snif. Mrrr…

 

—Oh… no me digas… ¿estás llorando?

 

—……

 

Se le escaparon un par de lágrimas, y lo pillaron sorbiéndose la nariz. Una mano blanca le acarició con urgencia el pelaje húmedo bajo los ojos.

 

La reacción fue inmediata. Hillein se quedó desconcertada. Justin, paralizado.

 

Pero solo por un instante. Quien rompió el silencio fue alguien que, en lugar del hijo que se había quedado rígido como una muñeca vieja, bajó la cabeza y susurró con una sonrisa:

 

—¿Lloraste por Justin, verdad? Sabía que eras un niño muy dulce.

 

—…Prrr.

 

Giró la cabeza hacia el otro lado, ahora libre.

 

Solo se le escaparon unas lágrimas al ver cómo se abrían el corazón. No era para tanto como para que lo llamaran “dulce”.

 

Lanzó una mirada furtiva a Justin, que parecía haber comprendido la situación. Por suerte, su rostro se había iluminado. Extendió la mano y le acarició la mejilla. Era un toque cálido, de esos que ablandan el alma.

 

Después de eso, tal como habían dicho, terminaron el paseo y regresaron a casa. Sepite, que había estado escondido y salió tosiendo con fingida indiferencia, fue recogido por Justin.

 

Ries, desde su posición elevada, observó los labios de su amo mientras se movían, y memorizó cada palabra.

 

“Gracias.”

 

Como si quisiera decir que él también sabía que se estaban preocupando por él. Sepite no respondió con palabras, pero el leve aleteo de su aleta dejaba entrever que, en el fondo, se sentía satisfecho.

 

Y cuando por fin llegaron sanos y salvos al despacho…

 

—Miau. Prr.

 

—¿Eh? ¿Qué pasa?

 

Ries no volvió de inmediato a su forma humana. En su lugar, alzó una patita. Una garra apenas asomada se enganchó en el dobladillo del vestido, que se balanceaba suavemente desde abajo.

 

Contuvo el impulso de mirar hacia abajo y, en su lugar, tomó aire. Aún le quedaba una pregunta que quería hacerle a Hillein.

 

—Mrrr. Miau. ¿Mrrr…?

 

En resumen: ¿No te duele el cuerpo?

 

Había algo que Justin aún no sabía. Las almas, que son la condensación de los apegos no resueltos en vida, inevitablemente se ven afectadas por la maldición que él carga.

 

Según quienes lo han experimentado… es como un dolor punzante, un frío tan intenso que hace temblar el cuerpo, una sensación tan espeluznante que no puede describirse con palabras.

 

A simple vista, Hillein no mostraba señales de nada extraño. Pero seguramente ella también sentía algo parecido. Y no era cosa de ir preguntando eso en voz alta delante del amo.

 

—¿Te preocupas por mí?

 

Pero Hillein sonrió con dulzura. Su rostro no mostraba la menor incomodidad, y negó con la cabeza como diciendo que no hacía falta.

 

—Estoy bien. He pasado por esto muchas veces, ya me he acostumbrado. De verdad, no me afecta. Es más…

 

—¿Miau?

 

—Soy feliz. Más que en cualquier otro momento de mi vida.

 

Su sonrisa se ensanchó aún más. Los hoyuelos que se le formaron en las mejillas y el leve rubor que las coloreaba la hacían parecer una mujer de su edad, viva, luminosa.

 

Ries la observó en silencio, y luego curvó también las comisuras de los labios. Entonces está bien.

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