El gato está en huelga - Capítulo 114

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Justín contemplaba un rincón del despacho.

 

Junto al escritorio, sobre el cojín que solía servir de refugio a Ries, el lugar donde normalmente quedaría marcada la forma redondeada de su cuerpo, hoy se mostraba inusualmente liso y firme. Una señal clara de que su dueño llevaba tiempo ausente.

 

Y no es que estuviera cumpliendo funciones como asistente en otro lugar. Al desviar la mirada hacia el escritorio vacío, carente de todo calor, Justín recordó las últimas palabras que Ries le había dejado.

 

—¡Justín! ¡Voy a dar un paseo!

 

Lo había dicho con una prisa evidente. Aunque fue enternecedor verlo regresar apresurado solo para recoger su muñeco, lo que realmente inquietaba a Justín era la expresión expectante en su rostro, el tono animado que, sin saber por qué, le resultaba incómodo.

 

Quizá porque últimamente había acompañado cada uno de sus paseos. Que saliera corriendo sin siquiera proponerle ir juntos le dejaba una extraña sensación. Bajo la máscara, sus ojos rojos se hundieron en silencio.

 

—Eh… ¿Mi señor duque?

 

Una voz cargada de tensión lo sacó de sus pensamientos. Con un leve retraso, su mirada volvió a enfocarse.

 

—¿Acaso hay algún problema en el informe que no logré identificar?

 

—No.

 

—Entonces… ¿hay algo que le incomode físicamente?

 

—Tampoco. Estoy bien.

 

El corpulento hombre había formulado dos preguntas con cautela. Solo cuando recibió una negativa clara a ambas, su rostro se relajó con un tenue alivio.

 

Yorte Nostik, un talento que había alcanzado el puesto de capitán de caballería a una edad temprana. Aunque Justín conocía su nombre desde hacía tiempo, era la primera vez que se reunían a solas.

 

Observó con atención al hombre frente a él. Nervioso, algo intimidado, pero no asustado.

 

Según lo que Ketir le había contado, gozaba de buena reputación y habilidad. Había alcanzado su posición sin recurrir al poder del representante de su casa, lo que lo hacía aún más valioso.

 

Aceptar un informe no previsto era, en parte, una muestra de consideración hacia alguien así. Desde el principio, Justín solo tenía una pregunta que deseaba hacerle.

 

—Quiero preguntarte sobre la señorita Yucalt.

 

—¿Melissa… se refiere a ella? Responderé lo mejor que pueda con lo que sé.

 

—Últimamente parece estar pasando por momentos difíciles. ¿Sabes algo al respecto?

 

—…

 

Era sobre Melissa Yucalt.

 

La pregunta pareció tan inesperada que por un instante se dibujó una sombra de confusión en el rostro del capitán. Pero en un abrir y cerrar de ojos, recuperó la compostura.

 

No era cualquier persona quien preguntaba, sino el propio duque. Debía haber una razón de peso. Quizá incluso estuviera relacionado con un asunto de gran importancia que él no podía siquiera imaginar.

 

Sin saber que todo partía de la preocupación por un gato, endureció el gesto y respondió. Ya tenía algo en mente, así que no tardó en contestar.

 

—Tal como sospecha, señor. Últimamente los conflictos con su familia parecen haberse intensificado. En especial, su relación con el hijo mayor, quien está preparándose para la sucesión, parece bastante tensa.

 

—¿El hijo mayor?

 

—Sí. Al tratarse de un asunto familiar, no pude indagar en detalle, pero… tiene fama de ser alguien con muy mala reputación…

 

Después de eso, compartió algunos datos más, aunque la mayoría no eran más que rumores sin fundamento. Justín los escuchó por un oído y los dejó salir por el otro, mientras rumiaba una sola palabra.

 

“Asuntos familiares, entonces.”

 

Era difícil intervenir si la propia implicada no pedía ayuda. Más aún si se trataba de un tema de sucesión. Sin embargo, el gato al que tendría que transmitirle esta respuesta seguramente no se quedaría tranquilo.

 

“No estará de más investigar un poco.”

 

Por ahora, tenía un par de frentes más que vigilar: la casa del conde Yucalt… y la del marqués de Merillin. Solo con evocar ese nombre, la imagen del hombre que lo portaba le revolvió el estómago. Inspiró hondo para calmarse.

 

—Entiendo. Gracias por responder. Si detectas algo fuera de lo común, infórmame de inmediato. Por hoy, puedes retirarte.

 

—¡Sí, estaré muy atento, señor!

 

Solo entonces despidió al capitán. El hombre, aún en tensión, respondió con firmeza y abandonó el despacho sin demora. Así, Justín quedó solo, haciendo girar en silencio la pluma entre los dedos.

 

—……

 

Pensamientos desordenados, dispersos, se agolpaban en su mente. Pero entre todos, había uno que lo inquietaba más que los demás.

 

El primero en surgir fue el marqués de Merilin. Desde que supuso que Chesif Merillin había descubierto la verdadera identidad de Ries, había estado reuniendo información. Pero hasta ahora, nada destacable. Un silencio… demasiado sospechoso.

 

Tampoco había señales del lado del príncipe heredero. La falta de contacto especial sugería que ellos tampoco habían logrado nada.

 

Y dejando eso de lado…

 

—Huu…

 

Respiró hondo, lenta y repetidamente. Soltó la pluma y se frotó el rostro por encima de la máscara, como si intentara despejarse. Sin darse cuenta, murmuró:

 

—Dije que no le quitaría su libertad…

 

Lo había dicho mientras paseaban por el jardín recién renovado, él y Ries.

 

—Quiero que seas más libre.

 

Fue una verdad dirigida a Ries, sí, pero también una advertencia para sí mismo.

 

No cruces la línea. No desees más de lo que debes. ¿Vas a herirlo con tus propias manos?  

Una y otra vez se había repetido esas palabras, hasta que se convirtieron en un muro firme. En un grillete que lo mantenía a raya.

 

Así que… debía dejarlo estar.

 

No debía entrometerse sin derecho, ni suplicar afecto solo para él, ni forzarlo a quedarse a su lado. No había razón para arrastrar a quien le había traído una felicidad inmerecida a las sombras de su propio egoísmo.

 

Su respiración, antes entrecortada, empezó a estabilizarse. Cerró los ojos con fuerza, los volvió a abrir, tomó de nuevo la pluma que había dejado y, tras reconfortarse en silencio, volvió a sumergirse en los documentos.

 

Desde que supo que Ries se convertiría en humano, era una emoción que lo asaltaba una y otra vez. Pero al menos, en controlarla, en dominarla… en eso, sí tenía experiencia.

 

A menos que ocurriera algo inesperado, así sería sin duda.

 

  ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Tras varios encuentros periódicos con Hillein, Ries había llegado a una conclusión.

 

¿Era por eso?

 

“Creo que me está acosando un fantasma.” No era una afirmación ligera. Si se lo hubiera dicho a Justín, él habría hecho todo lo posible por resolverlo.

 

Pero Ries no había mencionado ni una sola palabra al respecto. Tal vez esto también formaba parte de esa “intuición” que a veces le servía de guía.

 

Una corazonada: si ambos se encontraban sin estar preparados emocionalmente, la situación podría desbordarse sin remedio.

 

Se acurrucó con calma y se permitió imaginar un futuro que ya no podría alcanzar.

 

Una madre y un hijo que se cruzaban por accidente. Hillein huiría, convencida de no tener derecho a ver a Justín… y él la malinterpretaría.

 

O quizá se limitaría a pensar que era lo esperado, con amarga resignación.

 

Su expresión seguiría siendo la misma de siempre: impasible. Podría incluso abrazarla con naturalidad, diciendo que las heridas infligidas por la sangre ya habían sanado y dejado de doler.

 

Pero incluso sobre una herida cicatrizada pueden surgir nuevas grietas. Si se deja de cuidar, si se aparta la atención, si se abandona el vínculo… la herida puede abrirse de nuevo. Y eso también aplicaba a Justín.

 

No quería verlos así. Y además, para ser simples suposiciones… había algo que no encajaba. Su mirada se desvió, casi sin querer, hacia Hillein.

 

—¡Vaya! ¿Así que Justín hizo él mismo el muñeco con el cuerpo del antepasado? Seguro que se parece a mí. Siempre me dijeron que tenía buena mano para las manualidades desde pequeña.

 

Una sonrisa radiante, un tono vivaz, palabras que fluían como una charla despreocupada. A simple vista, parecía una mujer alegre y sin preocupaciones. Pero Ries, que ya había hablado con ella varias veces, lo sabía bien.

 

Esa mujer… era increíblemente terca.

 

—Disculpa, ¿no cree que sería bueno reconsiderarlo? Yo puedo intentar convencer a Justín. Podríamos fijar una fecha y al menos tener una conversación…

 

—No. No tengo derecho… y no quiero ponerte en una situación difícil.

 

Primer rechazo.

 

—Estoy seguro de que Justín también querría conocer a sus padres.

 

—Gracias por decir eso. Pero ni siquiera pude detener a Edler, a él… ¿Cómo podría presentarme ante ese niño y fingir ser su madre?

 

Segundo rechazo.

 

—¡Se lo aseguro! Justín es tan amable, tan inteligente, tan competente… Sabe distinguir enseguida quién ha hecho daño y quién no. Entenderá que Hillein no tiene culpa alguna…

 

—Eso… eso… Ah… Lo siento. No puedo. De verdad, lo siento…

 

El tercer intento, disfrazado de promoción del “amo”, también fue rechazado. Por un momento pareció que había funcionado, y justo por eso, al recordarlo, resultaba aún más frustrante.

 

—La próxima vez podríamos con Justín…

 

—Oh, ¿dejamos la charla por hoy? Justo había quedado con otro fantasma para recorrer el jardín.

 

A esas alturas, Hillein comenzaba a cortar la conversación apenas se mencionaba el nombre de Justín.

 

Y ahora. Apenas Ries lo mencionó, ella intentó marcharse de inmediato, lo que lo obligó a transformarse rápidamente en gato. Por dentro, hervía de frustración.

 

Una sensación de derrota infló su pequeño cuerpo. Haber creído que sería fácil convencerla fue su mayor error. Tac tac tac, su cola golpeaba el suelo con irritación, hasta que una mano juguetona la rozó y él soltó un largo suspiro.

 

—Meuung. Miau. Mrr.

 

—Jejeje. ¿Aquí? ¿O prefieres que te acaricie aquí?

 

—¡Kya!

 

—Ah, no te gusta que te toquen ahí… Lo tendré en cuenta. Perdón.

 

Hace un momento decía que tenía un compromiso, y ahora se dedicaba por completo a acariciarle el pelaje. Aunque le molestaba que lo despeinara sin cuidado, era algo que podía tolerar.

 

Pero la leve sensación de vacío era inevitable.

 

Menos mal que es débil ante lo adorable.

 

Como buena madre de Justín, en eso también se parecían. Ignorando deliberadamente la mirada compasiva de Sepite, Ries se obligó a ordenar sus pensamientos.

 

Lo primero que le vino a la mente fue, como era de esperar, el pasado de Hillein. Más precisamente, lo que ocurrió después de la absurda muerte de Edler en aquel accidente de carruaje.

 

¿De verdad Edler no llegó a ver a Hillein?

 

Cegado por el odio, convertido en espíritu vengativo, Edler no pudo ver a la esposa que tanto había añorado.

 

Si aún fuera humano, habría soltado una carcajada amarga. No había ironía más cruel ni escena más absurda que esa.

 

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