El gato está en huelga - Capítulo 113

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Al contemplar esa figura en silencio, sin darme cuenta, se me escapan las palabras.

 

—Entonces vamos a verlo. Yo te ayudaré.

 

Las heridas que uno cree cerradas a veces despiertan un dolor punzante. Cuanto más profundas, más lo hacen. Y eso también debía aplicarse a Justín.

 

Por eso había propuesto transformar juntos este desván, que no era otra cosa que una cicatriz viva de su pasado. Por eso, en este preciso instante, le había sugerido a Hillein que fueran a ver a Justín.

 

Quería que Justín supiera que también había tenido una familia que lo amó con ternura.

 

Incluso me invadió una nostalgia que no me correspondía. Si lo hubiera conocido antes, si hubiera podido decirle esto más pronto… tal vez habría sido menos solitario.

 

Fue entonces cuando comprendí el problema.

 

‘Ah.’

 

Ante el pensamiento repentino, Ries suspiró por dentro y cerró los labios.

 

Fijó la mirada en la mujer frente a él. Su cuerpo azul, translúcido, era prueba de que no pertenecía al mundo de los vivos. Y siendo Hillein un espíritu, no podía evitar verse afectada por la maldición que envolvía a Justín.

 

‘Eso no está bien.’

 

Si la llevaba, no habría conversación posible. Solo dejaría en Justín un recuerdo doloroso. Ver a su madre biológica temblando de miedo, aplastada por la energía maldita… no, por más que lo pensara, era algo que no podía hacerle.

 

Movió los labios de nuevo, esta vez para corregir lo dicho, pero ni siquiera alcanzó a hablar antes de que ella se le adelantara.

 

—No.

 

—……

 

La respuesta, inesperadamente firme, lo dejó sin palabras. Bajó la mirada hacia Hillein y, con esfuerzo, volvió a hablar.

 

—¿Es por la maldición de Justín?

 

—Claro que no. Hace un poco de frío, pero estoy bien. Puedo soportarlo. Soy su madre, después de todo. Pero…

 

—……

 

—Aun así, no puedo. No tengo… derecho.

 

¿Que no tenía derecho? Otra respuesta inesperada. Pero su expresión caída y la voz que transparentaba sus emociones hacían fácil leer lo que sentía.

 

Culpa. Pena. Nostalgia pegajosa. Y una leve dosis de autodesprecio. De todo ello, la culpa era sin duda lo más pesado.

 

No era difícil de entender.

 

La alegría de poder ver el rostro de Justín había durado apenas un instante. Al verlo sufrir por la maldición, ser maltratado por su propia sangre, señalado por todos… ¿qué habría sentido Hillein?

 

Tal vez lo odió. Tal vez intentó luchar contra todo. Pero al final, debió comprenderlo, que su capacidad de intervenir en este mundo era limitada, y que con eso no bastaba para salvar a Justín.

 

Así que lo que ahora tenía Ries frente a sus ojos era lo que quedaba de alguien que se había consumido resistiendo esa realidad cruel, y que al final había aceptado que no podía cambiar nada. Era la ceniza de una rendición.

 

—Y además… lo sabes, ¿verdad? Aunque vaya, ese niño no podrá verme.

 

—Eso puede solucionarlo este pequeñajo. Ha estado rondando con tanta insistencia que no puedes no saberlo.

 

Justo cuando ella intentaba rechazar la propuesta con otra excusa, Sepite se interpuso.

 

—Este mocoso es de la raza Myojok. Maneja poderes especiales que los humanos ni siquiera pueden imaginar. Si ahora tengo esta forma… ejem, esta presencia física, es gracias a él.

 

—…….

 

No podía haber testimonio más vívido que el de alguien que lo ha vivido en carne propia. Hillein no respondió de inmediato; sus labios se movieron apenas. Ries leyó en ese gesto una clara vacilación.

 

Así que volvió a extender la mano.

 

—Yo puedo ayudarla. Estoy seguro de que Justín también querría verla.

 

—Yo…

 

Su voz tembló como una vela expuesta al viento. La mano que aferraba con fuerza el borde del vestido también se estremeció, pero no llegó a tomar la mano que se le ofrecía.

 

—Estoy bien. Ahora Justín te tiene a ti… y más que nada, no quiero usar tu buena voluntad para cumplir un deseo egoísta. No soy tan descarada.

 

—…¿De verdad?

 

Fue Ries quien dio un paso atrás primero. En su tono, ligero a propósito, percibió una firmeza que no se quebraría con facilidad. Y pensándolo bien, era comprensible.

 

Era una decisión construida a lo largo de mucho tiempo. No iba a derrumbarse por las palabras de un desconocido con quien apenas había hablado por primera vez.

 

‘Necesito más tiempo.’

 

Ries se reafirmó con una mirada decidida.

 

Ya que ella misma había admitido que no era la maldición el problema, haría lo que fuera para que Justín y Hillein se encontraran. Quería que su amo supiera que había sido amado por su familia, y que aún lo era.

 

Lo convencería, sin importar qué tuviera que hacer.

 

—¿Puedo venir mañana a hablar con usted otra vez?

 

—¿Eh? ¿Conmigo?

 

Para lograrlo, necesitaba establecer encuentros regulares con la mujer frente a él.

 

Juntó las manos con fuerza, abrió los ojos todo lo que pudo y miró a Hillein con la expresión que solía usar cuando era gato y quería algo.

 

—¿No le da curiosidad saber cómo ha vivido Justín en la capital? ¿Cómo nos conocimos? ¿Qué nuevos pasatiempos tiene? ¿Qué suele comer últimamente? ¿O qué color de cepillo prefiere cuando le peino el pelaje?

 

—E-esas palabras… ¿significan que me lo contarás por mí?

 

—¡Claro que sí! Además, como soy de la raza Myojok, puedo tratar la maldición de Justín. Si quiere, puedo revisar su estado cada día y contarle con detalle cómo se encuentra.

 

La expresión de Hillein pronto se volvió soñadora, como si estuviera atrapada en un sueño.

 

Como alguien que, sin esperarlo, recibe aquello que ha deseado toda su vida, parpadeó sin saber qué hacer… y poco a poco, su rostro comenzó a iluminarse con una alegría imposible de contener.

 

—¿Puedo… escucharlo? ¿De verdad?

 

Un leve temblor sacude la comisura de sus labios. Basta con que pierda un poco el control para que esa sonrisa se dispare hacia arriba. Un segundo después se cubre la boca con ambas manos, pero ya es demasiado tarde: Ries lo ha visto todo.

 

Aunque había rechazado la propuesta de ir juntos, esto… esto no quería rechazarlo. Lo sabía. Ries asintió con gusto.

 

—Por supuesto.

 

—Entonces quiero escucharlo. ¡De verdad quiero!

 

—Perfecto. Justín volverá pronto, así que ahora no es el mejor momento. ¿Qué tal si nos encontramos aquí mañana a esta misma hora?

 

Asentía con tanto entusiasmo que su rostro se movía arriba y abajo como si celebrara una victoria.

 

Y esa voz, tan vivaz que no podía ocultar la emoción… era como ver una flor marchita recuperar su color y su fuerza.

 

‘Bien.’

 

Ya tenía la promesa. Solo quedaba una cosa, seguir encontrándose con Hillein y convencerla poco a poco de hablar con Justín. De paso, había algo que quería preguntarle.

 

Por ejemplo, si había visto a Edler.

 

‘Ambos son espíritus, así que debieron poder verse.’

 

Y si lo había visto… ¿por qué no lo detuvo?

 

En aquel momento, Hillein ayudó a que Justín interviniera más rápido, pero fue más bien una irrupción repentina, casi improvisada.

 

‘¿Por qué?’

 

Desde que la vio por primera vez, o más bien, desde que notó que era amable con Justín, esa pregunta no había dejado de rondarle la cabeza.

 

Solo con ver cómo actuaba Edler, uno podía notar que vivía por y para ella. Si Hillein se hubiera interpuesto, tal vez no habría llevado a cabo ese plan demencial de “robar el cuerpo de Averitt para arrebatarle a Justín lo que más amaba”.

 

Pero ahora no era el momento. Si se demoraba más, tenía la sensación de que Justín vendría a buscarlo personalmente.

 

‘Todavía hay tiempo.’

 

Así que esa pregunta tendría que esperar.

 

Observó a Hillein en silencio y cambió de forma. En un instante, su cuerpo se encogió y su campo de visión descendió. Como de costumbre, lamió sus patas delanteras con la lengua.

 

Fue entonces cuando sintió algo acercarse por encima de su cabeza.

 

—Ah.

 

Alzó la mirada y vio una mano que se había detenido a medio camino. Por la posición, parecía que quería acariciarle la cabeza…

 

Entrecerró los ojos y miró a Hillein, luego acercó su frente. Gracias a la energía que había reunido de antemano, la mano no lo atravesó.

 

—Waaa… qué suave…

 

Una mano más fría que la de cualquier humano, pero no por ello menos cálida.

 

Su caricia era torpe, sin técnica alguna. Como si nunca hubiera acariciado a un animal en su vida. Las orejas se le iban hacia atrás una y otra vez, los ojos se tensaban hacia arriba, afilándose sin querer.

 

Aun así, se contuvo. Incluso se permitió frotar el rostro contra su mano, como muestra de afecto. Aunque hacía apenas unos segundos se habían mirado cara a cara en forma humana, lo cual lo hacía todo un poco más embarazoso…

 

‘Es la madre de Justín.’

 

La primera pariente de sangre que realmente parecía una pariente.

 

Y como creía sin dudar en la sinceridad de su preocupación y su culpa hacia él, esto era lo mínimo que podía hacer. Al saborear su tacto, incluso encontraba similitudes sutiles.

 

—Parece que planeas tumbarte y estirarte hasta que ese mocoso regrese.

 

La voz de Sepite lo sacó de su ensueño. Se deslizó rápidamente fuera de la mano de Hillein y agitó la pata hacia ella.

 

El gesto, tan parecido a un saludo humano, hizo que el rostro de la mujer se suavizara. Al parecer, tampoco le importaba que ese mismo ser con quien había hablado como humano ahora se comportara como gato.

 

—Mañana, te esperaré aquí.

 

Aunque sus ojos estaban llenos de nostalgia, Hillein no intentó retener al gato que se alejaba. Ries intuía que era para evitar encontrarse con Justín.

 

Y entonces, una voz tenue se deslizó en el aire.

 

—…Gracias, Ries.

 

Era un agradecimiento. Cuando volvió a mirar atrás, la figura vestida con el vestido ya había desaparecido.

 

Sepite, que también miraba hacia el fondo, preguntó:

 

—¿Planeas hacer que se encuentren?

 

—Miau.

 

Ries asintió como si fuera lo más natural del mundo.

 

Por si acaso, lo observó de reojo, temiendo que se opusiera. Pero el pequeño pez de peluche solo parecía pensativo, no molesto. Mientras movía sus aletas con suavidad, añadió:

 

—Si no fuera por ti, esos dos habrían caminado en líneas paralelas toda la vida sin encontrarse. Ries, es una suerte que estés aquí.

 

Era un apoyo claro, una tranquilidad evidente. Ante su tono sereno, como si confesara una verdad profunda, Ries se sintió repentinamente avergonzado y se sacudió las orejas con torpeza.

 

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