El gato está en huelga - Capítulo 109
Tardó muchísimo en llegar ese “lo que quería decir”.
Pero no importaba. Después de todo, cuando era gato, había pasado treinta largos minutos junto a Justín solo para escuchar una respuesta suya. Así que estaba acostumbrado.
Por suerte, antes de que la impaciencia lo carcomiera, Justín abrió la boca. Su voz, cargada de vacilación, se deslizó con extrema cautela, observando sus reacciones mientras hablaba.
—Preferiría que… no durmieras aquí.
—¿Eh?
—…Mi cama no es precisamente estrecha. Como hasta ahora… podrías seguir durmiendo conmigo…
Y de nuevo, como si las palabras se le atascaran, se quedó callado. Ríes, que lo observaba como hipnotizado, notó el leve rubor en los ojos de Justín y entendió de inmediato lo que quería decir.
‘¿Quieres que sigamos durmiendo juntos?’
Apenas lo pensó, las palabras se le escaparon sin remedio. Fue, literalmente, inevitable.
—¿Así como estoy? ¿O en forma de gato?
—…
—…
Y, como era de esperarse, un silencio aún más denso que el anterior cayó sobre ellos.
Justín llevaba rato con la mirada perdida, completamente paralizado. Ríes, al darse cuenta de lo que acababa de decir, sintió unas ganas abrumadoras de meterse en un agujero y desaparecer.
Maldita sea su lengua. El otro no parecía tener intención de hablar, y él no se atrevía a abrir la boca otra vez, incapaz de arreglar lo que acababa de soltar. Justo cuando sintió el impulso de golpearse la boca con ambas manos, un sonido crujiente se hizo presente.
Ríes giró la cabeza para buscar la fuente del ruido.
—Chomp chomp.
Un pez de peluche se estaba atiborrando con algo. Lo había dejado por ahí mientras exploraba la habitación, pero no tenía idea de dónde había sacado comida.
—¿Qué está haciendo?
La pregunta se le escapó con cierto desagrado. El pez agitó sus aletas con desgana y respondió mientras masticaba con entusiasmo.
—Maíz frito. Creo que se llamaba Melissa. Una caballera que te escoltaba me enseñó la receta. Dijo que era perfecto para ver espectáculos interesantes…
Su voz se fue apagando poco a poco, hasta que terminó con un suspiro de frustración.
—Pero… ¿por qué se me atora tanto?
Agitaba sus pequeñas aletas hacia el cuerpo como si quisiera golpear su propio pecho, como haría una persona desesperada. Y sería mentira decir que no parecía ridículo.
Aun así, gracias a eso, la tensión inexplicable que los envolvía se disipó un poco. Ríes carraspeó, y por fin logró enmendar su desliz.
—Bah, solo estaba bromeando. Obviamente en forma de gato. Ya estoy acostumbrado al cuarto de Justín, me gusta más dormir ahí.
—…¿Sí? Qué alivio.
Aunque la voz se le quebró un poco, aunque al principio se le escapó un gallo, aunque sus ojos no lograban fijarse en un punto y rodaban inquietos… ¿qué importaba? Con el asentimiento de Justín confirmado, eso ya contaba como una victoria.
Aliviado, volvió a recorrer la habitación con la mirada. Estaba limpia, le gustaba. Se notaba el cuidado del dueño, y eso también le agradaba…
‘Me pasaré de vez en cuando, nada más.’
Aun así, prefería estar junto a Justín.
Mientras recogía los restos del maíz frito que había dejado Sepite, pensó en cuál sería el próximo destino. Justo entonces, se le ocurrió el lugar perfecto.
—Justín, se me ocurrió un sitio al que quiero ir.
Interrumpió su masticar y tiró de Justín.
Solo había estado allí una vez, pero durante toda su vida en el palacio, jamás lo había olvidado. Las siluetas de ambos cruzaron el pasillo.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
Lo recordaba tan vívidamente que no necesitaba guía para llegar.
El problema fue el trayecto. Se toparon con varios sirvientes, lo que alargó un poco el camino. Le vinieron a la mente sus rostros sorprendidos al saludar.
Algunos eran conocidos, otros apenas los había visto. Por sus reacciones, parecía que ya estaban al tanto de la existencia del “nuevo asistente”. A Ríes eso le resultaba grato.
Aunque la combinación era algo peculiar. Las miradas incómodas se dirigían a Justín, que caminaba detrás.
Un nuevo asistente que se había vuelto tema de conversación entre los sirvientes, y el duque siguiéndolo como una sombra. No era difícil entender por qué no podían apartar la vista.
—Hmm. Este lugar… ya habíamos venido antes.
Y por fin, cuando Ríes llegó al sitio que tanto deseaba visitar, Sepite (aún cargado en sus brazos) lo reconoció al instante.
Un pasillo largo, escaleras interminables, y al final, la cima del palacio. El suelo de madera crujía sin cesar, y había una pequeña puerta a la que solo se podía acceder agachándose.
Ya no era un gato, así que tuvo que inclinarse para entrar. El olor a polvo viejo le cosquilleó la nariz.
Justín lo siguió, aún sin entender del todo.
—¿Por qué aquí…?
—Tú mismo me lo presentaste una vez. Quería verlo otra vez, con esta mirada.
—…
El desván donde Justín había vivido de niño le provocaba las mismas sensaciones que antes. Húmedo, sucio, estrecho… como una celda.
Los pasos de Ríes dejaron huellas de distintos tamaños en el suelo. Se acercó a la ventana, que parecía no haberse abierto en años, y la empujó con cuidado.
Estaba seguro de que así lo recordaba…
—Ah.
¡Crack!
Sin tiempo siquiera de reaccionar, la ventana se hizo añicos y una nube de polvo blanco se elevó en el aire.
Ríes bajó la mirada, desconcertado, hacia su mano. La ventana de madera, partida en dos y colgando de forma lastimera, parecía más miserable de lo que debería.
Giró la cabeza con un chirrido. Pero antes de poder mirar a Justín, el polvo que se acercaba sigilosamente lo envolvió por completo.
Dicen que el amor y los estornudos no se pueden ocultar. Y el estornudo… no lo pudo contener.
—¡Achís!
Silencio.
El calor empezó a subirle al rostro. Lo había reprimido hasta el límite, así que el sonido salió extraño. No quería estornudar, y mucho menos con ese tono adorable que se le escapó sin querer.
Fue entonces cuando escuchó una risa suave.
—Tu estornudo sigue sonando igual que antes.
Justín, al que Ríes miró de reojo, parecía inusualmente contento. Sacó un pañuelo del bolsillo y con cuidado le cubrió la boca y la nariz. El tejido suave tenía un aroma tenue.
Ya no olía tanto a hierbas fuertes como cuando vivía en la capital. Ríes, sin darse cuenta, olfateó el pañuelo. Había un dejo amargo, como de hojas de té machacadas, y también un frescor verde, como corteza de árbol en verano.
Pero al cruzar la mirada con Justín, la vergüenza lo invadió. Desvió los ojos con torpeza y se apresuró a disculparse.
—Lo siento por romper la ventana. Solo quería ventilar un poco.
—No pasa nada. Ya estaba en mal estado cuando vivía aquí. Después de tanto tiempo, no es raro que se haya roto. No fue tu culpa, no te preocupes.
—Ajá…
—Dame eso que tienes. Podrías clavarte una astilla.
Y en un parpadeo, Justín le quitó el trozo de ventana que aún sostenía. Ríes, con la mano vacía, empezó a abrir y cerrar el puño sin saber qué hacer. Justín dejó el fragmento en el suelo y le advirtió:
—Dijiste que querías ver este lugar con nuevos ojos. No sé si ya lo has visto suficiente, pero no deberíamos quedarnos mucho tiempo. El aire no es bueno, hay demasiado polvo. Podría afectar tus bronquios.
—¿Eh? Ah…
Era una preocupación que ya había escuchado alguna vez. Ríes jugueteó con los dedos y propuso con cautela:
—Sobre eso… ¿y si limpiamos este lugar?
—¿Limpiar?
—Sí. Hay mucho polvo y huele a moho, pero si lo dejamos limpio seguro mejora. Después podríamos cambiar los muebles rotos.
Los ojos gris plateado de Justín giraron lentamente. La cama con las patas rotas, el armario con olor rancio, el suelo de madera agrietado. Los observó uno por uno antes de volver a mirar a Ríes.
—Elijamos juntos lo que nos guste. Cambiamos primero la cama y el armario, luego el sofá, la alfombra, las cortinas… y lo que falte, lo añadimos.
—…
—…Aun así, lo primero será poner una ventana nueva, ¿no?
El viento que se colaba por el hueco abierto lo hizo retroceder, cambiando de tema. Cerró la boca y observó con cautela la mirada indescifrable del dueño del lugar.
Su voz, ahora más apagada y tímida, continuó con vacilación.
—Así este sitio ya no podrá seguir… hiriéndote, Justín.
—…
—¿Dije algo demasiado a mi manera?
La pregunta, empapada de preocupación, flotó en el aire. Justín, por fin, negó con la cabeza. Su voz, como salida de un sueño, se deslizó suave.
—Es solo que… no sabía que pensabas así.
—¿No te gusta?
Los ojos de Ríes recorrieron la habitación, como si sacudiera los restos de memorias que ni siquiera sabía que seguían ahí.
Ese desván estrecho que, en su infancia, fue para Justín un infierno perfecto, una prisión. En su momento, una herida tan profunda que no dejaba de sangrar. Pero ahora, no era más que una cicatriz cerrada.
Había decidido dejarlo estar, sin necesidad de volver, ni de romper, ni de cambiar nada. Pero eso también había cambiado.
Pronto, ese lugar dejaría de ser un nudo que guardaba el pasado, y se convertiría en símbolo de un nuevo comienzo, de transformación, de vínculo.
Y cada vez que viera el nuevo paisaje, pensaría en el rostro de quien más quería y cuidaba en el mundo. Su corazón se inclinó sin dudar.
—No. Hagámoslo como tú dijiste. Quiero hacerlo como tú lo imaginaste.
Asintió con fuerza. Al ver cómo se iluminaba el rostro frente a él, empezó a hacer cálculos: a quién encargar la limpieza, qué muebles elegir…
Ya que habían decidido “llenarlo juntos”, podrían pedir un catálogo y escoger lo que les gustara. Mientras pensaba en eso, Justín lo tomó con suavidad y lo guió hacia afuera.
—Snif.
—Demasiado polvo, como sospechaba. Si lo hubiera sabido, lo habría limpiado antes.
—Está bien. Snif, fui yo quien quiso venir, snif, ya se me pasará.
Apenas terminaron de hablar, Ríes empezó a sonarse la nariz con entusiasmo, como si hubiera estado conteniéndolo todo ese tiempo. Pero la mirada que Justín le dirigía era demasiado tierna como para ser solo preocupación.
—¿…?
Sepite, que no había entrado con ellos, no pudo ocultar su desconcierto ante aquella actitud extraña y exagerada. Por la tela de su cuerpo, el polvo se le pegaba con facilidad, así que había esperado afuera… pero ahora que los veía, parecía que había pasado mucho más de lo que imaginaba.
Aunque pronto, su expresión volvió a la calma.
—Qué típico.
Seguro que ahí dentro se habían enredado, dicho y hecho cosas que harían desesperar a cualquier tercero. Sepiut ya estaba más que acostumbrado a la lentitud exasperante de esos dos.
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♥ Gracias ♥
Hola muchas gracias a todos por leer en Newcat ♥