El gato está en huelga - Capítulo 108

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Pero que ese sujeto haya intentado contactar al veterinario… Es como descubrir de pronto una astilla bajo la uña que llevaba mucho tiempo sin notar. No puedo dejar de pensar en ello, y una incomodidad sorda se instala en un rincón de mi mente.

 

‘¿Descubrió algo?’

 

Si de verdad fue así, con esa personalidad codiciosa y retorcida que tiene, no se quedará de brazos cruzados.

 

Observé disimuladamente el rostro de Justín. ¿Estará pensando lo mismo? Comparado con antes de recibir al doble, su expresión se ha ensombrecido visiblemente.

 

Aunque no fueron solo ellos dos quienes recibieron noticias de Chesif. Poco a poco, como si emergiera desde el fondo, un pez de peluche ocupa un rincón del escritorio de Justín. Como siempre, Sepite finge ser un simple muñeco.

 

Sus rasgos, antes redondeados, tienen ahora algo extrañamente triangular. Y apenas formulé ese pensamiento, una voz mordaz estalló en el aire.

 

—Esos desgraciados sombríos nunca cambian, ¿verdad?

 

Una sola frase, cargada de desprecio. Si antes mostraba fastidio al hablar de la familia real, esta vez Sepite no se molestó en ocultar su repulsión.

 

—¿Conoces al marqués Merillin?

 

—Claro que lo conozco. Bueno, en realidad conozco a su antepasado… Pero viendo esa carta y cómo reaccionaron ustedes, parece que siguen siendo igual de despreciables.

 

Su cola se agita con fuerza.

 

Ries sintió una intensa camaradería en su reacción. Antes de convertirse en humano, no sabía hablar y no pudo expresarlo. Después, distraído por otras cosas, lo había olvidado. Pero al encontrar a alguien con quien despotricar, todo aquello por fin empezó a salir a la luz.

 

—¿Así que es cosa de familia? Ese tipo, cuando vivió un tiempo en casa, no paraba de hacerme la vida imposible. Se quejaba de que era sucio, de que soltaba pelo, ¡y me encerraba en un almacén lleno de polvo! Como me ignoraba tanto, hasta los sirvientes me golpearon un par de veces.

 

A diferencia de cuando se lo mencionó de pasada a Justín, ahora la rabia le brota desde lo más profundo del pecho. Incluso al recordarlo, el trato recibido le enerva.

 

—Y cuando venía Diana, esa sacerdotisa, se hacía el inocente. ¡Me obligaba a actuar con ternura! Si mostraba que no me gustaba, ni siquiera me daba comida… Bueno, y cuando lo hacía, era un engrudo asqueroso que parecía sobras mezcladas. Pero eso sí, se daba todos los aires de generoso.

 

—¿Desquitarse con un animal? Basura humana.

 

—¿Verdad que sí? Y ahora que lo pienso, los dos son iguales. Se encontraron porque son tal para cual. ¡Cada vez que se juntaban, no paraban de hablar mal de Justín!

 

Que si hablaban mal de Justín todos los días, que si casi le hicieron creer cosas horribles sobre él… Las quejas acumuladas brotan como una cascada.

 

—Tsk, patético. Igualito a su antepasado. ¿Sabes cómo era en mi época? Se metía en todo, buscaba pelea por cualquier cosa, y hasta cuando el desastre estaba a punto de caer, seguía igual.

 

—¿De verdad?

 

—¡Claro! No tenía talento, pero sí una ambición desmedida. Se quejaba de que recibía demasiado apoyo, que había que reducirlo… ladraba sin parar. Al final, puso como excusa una herida y huyó cobardemente del frente. Todavía tengo grabada su cara aterrada.

 

Si al menos tuviera las manos en buen estado, habría dibujado esa figura ridícula y la habría esparcido por todo el imperio. La respuesta fue tan entusiasta que rozaba lo excesivo, como si la positividad se hubiera transformado en fervor.

 

En medio de la conversación, que sin darse cuenta se había convertido en una sesión de difamación sobre la Casa del Marqués Merillin, Sepite reveló aún más episodios impactantes del pasado, y añadió con voz hosca:

 

—Ese complejo de inferioridad y esa inseguridad suya no desaparecen ni aunque pasen generaciones… A veces me pregunto si no será que el rencor, como las maldiciones, también se transmite por la sangre. Será mejor seguir el consejo del príncipe heredero y vigilar los movimientos de ese sujeto por ahora.

 

Era una frase cargada de significado. La expresión “el rencor se transmite por la sangre” resonó con especial fuerza. Aunque el propio Sepite parecía haberla soltado sin pensarlo demasiado…

 

Una murmuración escapó de los labios de Justín, interrumpiendo sus pensamientos.

 

—¿Te dejó sin comer… te encerró en un almacén… y te golpearon?

 

—Eh… sí…

 

La voz era tan escalofriante que solo con oírla se erizaba la piel. Ries giró la cabeza con lentitud y torpeza para mirar a su amo.

 

—¿Y qué más? ¿Qué te hizo ese tipo?

 

—Bueno… además de eso, hubo otras cosas…

 

Tragó saliva. Aunque no lo había notado, la garganta se le había secado. Y si no era imaginación suya, los ojos que se asomaban tras la máscara negra parecían brillar con una energía inquietante.

 

Una intuición difícil de ignorar empezó a susurrarle al oído.

 

‘…Si se lo cuento, va a salir corriendo hacia la capital.’

 

Podía oír el sonido de una cuerda vital tambaleándose en algún lugar de la ciudad.

 

Pensándolo bien, nunca le había contado a Justín con detalle lo que vivió en la Casa Merillin. Lo había mencionado una vez, sí, pero apenas como un comentario al pasar…

 

Esta era probablemente la primera vez que Justín escuchaba, con atención real, y se detenía a pensar en ello.

 

—…Justín, no estarás pensando en hacer algo raro, ¿verdad?

 

No era la reacción apasionada que Ries esperaba. De hecho, lo único que le importaba era que Chesif había hablado mal de Justín, y por eso había compartido la historia.

 

Mordisqueó sus labios y bajó la mirada. Sepite, que había girado el cuerpo hacia el otro lado como si no supiera nada, se hacía el desentendido.

 

Demasiado evidente. Como diciendo: “Haz lo que quieras.” Ries, que sabía demasiado bien cuándo intervenir y cuándo no, extendió la mano con resignación hacia el pez renegado.

 

—Mira, ya todo eso es cosa del pasado… Si no fuera porque habló mal de Justín, ni me afectaría, de verdad.

 

Su mano se deslizó con cautela hasta aferrarse a la manga de Justín.

 

—Ese príncipe heredero… sí, es un poco cínico, molesto, y fastidia a Justín, pero parece que hace bien su trabajo. Y además está Justín. Así que seguro que no pasa nada grave.

 

Funcionó. Los ojos, antes encendidos por la ira, comenzaron a calmarse poco a poco. Y justo en ese momento, a Ries se le ocurrió una buena idea.

 

—Hagamos eso.

 

—…¿Eso?

 

Ries observó los dedos temblorosos de su amo, y sin pensarlo más, lo atrajo hacia sí.

 

Aunque no fue una fuerza especialmente intensa, Justín fue arrastrado sin poder resistirse, parpadeando con la mirada perdida. Era evidente que había olvidado por completo lo que él mismo había dicho tiempo atrás.

 

Una sonrisa se dibujó en su rostro claro y delicado, como si algo le hubiera alegrado el día. Ries, con una mano firme, atrapó al flotante Sepite y lo encajó bajo el brazo con destreza.

 

—¡Vamos a recorrer la casa! —exclamó Ries con voz entusiasta.

 

No había olvidado aquella promesa que Justín le hizo: “Con el mismo rostro, te presentaré el castillo de nuevo.”

 

Ahora que el asunto con el doble había concluido, y que la aparición de “Rienstein Elton” en el castillo ya no resultaba extraña, por fin tenía la oportunidad de recorrerlo con sus propios pies.

 

Gracias a Ries, que se llevó al dueño de la habitación y a su muñeco, el despacho quedó completamente vacío.

 

Una ráfaga de viento se coló por la ventana entreabierta, desordenando los papeles cuidadosamente apilados sobre el escritorio.

 

…Si Ketir lo hubiera visto, habría negado la realidad, se habría sumido en la melancolía y, finalmente, habría aceptado la escena con una resignación disfrazada de serenidad.

 

  ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Las manos entrelazadas se sentían torpes.

 

Había salido corriendo con él sin pensarlo, y por eso no encontró el momento adecuado para soltarle la mano. O mejor dicho, fue Justín quien, apenas salieron, la apretó con fuerza, impidiéndole soltarla.

 

Ries movía los ojos de un lado a otro, alternando entre el rostro de su amo y sus manos. Por un instante pensó, con humor, que el sonido de sus ojos girando podría llegar a los oídos de Justín. Justo entonces, la mano se soltó.

 

—…Lo siento.

 

Parecía que recién ahora se daba cuenta de lo que había hecho. Al ver el rubor en sus orejas, Ries se sintió aún más incómodo. Agitó las manos con nerviosismo.

 

—Ah, no, no. Está bien. A mí no me molesta seguir tomados de la mano, pero, bueno, si alguien nos ve podría sorprenderse, ¿no? Podría malinterpretarlo… y eso… me pone algo nervioso…

 

—…

 

—…

 

Sus excusas, más cercanas a un balbuceo que a una explicación, no lograron ningún efecto. Solo Sepite, que se había deslizado fuera del costado de Ries, soltó un suspiro incomprensible.

 

—Ay, por favor…

 

El silencio entre los dos se rompió justo después. El que había estado evitando mirar a los ojos, con la mirada baja y ladeada, habló con cautela.

 

—…Me alegra que no te haya molestado. En realidad, lo hice porque quería proponerte algo.

 

—¿Proponerme?

 

—Sí. Si no tienes ya un lugar en mente, hay uno que quiero mostrarte antes que cualquier otro.

 

Antes siquiera de preguntar “¿Dónde?”, sus miradas se cruzaron. Justín, con una leve curva en los ojos, añadió:

 

—Tu habitación.

 

—¿¿Una habitación?? ¿Tengo una habitación?

 

—Sí. Ahora que tienes esta forma, eres parte de la familia de la mansión ducal. Era natural prepararte un nuevo refugio.

 

Ries mostró un interés evidente. Justín, como si hubiera anticipado esa reacción, lo guió con naturalidad.

 

Tras recorrer un largo pasillo, llegaron a una habitación no muy lejos del despacho. Para ser más precisos, estaba más cerca del dormitorio de Justín.

 

Justín abrió la puerta con cuidado.

 

Sin el más mínimo chirrido, la puerta se deslizó suavemente, revelando el interior. Ries entró como hipnotizado, incapaz de ocultar su asombro.

 

—Guau…

 

Muebles de alta calidad y adornos que parecían bastante costosos llenaban el espacio. Nada resultaba excesivo, y el ambiente transmitía una sensación de amplitud y luminosidad, como si hubieran tenido en cuenta su gusto por los espacios abiertos.

 

Además, en compartimentos discretos, había una cantidad abrumadora de artículos para gatos… Observó con cierta incomodidad las cañas de pescar y los peluches antes de cerrar el cajón.

 

No sabía cuándo usaría todo eso, pero bastaba una mirada para notar el esmero con que se había decorado la habitación.

 

—¡Me encanta! ¿Desde cuándo lo estabas preparando?

 

La cama, firme y estable incluso al dejarse caer con todo el peso, fue lo que más le gustó. Medio recostado, disfrutando del tacto, Ries preguntó:

 

—Desde antes de que se completara el artefacto mágico. Pero…

 

La respuesta llegó rápido, aunque al final se notaba una ligera vacilación. Como si tuviera algo serio que decir.

 

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