El gato está en huelga - Capítulo 104

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Era evidente que no tenía ni la más mínima intención de involucrarse. Y aun así…

 

‘Es una muñeca poseída. Dentro está nada menos que el ancestro de Justín. Como lo descubrieron hablando, ahora finge ser un hada.’

 

¿Quién podría decir algo así?

 

Podría jurarse que ni el príncipe heredero esperaba una respuesta semejante.

 

Y sin saber nada de eso, el otro seguía enviando una mirada ardiente. Intentaba esquivarla, fingir que no la notaba, pero era tan directa que las mejillas no dejaban de arder.

 

—¿Por qué no respondes?

 

¿Había renunciado ya a obtener algo de Justín? La mirada, cargada de silenciosa insistencia, parecía dirigida solo a él.

 

La duda duró apenas un instante.

 

Ries, que hasta entonces había estado sentado con docilidad, girando los ojos sin decir palabra, desapareció de pronto con un ¡puf! Entre el montón de ropa caída, algo se movió.

 

—Vaya…

 

Lo que asomó entre los pliegues fue un gato color queso amarillo. Al ver que había vuelto a un estado mudo, el príncipe heredero se quedó pasmado.

 

Una evasión perfecta.

 

—No le incomode.

 

—¿Entonces el duque hablará en su lugar?

 

—…

 

Uno (o más bien uno y medio) se escondió tras la espalda de su dueño, mientras este permanecía con los labios sellados como piedra.

 

El príncipe ya sabía que, hiciera lo que hiciera, esa boca no se abriría.

 

‘Por eso presioné por otro lado.’

 

Los ojos, rebosantes de frustración, se clavaron en la espalda del duque. El cuerpo erizado tembló levemente.

 

No quería esconderse del todo, pero tampoco perderse lo que ocurría. Tal vez por eso su postura era tan torpe. Las patas delanteras aferradas al duque, las traseras firmes sobre el sofá…

 

En conjunto, la imagen era clara:

 

Un gato erguido sobre dos patas.

 

—…

 

El labio del príncipe heredero tembló. Intentó convencerse de que, siendo un ser híbrido, había una persona dentro. Pero la risa se le escapaba, débil, inevitable.

 

Con esa piel y ese comportamiento… eso era trampa.

 

Al final, negó con la cabeza y alzó la bandera de rendición.

 

—No hay caso. Me has mostrado una escena que no podré olvidar, así que me retiraré… Tu arte para evadir respuestas es exquisito.

 

—¿Miau?

 

La cabeza redonda se ladeó, con las orejas puntiagudas alzadas. No parecía tener la menor idea de su postura.

 

El príncipe heredero, en lugar de señalar directamente el asunto, echó una última mirada de soslayo a la muñeca sobre el cojín y se puso de pie.

 

—Mañana regreso. Ya empieza a ser un suplicio escuchar las súplicas de mis asistentes. Me habría quedado más tiempo, pero la agenda no coopera.

 

Añadió una frase más, con la misma voz teñida de sonrisa.

 

—Si tienes previsto ir a la capital, asegúrate de buscarme.

 

—Entendido.

 

—Ni siquiera preguntas por qué. ¿Sigues pensando que es por el duelo?

 

—…

 

El silencio fue una afirmación. El príncipe heredero se encogió de hombros, como si lo hubiera anticipado.

 

—Si aceptaras el duelo, no me molestaría. Pero esta vez no se trata de eso. ¿Recuerdas la operación de limpieza del mercado negro que dirigió la familia imperial hace diez años?

 

—Sí.

 

—A raíz de aquello, los grandes nombres del llamado “submundo” se mantuvieron ocultos para no caer en la red de investigaciones. Gracias a eso, la tasa de criminalidad en la capital y las ciudades cercanas descendió notablemente.

 

Hubiera sido ideal que todo siguiera así. Pero su expresión se tornó preocupada.

 

—Últimamente, los investigadores han detectado movimientos de nuevas facciones. Todos los detenidos mencionan el mercado negro. Eran oportunistas, atraídos por el nombre como polillas por la luz.

 

—…

 

—Nadie ha confirmado su existencia, pero yo estoy convencido. Los desechos del imperio, que se arrastraron por el suelo para sobrevivir, han encontrado un nuevo refugio. Como cucarachas, se han reunido en ese lugar donde no mueren.

 

Justín no respondió. Parecía sumido en pensamientos profundos.

 

Lo mismo ocurría con Ries. Liberó el brazo de su dueño, se sentó y empezó a rumiar aquella palabra que le había chirriado especialmente.

 

‘Últimamente la he oído mucho.’

 

Mercado negro. También lo había escuchado de Embio y de Sepite.

 

Según lo que sabía, en el pasado tuvo un papel importante en la caza y venta de híbridos. Fuera entonces o ahora, estaba claro que los involucrados eran problemáticos.

 

Pero decirle eso a Justín…

 

—Me gustaría pedirte que participes en la investigación.

 

Tal como esperaba. El rostro de Ries se frunció con disgusto.

 

—Ja, esa mirada es fulminante. Qué suerte tienes de tener un amigo que te protege así.

 

—…

 

—No era mi intención que lo tomaras como un elogio.

 

Las quejas no surtieron efecto. Justín acariciaba con firmeza a su adorable compañero, que claramente estaba de su parte.

 

Una vez, dos veces. El príncipe heredero, que observaba la escena con una mezcla de resignación y fastidio, volvió a hablar. Él también era alguien que no se rendía fácilmente, ni mucho menos se avergonzaba.

 

—En fin, no voy a obligarte. Pero estoy convencido de que acabarás ayudándome. ¿No es así?

 

Con una sonrisa apenas perceptible, su mirada se afiló y se dirigió al gato que permanecía pegado al duque.

 

—Así han sido todos los mercados negros hasta ahora. Siempre han conseguido, como por arte de magia, tesoros supremos: valiosos, hermosos, codiciados por cualquiera. Y justo al lado del duque hay uno de esos, ¿no es cierto?

 

—…¿Está intentando chantajearme?

 

El ambiente se congeló. La voz de Justín, que respondió de inmediato, era tan cortante como una hoja. El príncipe heredero negó con la cabeza, sin apartar los ojos de los suyos, demasiado rojos, demasiado afilados.

 

—Claro que no. Ya lo dije, no quiero que el Imperio repita los errores del pasado. Esto no es una amenaza, es una advertencia.

 

—…

 

—No soy tan estúpido, duque. No tengo el hábito de apretar mi propia soga.

 

Con pasos lentos, se acercó a la puerta cerrada. Allí se detuvo y añadió, en tono personal:

 

—Desde pequeño he estado rodeado de parásitos que querían arrebatarme lo mío. Por eso he pasado años buscando la forma de no perder nada.

 

—…

 

—Quitar antes de que te quiten. Siempre lo consideré la mejor opción, y no he cambiado de parecer. Duque, ahora que tú también tienes algo valioso, deberías reflexionar seriamente sobre este asunto.

 

Era una advertencia, sí, pero también una estrategia. Más que amenaza, parecía una forma de cuidado. El príncipe lo creía sinceramente.

 

Aunque la maldición lo mantenía atado, valoraba profundamente las capacidades del duque. Y ahora que junto a él estaba lo que se presume como el último híbrido, su valor había aumentado aún más.

 

No quería que alguien así perdiera lo que tenía y se desplomara.

 

—Por supuesto, no voy a fingir que no tengo ningún interés. Si el duque me ayuda, todo se resolverá más rápido. Encontrar a alguien como tú no es tarea fácil. Es el mayor problema para alguien con poder de decisión como yo.

 

En medio de esa atmósfera tensa, sonrió con naturalidad.

 

—No tienes que darme una respuesta ahora. Mi intuición me dice que pronto visitarás la capital. Sabes que las promesas no se rompen, ¿verdad? Ya dijiste que vendrías a verme, así que espero que en ese momento traigas buenas noticias también.

 

Finalmente, su mano giró el pomo.

 

Salió, la puerta se cerró, y el sonido de sus zapatos bien lustrados resonó con regularidad hasta que se extinguió por completo.

 

—Por eso dije que no quería tratar con él.

 

Sepite, que no se había movido en todo ese tiempo, se incorporó de golpe.

 

Al ver cómo abandonaba su papel de muñeco como si lo hubiera estado esperando, Ries olvidó por completo mirar a Justín y frunció el ceño con fastidio.

 

—¿Qué es eso de meter a la gente en agua fría y caliente por turnos? Pequeño, ten cuidado. Entre los miembros de la familia imperial siempre hay uno o dos como ese. …Un momento. ¿Ya te ha marcado?

 

—Miauu…

 

No pudo replicar.

 

‘Creo que me ha marcado por completo.’

 

El ánimo se le volvió turbio. Era un hecho evidente, imposible de negar.

 

—A simple vista se nota que manipular a la gente es su especialidad. Aprovecha las situaciones con astucia, incita con palabras sutiles… Pero lo más molesto es que se guía por ideales y no tiene mala intención. Tsk, qué lástima. Te ha tocado uno complicado.

 

—…

 

Ries se fue encogiendo poco a poco. Cuanto más escuchaba, más sentía que había caído en manos de alguien temible.

 

Sepite tenía razón. Había observado al príncipe heredero durante bastante tiempo, y jamás la maldición se había aferrado a él. Lo que significaba que no albergaba ninguna malicia hacia Justín.

 

Pero entonces, un recuerdo fugaz se le cruzó por la mente.

 

‘…Creo que hubo una vez.’

 

Fue apenas un instante, pero vio cómo una niebla negra intentaba posarse sobre el príncipe y luego se disipaba. En su momento pensó que había sido una ilusión.

 

No podía pensar otra cosa.

 

La maldición que habitaba en Justín reaccionaba con extrema sensibilidad ante cualquier emoción negativa, especialmente la malicia. Aunque no se manifestara en la superficie, se aferraba como si leyera el alma.

 

Solo alguien capaz de cortar y borrar sin titubeos las emociones que brotan en el fondo podría librarse de ella. Pero ¿quién puede hacer eso con facilidad?

 

Las emociones no se pegan ni se despegan como si nada. Y mucho menos la malicia.

 

‘Para lograrlo…’

 

Habría que ser frío, decidido, incapaz de tolerar el más mínimo error. Y repetir ese acto incontables veces.

 

Tal vez, solo cuando se volviera experto en ello, podría esquivar la mirada de la maldición.

 

Justo cuando la reflexión comenzaba a profundizarse, la voz de Sepite lo sacó de su ensimismamiento.

 

—Entonces, ¿qué vas a hacer? Yo no lo rechazaría tan a la ligera.

 

—¡!

 

Ries abrió la boca de par en par. La forma triangular de sus labios y sus ojos bien abiertos reflejaban la traición que sentía.

 

—¿Nya? ¿Miauu! ¡Kyak!

 

—¿Qué? ¿Qué dijiste? ¿Que soy mezquino y tacaño? ¿Bigotón? ¡Este mocoso no tiene respeto por los mayores!

 

—¡Miauuung! ¡Haaak!

 

—¿Hipócrita? ¿Y eso qué significa? Tú… admítelo. ¡Eso fue un insulto! ¡Malagradecido! ¡Así pagas mis consejos!

 

¿No eras tú quien decía que no quería tratar con él, que era un tipo complicado? ¿Y ahora esperas que Justín caiga dócilmente en sus redes?

 

Sepite se agitaba, temblando de indignación. Bufó por la nariz, pero de pronto se dio cuenta de algo.

 

‘……’

 

Claro, mi dueño no puede entender lo que digo. Con razón no reaccionaba en absoluto.

 

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