El gato está en huelga - Capítulo 102
Poco después, el resultado del duelo quedó claro.
El primero en soltar la espada fue el príncipe heredero. Apenas se distinguía cómo alzaba ambas manos en señal de rendición.
—Como era de esperarse del duque.
—No hay quien lo supere con la espada.
Las voces admiradas se alzaban por doquier. RieS frunció la nariz con orgullo.
Aún conservaba vívido el recuerdo de cuando apenas se había instalado junto a Justín.
Un sirviente que se cruzó con él por casualidad se había arrodillado y pedido perdón con solo verle el rostro. En cambio, estos no evitaban compartir espacio con Justín (aunque se mantuvieran a buena distancia) y no mostraban reparo en mirarlo con reverencia.
‘Claro que si lo tuvieran justo enfrente, se asustarían.’
Aun así, era un avance considerable.
Mientras observaba los cambios, volvió a escucharse el choque de espadas. Había comenzado el segundo duelo.
‘Van más rápido que antes.’
Ahora los movimientos eran tan veloces que ni siquiera su aguda visión podía seguirlos con facilidad.
Por lo general, esos dos continuaban el duelo unas cinco veces una vez que se encendía la chispa. Así que aún podía esperar un poco antes de ir a recibir a Justín.
Ries se tumbó sobre el césped, dispuesto a disfrutar del espectáculo. Fue entonces cuando, entre pasos sigilosos, alguien se acercó.
Apenas lo notó, un cuenco apareció frente a sus ojos. Dentro, tres capelines bien asados se agrupaban, mostrando una apariencia deliciosa.
—¿Nyaaang? ¡Miau!
Era el sirviente que se había ausentado brevemente durante la conversación. Embriagado por el aroma tostado que le cosquilleaba la nariz, Ries golpeó con la cabeza la mano del hombre.
Las miradas de los presentes se volvieron hacia él, como hipnotizadas.
—¡Qué bajo! Usar comida para seducirlo…
—Ah… debí ir yo.
—Maldita sea, qué envidia…
Las expresiones de envidia y celos se cruzaron por un instante.
Y todos acabaron observando a un gato completamente absorto en su propio mundo, mordiendo, masticando y saboreando el capelín.
—Um ñam ñam ñam.
Definitivamente, para ver una pelea hay que llevar bocadillos. Aunque tenía la cabeza metida en el cuenco y había dejado el espectáculo en segundo plano, Ries pensaba eso con total descaro.
Sintió cómo alguien le acariciaba suavemente entre las orejas. No le molestó demasiado, pero las palabras que siguieron sí lograron captar su atención.
—Ahora que lo pienso, el hada tampoco ha salido hoy.
—¿Te refieres a esa muñeca que habla? Hace tiempo que no se la ve.
—Cuando iban juntos, eran tan adorables que daba gusto mirar…
Hablaban de Sepite.
Mientras masticaba con firmeza la carne de sabor suave y tostado, Ries recordó una queja que había escuchado días atrás.
—No pienso salir por un tiempo. No hay nada bueno en tratar con esos del palacio imperial.
Su actitud era peculiar, por eso se le había quedado grabada. No parecía hostilidad, sino más bien el deseo de evitar meterse en líos.
—……
Glup. Tragó lo que tenía en la boca y fijó la vista al frente. Allí seguía su dueño, atrapado en ese duelo interminable.
‘Viendo eso, entiendo por qué le da pereza.’
El duelo no terminó sino hasta unos treinta minutos después de que Ries hubiera lamido hasta el último rincón del cuenco de capelín.
Los espectadores se dispersaron, cada uno retomando su camino, y Ries corrió hacia el campo de entrenamiento. Justín se acercó de inmediato y se inclinó.
—…Has comido un bocadillo, ¿verdad?
—Nya, nyaaung. Ñang.
La mano enguantada le acarició suavemente la comisura de la boca. Al mismo tiempo, cayeron al suelo unas migas de capelín. Era como anunciar a todo el mundo que había comido.
—Veamos… Parece que has comido pescado. Tu gato parece llevarse mejor con los sirvientes que tú mismo.
Ries se frotó la cara con la pata delantera. Otro espectador molesto se había sumado a la lista.
¡Y encima hablaba con esa malicia! Seguro que estaba desquitándose por haber perdido contra Justín en el duelo.
—Sí. Es un alivio.
Aun así, el amable dueño solo asintió con tranquilidad. Ojalá el mundo supiera lo bueno que era. Con esa sensación de injusticia, Ries se restregó contra sus pies.
Entonces, su mirada se dirigió a lo lejos.
Más allá de los árboles, tras los arbustos, justo donde minutos antes se había agolpado la multitud.
Allí, una tenue falda ondeaba suavemente.
—¿Ries?
El sol, que se había ocultado tras las nubes, volvió a brillar, cegando la vista por un instante.
Cuando la visión se aclaró, aquella falda había desaparecido como si nunca hubiera estado. Ries parpadeó, aturdido, hasta que la mano de Justín lo sacó de su ensimismamiento.
—Ries. Si te sientes mal…
—¿Ñang? ¿Miauuuun? ¡Miau!
En ese breve instante, los ojos de Justín se llenaron poco a poco de preocupación. Ries, alarmado, agitó la cabeza con rapidez para dejar claro que estaba perfectamente.
La pequeña duda que había brotado comenzó a encogerse poco a poco, hasta que…
—¡Ja, ja, ja! ¡Cada vez que veo este lado del duque, me sorprende!
La voz alegre del príncipe heredero resonó con fuerza, y con ella, desapareció por completo.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
Al día siguiente.
Ries tragó saliva al ver a Justín plantado frente a él con aire solemne. No podía apartar la vista del lazo de tela suave que sostenía en las manos.
—…Permíteme un momento.
Justín se acercó con pasos lentos, uno, dos, y extendió los brazos. Rodeó la cintura de Ries con ellos, como si fuera a abrazarlo.
Sintió cómo el lazo se ceñía sobre la tela ligera de su ropa. Pero había un problema… estaba demasiado flojo. Ries alzó la cabeza con cautela.
—Justin. Esto está… ¿no te parece muy suelto?
—…Ah.
Titubeo. El cuerpo cercano se estremeció, y un suspiro incómodo escapó de sus labios. Si no era imaginación suya, también se oyó el sonido de una saliva tragada.
El lazo, antes flojo, se ajustó un poco más a la cintura. No era una presión fuerte, pero provocó una extraña sensación, como si el aire se le escapara de golpe.
—¿Y ahora?
—¿Eh? Eh… sí. Está bien.
Ries se quedó moviendo los dedos sin razón. Le hormigueaban como si una corriente eléctrica los recorriera, mientras su cabeza giraba a toda velocidad.
‘¿Cómo hemos llegado a esto?’
La conversación de no hace tanto se desplegó en su mente como un abanico.
Para entender esta escena, había que remontarse al origen. Todo comenzó con una petición de Justín.
—Entonces, Ries. Perdona la falta de decoro, pero quisiera pedirte algo.
Eran los días en que Ries, ya consciente de que su identidad humana había sido descubierta hacía tiempo, se debatía internamente y mantenía cierta distancia con Justín.
Pero al ver a Justín decepcionado, cambió de parecer y le prometió concederle un deseo.
Y el deseo que Justín expresó fue…
—Pronto contactaré a un mago para encargar tu ropa a medida. Si no te molesta… ¿me permitirías ayudarte a tomar tus medidas?
Eso fue.
En aquel momento, Ries había ladeado la cabeza, confundido. Justín había tardado tanto en decirlo que pensó que pediría algo grandioso, desmesurado… ¿y era solo eso?
Le dirigió una mirada llena de dudas, pero no obtuvo respuesta. El rostro de Justín, incapaz de disimular su incomodidad, se le había quedado grabado con fuerza.
Ries, sin pensarlo demasiado, había prometido cumplir aquella petición.
Y así pasó el tiempo. El día anterior, justo después de que Justín terminara su duelo y regresara a su despacho, Ketir vino a verlo.
—He coordinado el horario con el mago.
Fue más rápido de lo esperado. Por lo que se decía, el papel de Embio había sido clave.
El contrato se había cerrado sin problemas, y lo único que quedaba era preparar los materiales. Es decir, conseguir la ropa que recibiría el encantamiento. Había llegado el momento de cumplir la promesa hecha a Justín.
Y así, ahora. Ries, en su forma humana por primera vez en mucho tiempo, vestido con ropa ligera, se encontraba frente a Justín.
Pero la “sesión de toma de medidas” no se desarrolló en absoluto como él había imaginado. Ries cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir.
—……
—……
El aire se llenó de un silencio tenso. Solo se oía el roce de la tela bajo las manos de Justín, el crujido del lazo al ajustarse, y la respiración de ambos.
Justín, tras anotar la medida de la cintura, volvió a mover las manos. Midió con cuidado los hombros, los brazos, el contorno del cuello… hasta que se detuvo frente al pecho.
Como al medir la cintura, rodeó con el lazo con suma precaución. Esta vez, sin embargo, apretó más.
—Ugh… Está un poco apretado.
—…Lo-lo siento.
Las manos se apartaron de golpe, como si se hubieran quemado. El lazo se aflojó tanto que Ries dudó si realmente estaban tomando medidas. Abrió los ojos de par en par.
Y entonces lo vio: las manos de Justín temblaban ligeramente… y sus ojos, también, se habían teñido de un leve tono rojizo.
—……
Las palabras se le quedaron atascadas. Su mente, que apenas había logrado calmarse, volvió a llenarse de pensamientos caóticos.
‘No, no.’
No había querido crear este tipo de atmósfera…
Como cuando era gato, apretó los puños con fuerza. Al pensarlo bien, había emitido un sonido demasiado extraño.
‘¿Ugh? ¿En serio dije “ugh”?’ Si Justín no estuviera justo delante, se habría arrancado los pelos de la vergüenza.
‘No puede ser.’
Ries atrapó al vuelo ese pensamiento errante. Si seguía así, no habría retorno. Necesitaba distraerse de inmediato.
—Fuu…
Y lo primero que encontró fue la mano de Justín, que aún temblaba ligeramente.
Ries lo miró de reojo, con cautela. Pudo ver cómo un leve sudor perlaba el cuello de su dueño.
‘¿Tiene calor?’
Parecía acalorado, con las manos temblorosas, y daba la impresión de que era la primera vez que tomaba medidas, lo que le estaba resultando complicado en varios sentidos. Al final, Ries habló con suavidad.
—Si te resulta difícil, ¿por qué no se lo dejas a otra persona? Te concedo otro deseo.
—No.
Pero la respuesta que recibió fue más firme de lo que había imaginado. Justín, que hasta entonces miraba hacia abajo, alzó la vista de golpe y lo miró directamente.
—No quiero que otra persona toque tu cuerpo a su antojo.
—……
La garganta se le cerró de nuevo.
Ries, con la mente en blanco, solo abrió y cerró la boca una y otra vez. Como un pez dorado nadando en un estanque.
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Hola muchas gracias a todos por leer en Newcat ♥