El gato está en huelga - Capítulo 08

—Meeeoooow.

—Oye. Eso se ve delicioso, ¿sabes?

Cuatro gatos callejeros de aspecto feroz se interpusieron, rodeándome como si me acorralaran. Algunos me resultaban conocidos. Entre ellos estaba el gato negro que solía bloquearme el paso en el basurero.

No. Eso no era lo importante ahora. Mordí el pan con más fuerza.

Un maullido amenazante me siguió desde atrás.

—Mejor suéltalo por las buenas, ¿sí?

—¡Por fin podremos darnos un banquete, jefe!

—¿Lo que robó no es lo que protegía ese humano gigante? ¿Cómo lo habrá hecho?

—Fue pura suerte. Un inútil que ni una rata puede cazar no pudo haberlo conseguido de frente.

Charlaban entre ellos tranquilamente, como si ya fuera un hecho que yo iba a rendirme y entregar el pan. ¿¡Esto no era un simple grupo de pandilleros!?

Si hubiera estado en sus cabales, jamás se habría atrevido a enfrentarme a cuatro. Pero Fresa estaba cegada por el hambre extrema.

Alzó los ojos con fiereza y maulló. Como tenía el pan en la boca, su pronunciación salió toda distorsionada.

—¡Muuuung!

Traducido libremente, significaba

¡Cómanse una mierda!

Soltó la maldición con gusto, se impulsó con fuerza en sus patas y salió huyendo a toda velocidad.

—¡Kyaooong!

—¡Mweeeooong!

Los maullidos y los pasos tras de mí no podían sonar más aterradores.

Corrí directo hacia la avenida, a la que normalmente ni me habría acercado sin extrema precaución. Ante la aparición repentina de un gato, los gritos estallaron sobre mi cabeza.

Esquivando a la multitud como podía, entré a un callejón al otro lado. Casi me patean varios pies y sentí el alma salir del cuerpo. Traté de calmar los latidos desenfrenados de mi corazón y miré hacia atrás.

‘…¿Todavía me están siguiendo?’

No muy lejos, pude ver al grupo de gatos negros. Fresa se horrorizó en silencio. Pensó que se rendirían, pero estaban apretando los dientes y siguiéndolo. Eran más persistentes de lo esperado.

Reanudé la carrera. Zigzagueé entre los callejones como una telaraña, salté muros, pasé por las ventanas de casas desconocidas. Corrí y corrí.

Y entonces, me encontré ante un callejón sin salida.

—¡Nyaak!

—¡Ahora sí, entrégalo!

¡Peor imposible! Solté el pan de mi boca con un golpe seco. Me daban ganas de golpear a esos desgraciados que me cerraban la salida con una sonrisa en la cara.

¿Le habrán puesto miel al pan o qué? Estos locos no mostraban señales de dar marcha atrás. Como si fuera poco, al parecer me torcí la pata delantera derecha al saltar de la pared.

Sus rostros orgullosos eran los de quienes ya saboreaban la victoria. La furia me hervía por dentro.

‘¿Huir de nuevo?’

No. Estando ellos bloqueando el camino, era obvio que me atraparían.

Incluso si tenía suerte y escapaba, con lo lejos que habían llegado, era seguro que volverían a seguirme. Y con una pierna herida, me sería difícil correr rápido.

‘¿……Pelear?’

Fresa negó con la cabeza. Esa idea era aún más absurda. Ya podía imaginarse herido, y sin pan.

¿Sería inevitable rendirse y entregarlo? Estaba a punto de tomar esa triste decisión cuando…

Tap, tap.

Desde el otro lado, se acercaba una presencia desconocida. No solo Fresa, los otros cuatro gatos también aguzaron los oídos.

Pasos pesados y sordos. Parecía un adulto corpulento. Los gatos se tensaron, sus pelajes de colores distintos se erizaron. El sonido se acercaba.

En esa atmósfera de tensión, finalmente apareció un hombre.

—¡Hissss!

Uno de los gatos siseó hacia él. Fresa podía entender perfectamente ese sentimiento.

El hombre era completamente negro. Cabello negro, ropa negra, zapatos negros. Incluso llevaba guantes negros, sin mostrar un solo centímetro de piel. Era una presencia imponente.

Y por si fuera poco, llevaba una máscara negra que le cubría todo el rostro. De pies a cabeza, era puro negro.

Ante esa presencia alarmante, los cuatro gatos pandilleros, que estaban en guardia con sus colas rígidas, salieron corriendo apenas él se acercó.

‘¿¡Se fueron y me dejaron solo…!?’

Fresa se quedó solo, tragando saliva en seco. Ahora solo quedaban tres cosas en aquel callejón sin salida.

Un gatito asustado, un pedazo de pan destrozado de tanto correr, y un hombre negro como un cuervo.

Se hizo un silencio asfixiante. El hombre se acercaba, pero Fresa no se movía de su sitio… bueno, no era por valentía,

‘…Te-tengo miedo.’

¡No podía moverse del miedo!

Un hombre enorme y completamente negro, encontrado en un callejón sin salida.

Ya como persona imponía miedo, ¡y él era apenas un gatito minúsculo!

Las piernas no respondían, la mente se quedaba en blanco. Mientras dudaba, el hombre ya estaba justo frente a él.

Instintivamente cerró los ojos con fuerza. Pero, contra todo pronóstico, el hombre no hizo nada.

—……¿?

Abrió los ojos lentamente. El hombre, que parecía a punto de tocarlo, ya se había dado la vuelta y se alejaba.

Y en su mano, llevaba un pan pequeño. Todo sucio y mordisqueado. Le resultaba familiar. Fresa giró la cabeza con un quejido.

—…….

El pan… ya no estaba.

El pan que protegió con su vida de los gatos salvajes. El pan que robó con el riesgo de recibir una paliza con la escoba.

Ni siquiera pudo llorar del shock. Solo se quedó mirando el suelo gris y frío. Fresa, al fin consciente de lo ocurrido, tambaleó.

‘¿Un humano le robó el pan… a un gato?’

Quedó tan en shock que no podía ni moverse. Pasó un buen rato así. Pero entonces, volvió a sentir una presencia.

Era él. Fresa, que lo reconoció enseguida, erizó la cola. De sospechoso y aterrador pasó a sospechoso, aterrador y ¡loco!

Pronto, el hombre negro apareció de nuevo. En lugar del pan destrozado, llevaba una bolsa de papel marrón.

Fresa, olvidando incluso su cautela, se quedó mirando como hipnotizada.

—……Toma esto.

Sin hacer ruido, el hombre se acercó y sacó algo de la bolsa. Era pan caliente, aún humeante. Lo puso cuidadosamente en el suelo y dio un paso atrás.

Fresa tembló de emoción.

‘¡Tú… eras buena persona!’

Corrió de inmediato y dio un gran mordisco al pan. La masa esponjosa con aroma a mantequilla y el relleno de patata cremoso y dulce. Tan suave y tierno que casi lloró.

Cuando volvió en sí, la mitad del pan ya había desaparecido. Ahora sí sentía su barriga llena.

‘Aaaah……’

Casi se le caían las lágrimas. ¿Cuánto hacía que no se sentía así de satisfecho?

Fresa levantó la cabeza. El hombre aún estaba ahí, observando. Gracias a la corta distancia, pudo mirar bien su rostro.

Una máscara negra cubría todo su rostro. Solo tenía agujeros para los ojos. Pero con eso bastó para notar algo.

‘Es rojo.’

Sus ojos eran rojos.

Un atuendo digno de un cuervo o una parca, y lo único con color eran sus ojos escarlata.

Si lo hubiera notado minutos antes, habría temblado de miedo. Pero ahora no. Después de ese pan, Fresa lo veía con buenos ojos.

‘Como una joya.’

Como… un rubí, por ejemplo.

Pero esa impresión no duró. El hombre parecía pensar que ya era suficiente, y se dio vuelta para marcharse.

‘¡No!’

Fresa corrió hacia él.

Aunque no llevaba mucho en las calles, era la primera vez que alguien le compraba pan. ¿Que se ve sospechoso? ¿Y qué?

Lo que importa es que gastó dinero y se tomó la molestia por una gata callejera. ¡Eso es un buen corazón!

‘No lo dejaré ir.’

Quizá esta fuera su oportunidad de dejar atrás la vida callejera. Fresa decidió intentar lo que los humanos llaman “ser elegido”.

—¡Nyaang!

Se interpuso frente a él y se frotó contra su pierna. Soltó un maullido lindo como nunca antes.

Esperaba que al menos la acariciara. Pero en cuanto la tocó, el hombre se quedó rígido como una estatua.

—¿Nyaaang?

—…….

Se oyó cómo contenía la respiración. Pasó un largo momento antes de que hablara con voz rasposa.