El gato está en huelga - Capítulo 05

Si no era una ilusión, Diana claramente dijo

—…Le tengo miedo a ese señor.

Parecía realmente asustada.

—Oh, vaya.

Chesif, notando su estado, abrazó suavemente la cabeza de Diana. Sorprendida, Diana chocó su frente contra el pecho de él y abrió los ojos de par en par.

—El Duque Laufe… ciertamente tiene ese tipo de carácter. No es raro que te incomode.

Sus cejas caídas expresaban profunda compasión. ¿Y qué decir de las manos que la acariciaban con tanto cuidado, como si temieran que se rompiera? La expresión de Diana pronto se suavizó.

—Debiste haberlo pasado muy mal. Eres su benefactora por venir a la mansión a curarlo personalmente, y aun así te hacen sufrir así. Si lo deseas, puedo presentar una queja formal al Duque Laufe.

—¿Eh? Pero eso…

—Si es por ti, puedo soportar incluso un conflicto con la casa ducal.

—Chesif…

El gato, que escuchaba con atención el tema interesante, se estremeció. Sentía que el ambiente empezaba a volverse extraño.

Ese presentimiento pronto se hizo realidad.

—Umm, espera… el gato está mirando…

—¿Y qué sabe un gato? Deberías estar concentrada sólo en mí ahora.

Sus cuerpos, ya muy juntos, se enredaron como enredaderas. Sus rostros estaban tan cerca que parecía que sus narices se tocarían, hasta que finalmente, sus labios se encontraron sin espacio entre ellos.

—……

Incluso se oyeron sonidos explícitos. Con el ceño fruncido, el gato se levantó y se alejó.

Era una expresión bastante anormal para un gato, pero ellos, completamente absortos en su beso, no se dieron cuenta.

Desde que empezaron a tocarse mutuamente y a ruborizarse, ella ya lo presentía. Sabía que acabarían así. Aunque, al menos uno de ellos claramente lo había planeado.

Con el buen oído que tiene un gato, podía escuchar sus besos desde cualquier parte de la habitación. Así que decidió arrastrarse al lugar donde pudiera verlos lo menos posible.

El lugar que eligió fue bajo una gruesa cortina que ya había marcado previamente. Estando en la ventana más lejana, incluso los sonidos molestos se escuchaban muy poco.

Con sus patas delanteras tocó el cristal de la ventana y miró hacia afuera. Se dio cuenta de que su boca estaba entreabierta.

‘Qué hermoso.’

Aunque el aire que sentía bajo sus almohadillas no era cálido, en el jardín al otro lado de la ventana las flores de todos los colores florecían como si hubieran sido invocadas por magia.

No era un experto en jardines, pero podía imaginar el inmenso dinero y esfuerzo que habría costado mantener algo así.

No podía apartar la vista. Literalmente estaba hechizado, grabando la imagen del exterior una y otra vez en su memoria.

De pronto, vio el reflejo de su pequeño cuerpo en el cristal. Un gato amarillo brillante con pelaje esponjoso, sin ningún rastro humano.

‘Dicen que a los gatos les encanta mirar por la ventana.’

¿Será por eso que yo también lo disfruto ahora que soy un gato? Intentó bromear consigo mismo, pero se detuvo.

…Porque sabía que no era por eso. Solo extrañaba el exterior.

Había pasado bastante tiempo desde que se asentó en esa mansión, pero su rutina no había cambiado. Pasaba todo el día encerrada en un almacén, comiendo sobras. Solo se arreglaba y hacía monerías cuando Diana venía a visitarla.

Despertar de pronto en el cuerpo de un gato ya era bastante indignante, pero en esta casa ni siquiera había derechos humanos, ni hablar de derechos felinos.

A estas alturas, era un milagro no haberse vuelto loco. Aunque se felicitaba por su fortaleza mental, también se sentía vacío.

‘¿Cuánto tiempo más tengo que vivir así?’

Estaba claro que sus días seguirían repitiéndose sin cambios como una rueda de hámster.

—Fresa, ¿dónde estás? Creo que viniste por aquí…

Mientras se perdía en sus pensamientos, escuchó la voz de Diana, probablemente ya terminando su momento íntimo. Fresa maulló con desgana.

—Miau.

—Ah, aquí estabas.

Una mano blanca lo levantó con cuidado. Fresa miró de reojo hacia la ventana, claramente reacio a alejarse de ella.

—¿Te gusta el exterior?

—¿Miau?

—¿Eso fue una respuesta? Qué listo eres.

Diana sonrió, pero sus labios estaban hinchados y su rostro enrojecido. Se notaba que había disfrutado mucho el momento. Fresa torció la expresión con desagrado.

Se sacudió para liberarse de la mano que acariciaba su frente. Retorciéndose un poco, logró escapar del agarre de Diana.

Quizás sorprendida por lo fluido que era su cuerpo, Diana se quedó confundida por un momento, pero pronto lo siguió mientras le hablaba.

—Fresa, ¿estás molesto?

—……

¿Molesto yo? No era algo tan tierno como eso. Solo que no quería presenciar más muestras de afecto empalagosas frente a mis narices.

—Lo siento. La próxima vez tendré más cuidado. ¿Me perdonas solo esta vez?

—……

—¿Estás muy enojado?

Pero Diana parecía tomárselo muy en serio. Con una cara triste, lo seguía de cerca, lo cual empezó a fastidiarlo.

—Umm, ¿y si la próxima vez traigo el doble de golosinas? ¿Blueberries como las de hoy? ¿O tus favoritas, las fresas? El otro día parecías disfrutar mucho el camote seco… Tal vez debería traerte de todo.

Sin querer, sus orejas se movieron.

—¿Y si salimos a pasear? ¿Estabas mirando la ventana porque querías salir, verdad?

—¿Miau?

Pero lo siguiente que dijo fue aún más interesante que las golosinas, provocando que los ojos de Fresa brillaran.

—¡Miaaau!

Como si nunca hubiese estado molesta, se aferró a los pies de Diana. Podía asegurar que en ese momento tenía unos ojitos más brillantes que los del Gato con Botas.

Diana, contagiada por su entusiasmo, miró a Chesif emocionada.

—¡Chesif! ¿Podemos sacar a pasear a Fresa?

—¿Un paseo, dices…?

Chesif, que hasta ahora solo observaba en silencio como un humano ridículamente siguiéndole el paso a un gato, finalmente habló.

Sus ojos azules, entrecerrados, miraron alternativamente al gato y a la chica. Luego, se suavizaron como si ya no pudiera hacer nada al respecto.

—Si es solo por el jardín.

—¡Sí!

—Pero hoy no será posible. Pronto anochecerá.

—Oh… tienes razón. Fresa, te llevaré a pasear la próxima vez. Prometido.

Diana extendió su meñique en un gesto de promesa. Fresa lo tocó perezosamente y ladeó la cabeza.

Era raro. ¿Por qué había aceptado tan fácilmente? No era propio de alguien que la mantenía encerrado todo el día.

Pero esa sospecha no duró mucho. Diana salió al poco tiempo, y Chesif, con el rostro frío, la echó fuera de la habitación de inmediato.

—Llévenselo.

—Sí, señor.

—Ugh… ¿No podrían hacer algo con esos malditos pelos?

Y encima la miró con asco. Recibir esa mirada mientras lo cargaban como un saco fue el colmo de la indignación.

Tal vez por eso, cuando normalmente habría soportado esa rudeza, esta vez sacó las garras y se resistió.

—¡Ah!

El sirviente gritó al sentir el arañazo y lo soltó. Aunque otra lo atrapó rápidamente, el herido parecía furioso.

—¡Maldita sea!

—¡Espera! ¡Ulte!

El hombre, lleno de rabia, levantó la mano. Y luego… sintió como si una piedra golpeara su cabeza.

—¡MIAU!

Soltó un chillido. Su cuerpo se derrumbó y estrellas flotaron ante sus ojos. Voces alarmadas resonaban en sus oídos.

—¡¿Estás loco?! ¡¿Cómo puedes golpearlo así?!

—¡Bah! ¿Crees que usé toda mi fuerza? Solo fue un golpe para calmar mi ira.

—¡Pero si el marqués se entera…!

—¿Y qué? Todos saben que odia a ese estúpido gato. Se nota que lo recogió solo para impresionar a la bonita sacerdotisa. Mientras no deje marcas, nadie dirá nada.

Las voces se volvieron más claras, y el dolor fue cediendo. Aunque aún estaba aturdido, Fresa parpadeaba como si no entendiera.

Entonces…

‘¿Me golpearon?’

¿Me pegó? ¿Con el puño? ¿A mí, un gatito pequeño, suave y redondo?

Está bien, admito que me comporté algo mal… ¡pero esto es demasiado!