El gato está en huelga - Capítulo 04
Una mano larga y delgada acariciaba suavemente mi lomo. Ante el dulce aroma, esta vez me dejó llevar con más generosidad y frote mi cabeza contra el origen del olor a fresa. Dame comida, dame comida.
—Uhh. Fresa sigue siendo tan adorable. Cuánto extrañé esta suavidad.
Solo había una razón por la que Fresa daba la bienvenida a Diana. Cuando ella venía, no solo podía salir del almacén, sino que también podía comer toda la comida deliciosa que quisiera.
Solo hoy, no había comido ni una sola vez hasta que Diana llegó. Tal vez lo hacían a propósito, ya que a ella le gustaba alimentarlo con sus propias manos.
Decidió perdonarla con un corazón magnánimo. Mejor pasar un poco de hambre y comer algo rico que llenarse con esa papilla para cerdos.
Pero había una persona que no estaba nada conforme con este reencuentro.
—Diana. ¿Parece que no te alegras de verme?
—Jaja, Chesif, de verdad. ¿Qué vas a hacer con esos celos?
—¿No te gusta?
—…Creo que, en cierta forma, es lindo.
La mano que me acariciaba se apartó. En algún momento, Diana se había sentado justo al lado de Chesif con una sonrisa tímida.
Sus manos, que se habían ido acercando poco a poco, ahora estaban entrelazadas. E incluso inclinó ligeramente la cabeza, recostándose en su hombro. Una atmósfera rosada se esparcía por todo el lugar.
—¿Por qué esta vez no avisaste que vendrías?
—Estaba ocupada con el trabajo. No tenía tiempo… ¿Acaso me extrañaste?
—Sí. A partir de ahora, aunque sea mándame una carta.
Lo haré. …Esto es un secreto, pero yo también te extrañé mucho, ejem, muchísimo.
—Es un honor.
¿En serio están coqueteando? Fresa los observaba con una expresión completamente apagada.
—¡Ah! Fresa, ven aquí.
Diana, recordando al gato que había dejado de lado, dio unos golpecitos sobre su rodilla. No quería meterse entre esos dos, ni por error… pero sus ojos se desviaron al ver la golosina que sacaba de su bolso.
Saltó a su regazo. Aunque sintió una mirada punzante desde algún lugar, no fue una amenaza para Fresa, que devoraba con desesperación los arándanos.
Al meter tres o cuatro de una sola vez en la boca, el jugo dulce estallaba como una explosión.
Esto es el sabor del mundo. Si fuera un perro en lugar de un gato, movería la cola tan rápido que ni se vería.
—Come tan bien, pero ¿por qué no engorda? Creo que está demasiado flaca.
—Es porque se mueve mucho. No tienes que preocuparte.
Ignoró ese absurdo. En lugar de maldecir sin que nadie la entendiera, era mejor comer un bocado más. Se concentró en su comida en silencio.
—¡Ah! Hoy también traje un regalo para ti, Chesif.
—¿Esto es…?
—Galletas de chocolate. Las horneé yo misma. No sé si te gustarán…
—Seguro que sí. Eres buena con las manos. Gracias. Las disfrutaré.
Las orejas de Fresa se movieron. ¿Galletas de chocolate? Esa palabra solo hacía que le cayera agua a la boca.
Seguía fingiendo estar concentrada en los arándanos. Esperaba el momento en que ambos estuvieran tan ocupados con el otro que bajaran la guardia.
Diana abrió el envoltorio y le llevó una galleta a la boca a Chesif. Él abrió los labios sin dudarlo. La galleta, del tamaño perfecto para un bocado, entró en su boca, y justo en ese instante, el dedo de Diana tocó sin querer sus labios.
—¡Ah!
Diana se enrojeció al sentir esa sensación suave y húmeda sobre su dedo, pero solo por un momento. Luego gritó sorprendida.
—¡Fre-Fresa! ¡Eso no puedes comerlo!
Fresa se había llevado la bolsa y estaba devorando una galleta. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.
‘Uff, qué dulce.’
En medio del alboroto, Fresa evaluaba tranquilamente el sabor. Era más dulce de lo que pensaba. Chesif no parecía disfrutar los dulces, así que tal vez no le habría gustado tanto.
Diana, horrorizada, corrió y le arrebató la bolsa de galletas. Sus ojos rosados estaban a punto de desbordarse en lágrimas.
—¡Dicen que los gatos no pueden comer chocolate…! ¡Fresa, estás bien? ¿No te duele nada? ¡Ah! ¡No es momento de esto!
Diana extendió la mano, visiblemente inquieta.
Fresa también sabía que los gatos no podían comer chocolate. Pero considerando que había comido frutas hasta hartarse y alimentos condimentados sin ningún problema, parecía no afectarle.
Y además, tenía un seguro adicional.
—No debes volver a comer eso. ¿Entendiste?
Desde la palma de Diana emanó una luz azul. Era fresca pero cálida, con un aroma apenas perceptible y salado. Aunque no tenía ningún dolor, sintió que su energía se recuperaba.
‘Esto es poder sagrado…’
Observó con fascinación esa escena tan misteriosa y santa. Y al mismo tiempo, lo que hasta ahora solo había sospechado, se volvió certeza.
‘Lo sabía.’
La primera vez que lo sospechó fue después de salir ilesa de su primer encuentro con Diana.
‘¿El rosa siquiera es un color natural de ojos?’
Sintió una disonancia tardía. Había oído que en la actualidad había colores de ojos raros, pero nunca había visto ni oído hablar de un tono rosado tan vívido.
Pensó que quizá era algo posible en la Edad Media, así que no le dio importancia, pero las pocas cosas que había escuchado aumentaron su sospecha.
Sacerdote. Poder sagrado. Iglesia de Thalassa. Imperio de Astot. El duque maldito…
Con cada encuentro con Diana, recibía pequeños fragmentos del sentido común de “este lugar”, y poco a poco formuló una hipótesis.
Y finalmente, hoy.
No pudo seguir negando lo que ya era una certeza.
Este lugar no es la Tierra que él conocía.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
—¿Estás seguro de que estás bien? Si te duele, dímelo, ¿sí, Fresa?
—Miau.
Con manos suaves como plumas, le acariciaba la cabeza con cuidado. No entendía cómo se suponía que un gato que no habla debía decirle si algo andaba mal, pero igual respondió. Diana mostró una expresión aliviada.
Queriendo consolarla, se subió a su regazo y se acurrucó. Buscó si quedaba alguna fruta, pero el plato estaba vacío. ¿Se lo había comido todo ya?
—Lo siento. Fue un escándalo, ¿verdad?
—No. Como es mi gato, la culpa es mía. Qué pena que el regalo que trajiste terminara así.
Chesif recogió del suelo la bolsa de galletas caída. Tal vez por el alboroto, todo dentro estaba roto o agrietado.
Diana negó con la cabeza.
—Puedo hornearte más cuando quieras. No hay problema.
—Hmm. Entonces tendré que agradecerte apropiadamente. Incluso curaste a mi gato con tus propias manos. No puedo no recompensarte. ¿No hay algo que quieras?
—¿Algo que quiera? Solo el hecho de que me trates tan bien ya es demasiado. Para alguien como yo, una simple sacerdotisa, es más de lo que merezco,
—Diana, nunca he visto una sacerdotisa tan admirable como tú. Y además…
Sus voces se desvanecieron por encima y se oyó el sonido de tela frotándose.
—La persona que tanto admiro no puede ser una simple sacerdotisa. ¿No crees?
—Uh.
…Fresa agitó las orejas y se levantó de inmediato. Ese lugar era el infierno.
Diana, que no se percató de que el gato se marchaba de su regazo, seguía sonrojada. Titubeando, fue ella quien tomó la mano de Chesif.
—Gracias por decirme eso.
—No hay de qué. Hoy te veías triste, así que quise animarte. ¿Funcionó?
—…¿Se me notaba?
—Sí. Tu rostro mostraba preocupación. ¿Es por el Duque Laufe?
Justo cuando pensaba esconderse en algún rincón para evitar ver más escenas azucaradas, las palabras de Chesif detuvieron sus patas.
El Duque Laufe. Un nombre que Diana mencionó una vez de pasada. También conocido como,
—…Sabía que no podía engañarte, Chesif. Sí. La maldición del duque ha empeorado.
El duque maldito.
Aunque había aceptado que había caído en otro mundo, palabras como dioses y maldiciones seguían sonándole extrañas. Quizás por eso, entre todos los nombres de nobles que había escuchado, ese nombre ‘Laufe’ quedó grabado en su memoria.
—Yo no puedo romper esa maldición. Lo único que puedo hacer es evitar que avance más… pero últimamente ni siquiera eso ha sido posible.
El rostro de Diana estaba lleno de preocupación. Su expresión era tan triste que cualquiera que la viera sentiría compasión.
—Diana.
—Como servidora del dios Thalassa, no puedo ignorar el dolor de Su Excelencia. Es mi deber y mi misión. Pero, pero yo…
Y su rostro se derrumbó. Fresa parpadeó, mirando en silencio aquella escena.
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♥ Gracias ♥
Hola muchas gracias a todos por leer en Newcat ♥