El gato está en huelga - Capítulo 03

Pasó la página, pero, extrañamente, se sintió incómodo. Como si estuviera dejando pasar algo importante. Una sensación de extrañeza inexplicable que arañaba persistentemente el fondo del pecho.

 

Sin embargo, esa sensación extraña no duró mucho.

 

—¡Kyaaa!

 

—¡Ah! Perdón.

 

Fue por la mano de Diana, que no pudo resistirse y me tocó el trasero. Di un salto en su lugar y enseguida me puse en guardia contra Diana.

 

—Es que se veía tan redondito y suave… No sabía que Fresa tenían el trasero tan sensible. Prometo no volver a tocarlo. ¿Podrías perdonarme?

 

Los ojos de Diana se tornaron como los de un cachorro mojado por la lluvia. Y mi corazón… no se conmovió. Para nada. De hecho, justo estaba buscando una excusa para liberarse de esa tortura de caricias.

 

Lamentablemente, Diana tenía un talento brillante para la negociación. Extendió la mano lentamente.

 

—Toma, te doy esto, ¿no quieres dejar de estar enojado?

 

—¡……!

 

De la punta de sus dedos blancos colgaba una fresa apetitosa. Es decir, una fruta. Inmediatamente me incorporé.

 

Pensándolo bien, desde que había despertado en ese lugar extraño, en un cuerpo extraño, no había comido nada. Al tomar conciencia de ello, sintió un hambre tan intensa como si su estómago estuviera pegado a la espalda.

 

Ni se me cruzó por la mente si un gato podía comer fresas. Me lanze directo a la mano de Diana y mordió un buen trozo de la fresa.

 

Mi cola esponjosa tembló y un sonido salió instintivamente de su garganta.

 

‘¡Está deliciosa……!’

 

Las frutas que servían al marqués eran definitivamente de otro nivel. Era más dulce que cualquier otra fruta que hubiera probado antes.

 

—Jeje, qué ternura.

 

En cuanto termine de comerme una, Diana me ofreció otra. El sabor dulce y ácido estalló junto con las semillas, llenando mi boca. Una ola de emoción me invadió al probar comida de verdad después de tanto tiempo.

 

La incomodidad y la desconfianza desaparecieron como nieve al sol. Ella definitivamente era un ángel.

 

Después de devorar otra, frote mi cabeza contra la palma de Diana. Más, dame más. Diana sonrió y accedió a mi súplica.

 

—¿Tenías hambre, eh? Aquí hay más.

 

—¡Nyaaang!

 

Así, una, dos, tres… hasta siete fresas acabaron en mi estómago antes de que se detuviera el frenesí. Por supuesto, no fue por voluntad propia.

 

—Diana. No deberías darle tantas frutas, no es bueno. Será mejor que pares.

 

—Ah, le di siete ya… ¿Estará bien?

 

—Con eso basta.

 

Podía seguir comiendo más. Chasqueó la lengua, insatisfecho. Miró a Diana con los ojos bien abiertos, pero ella ya estaba distraída con otra cosa.

 

—Y además……

 

Diana, con las manos entrelazadas suavemente con las de Chesif, se sonrojó.

 

—Me gustaría que también te preocuparas un poco por mí.

 

—¿Estás celoso de Fresa ahora mismo?

 

—Sí.

 

—…….

 

Ya no conseguiría más. Renunció a las fresas de inmediato y lamí alrededor de mi boca con pesar.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Diana se marchó diciendo que tenía una ceremonia por la noche, y el gato hacía tiempo que había sido llevada por una sirvienta. Chesif, ahora solo, se pasó la mano por el cabello.

 

—Es prometedor.

 

Hoy, el ambiente había sido especialmente bueno. Diana, quien solía comportarse de forma ambigua, ni retiró su mano ni se fue temprano. Una reacción significativa.

 

Tal vez, la próxima vez, podría invitarla a cenar. Incluso al despedirse parecía que no quería irse, así que quizás aceptaría encantada.

 

Todo marchaba bien. Justo cuando curvó una sonrisa satisfecha…

 

—…….

 

Vio pelos amarillos pegados a su manga. Su sonrisa torcida se congeló al instante.

 

Chesif se levantó y empezó a examinar su ropa. No solo en las mangas, había pelos pegados por todas partes. Como la ropa era negra, se notaban más los mechones.

 

Y no solo en la ropa. En el sofá, en el suelo, en la alfombra. La habitación entera estaba llena de pelos de gato.

 

Maldita sea. Por eso odiaba a los animales. Apretando los dientes, Chesif hizo sonar la campanilla con furia.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

—Toma, aquí está tu comida.

 

Verduras sobrantes, carne cortada al azar, estofado con los ingredientes triturados y pan todo blando… Todo eso mezclado llenaba un pequeño cuenco colocado frente a la puerta.

 

Una mano lo empujó por una rendija apenas abierta y enseguida se retiró rápidamente. ¡Bang! La puerta se cerró de golpe.

 

—Uff, qué fastidio. ¿De verdad tenemos que hacer todo esto?

 

—No hay opción. La vez pasada escapó mientras le dábamos de comer y causó un desastre en la mansión. Rompió adornos, tiestos…

 

—Ugh. Ni me lo recuerdes. Casi muero limpiando todo eso.

 

Las voces de las dos mujeres que charlaban detrás de la puerta se fueron alejando. Quedó sola en la habitación. El gato, que ahora tenía el nombre de Fresa, miró su cuenco con resignación.

 

—…….

 

Siempre era lo mismo, comida con apariencia de basura. Era obvio que habían mezclado sobras.

 

Metió la nariz en el plato sin dudarlo. Obviamente, no era porque supiera bien. Los condimentos estaban tan mezclados que ni sabía a nada. En resumen, era horrible.

 

Pero, ¿qué se podía hacer?

 

‘Si quiero vivir, tengo que comer.’

 

Desde que comenzó a vivir en un cuerpo de gato, habían pasado… hmm, alrededor de un mes. Dormía tanto que ya no distinguía entre día y noche, así que no estaba segura, pero probablemente por ahí.

 

Estos malditos medievales no tenían ningún respeto por los gatos. Solo le daban sobras mezcladas como comida, y eso, con suerte, una vez al día.

 

A veces, hasta se olvidaban de alimentarla. Había días en los que pasaba uno, incluso dos días sin comer.

 

A ese punto, uno terminaba agradeciendo que al menos le dieran algo comestible. A veces, si la combinación era buena, no sabía tan mal. Un consuelo dentro de la desgracia.

 

Ya hacía tiempo que había dejado de preocuparse por si era seguro comer eso con el cuerpo de un gato.

 

‘¿Será este uno de esos beneficios de estar poseída?’

 

Después de comer tantas fresas sin enfermarse, quizás sí. Era un “beneficio” tan absurdo que ni ganas de reír daba.

 

Me llené enseguida. Empuje el plato a un lado y me limpió la cara con una pata. Luego, lamí cuidadosamente mi  pata desordenada. Perfecto.

 

Ya estaba bastante acostumbrado al cuerpo de un gato como para que eso me resultara natural. Se tumbó en el suelo tras acicalarme bien.

 

El polvo se levantó. ¡Achoo! Estornude con costumbre y rasque un poco el suelo cubierto de polvo.

 

No era que no hubiera intentado escapar de ahí. Como dijeron las sirvientas, había fallado estrepitosamente.

 

‘La mansión tenía que ser tan malditamente grande.’

 

Después de una semana encerrado todo el día en el almacén, comiendo lo que parecía basura, no pude soportarlo más y decidí escapar.

 

Me perdí en la mansión, rompí macetas huyendo y terminé atrapado tras recibir escobazos. Un recuerdo horrible que no quería revivir.

 

Desde entonces, había estado encerrado ahí. Incluso al darme comida, como hoy, solo abrían la puerta apenas y me pasaban la comida rápido. Solo veía la luz del sol cuando venía la mujer.

 

‘Podrían al menos poner una ventana.’

 

Un almacén cerrado sin ventanas era oscuro y estrecho cada día. Fresa se acurrucó y cerró los ojos. El olor a polvo y moho le hacía cosquillas en la nariz.

 

Estos bastardos no tenían ni un mínimo de respeto por la vida. Maldijo internamente mientras intentaba dormir para que pasara el tiempo.

 

Menos mal que los gatos duermen mucho.

 

ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ

 

Al día siguiente, mientras calculaba la hora con la luz que se filtraba por la rendija de la puerta, una sirvienta completamente cubierta entró de golpe. Fresa no se resistió y fue atrapada en sus brazos.

 

‘¿Hoy es ese día?’

 

El único día en que podía salir del almacén. El día que venía Diana.

 

La lavaban a fondo, la arreglaban y luego la entregaban al marques Merillin. Fresa fue colocada sobre el sofá y se revolcó de inmediato.

 

Sintió en tiempo real cómo se irritaba Chesif. Se restregó por todos los rincones del sofá y maulló inocentemente.

 

—¡Miau!

 

‘¿Y qué vas a hacer tú al respecto?’

 

Era el único momento en que podía fastidiar a ese desgraciado. Desde que notó que odiaba los pelos de gato, se aseguraba de dejar su marca. Sabía que no podía hacerle nada. Diana vendría pronto.

 

—Ugh…

 

Chesif suspiró con expresión de fastidio. Y justo entonces, llegó la visita esperada.

 

—¡Fresa, cuánto tiempo!

 

Diana entró con su habitual sonrisa encantadora. Al acercarse, Fresa notó un aroma distinto al habitual. Olfateó. Hoy olía especialmente dulce y tentador. ¿Frutos secos? ¿O tal vez chocolate?