El gato está en huelga - Capítulo 02
¡Frío!
Salté como si me hubieran prendido fuego a los pies. Era como si me hubieran echado encima un cubo de agua helada. En cuanto puse algo de distancia, el gélido frío me envolvió por completo.
Después de haber esquivado todo intento de que me echaran agua, terminé así, hecho un desastre.
—¡Ah, de verdad! ¡¿Por qué huyes tanto?!
¿En serio no lo entiendes? Hasta un humano saldría corriendo si le echas agua tan helada. Si pudiera hablar, eso mismo le habría replicado.
Y ni hablar de un gato. Incluso alguien que nunca ha criado uno sabe que hay que bañarlos con cuidado. Pero de cuidadoso no tuvo nada: fue simplemente una salvajada.
Mi cuerpo temblaba sin parar, y como me habían echado agua desde la cabeza, incluso me entró en las orejas. Cuando se unió otra persona más, tras una intensa lucha, no tuve más remedio que rendirme, me enjabonaron con fuerza, me enjuagaron, y luego me estrujaron hasta sacar toda el agua.
¡Con cuidado, maldita sea! ¡Con cuidado!
Me sentía como ropa viva puesta a lavar. Hundí las garras en la falda de la mujer que me sujetaba y maullé con desesperación.
—¡Meeeooow!
—¡Te dije que te quedaras quieto! ¡Si es que dan ganas de darte un buen golpe!
Ya era bastante triste despertar en el cuerpo de un animal, pero este trato, este maltrato… El primer baño que recibí como gato fue, sinceramente, un infierno.
…Ni qué decir del momento en que me frotaron entre las piernas.
Y mis penurias no acabaron ahí.
Apenas logré salir del baño, me sacudieron con una toalla por un buen rato, y justo cuando intentaba ordenar mi enmarañado pelaje, me volvieron a agarrar del cuello y me cargaron.
Llegados a este punto, recordé una frase con la que solía sentirme identificado cuando era humano:
¿»La vida de un gato es la mejor»?
Eso pensaba antes. Que los miman sin hacer nada, les dan comida rica, tienen su espacio cálido para dormir… ¡Qué envidia me daban! Pero ahora no.
Pido disculpas a todos los gatos del mundo. Ellos simplemente tuvieron la suerte de caer con buenos dueños, gatos con cuchara de oro.
Yo soy de cuchara de barro. Maldita sea.
Tras ser transportado como un bulto, llegamos a una habitación tan grande y lujosa que me dejó con la boca abierta.
Un suelo reluciente, una alfombra gruesa bordada con esmero, un enorme sofá con dosel en el que cabrían tres o cuatro personas, y una lámpara de araña que brillaba como si tuviera estrellas incrustadas se llevaron toda mi atención.
—Se lo traje, mi señor marqués.
—Déjalo y sal.
Pero lo más llamativo, sin duda, era el dueño de la habitación. Un hombre sentado en un sofá de cuero con una actitud desganada me miraba desde arriba con ojos indiferentes.
Un fuerte aroma a rosas golpeó mi nariz.
—Al menos ya no pareces basura.
Esa voz, ese perfume… los recordaba.
Me vino a la mente el momento en que abrí los ojos por primera vez. Aunque todo fue muy confuso, estaba seguro de que era el mismo hombre que estaba allí conmigo en ese entonces.
‘Por cierto… ¿marqués?’
Si no lo escuché mal, lo llamaron ‘marqués’. Eso es un título de nobleza.
Las cosas que había estado ignorando cobraron sentido de pronto: los uniformes de sirvienta de las mujeres que me forzaron a bañarme, la forma en que llamaban a este hombre, la decoración del lugar…
‘¿Estoy… en la Edad Media?’
No solo desperté en el cuerpo de un gato, sino que parece que viajé en el tiempo. Sentí como si alguien me hubiera vertido tinta negra sobre los ojos ya de por sí oscuros.
Pero al marqués no podía importarle menos si un gato pequeño estaba deprimido o no. En lugar de eso, chasqueó la lengua.
—¿Ni siquiera sabes maullar? Entonces no sirves para nada.
—…Miau.
Su tono era helado. Instintivamente abrí la boca y solté un maullido, y entonces él dictó sentencia.
—Recuérdalo, bestia. Si siquiera arañas a Diana, te echaré a los perros salvajes.
Una intensa corazonada me recorrió el cuerpo. Si lo irritaba, podría muy bien hacer realidad esa amenaza.
Me moví lentamente hasta ponerme a la vista del marqués y me acurruqué, acostándome. No podía darme el lujo de que alguien tan peligroso me perdiera de vista.
Mientras prolongábamos ese silencioso pulso mental, una nueva visitante llegó a la habitación, ahora compartida solo por el marqués y yo.
—¡Marqués Chesif! ¿Le hice esperar mucho?
Una voz suave y dulce floreció como una flor. Cuando la mujer entró por la puerta, su imagen quedó grabada en mi retina.
Sin duda, era la persona más hermosa que había visto jamás. Su cabello dorado brillaba como el sol, y sus ojos rosados eran tan delicados como una flor de primavera. Si se pudiera moldear a una persona con la palabra “adorable”, sin duda sería ella.
—Te dije que me llames Chesif. No fue tanto tiempo, está bien.
El tono del marqués también se suavizó, como si compartiera mis impresiones.
La mujer sonrió feliz. Al observarla fijamente, tal vez sintió mi mirada, pues giró el rostro y nuestras miradas se cruzaron. Sus mejillas se tiñeron de rojo de inmediato y su cuerpo se estremeció.
—¡Por Dios, marqués! ¿Está criando un gato? ¿Desde cuándo?
—No hace mucho. Quizá porque tú me hablaste de gatos aquella vez. Vi uno abandonado al pasar y no pude ignorarlo. Así que lo traje.
…Hundí la cara contra el suelo, ocultando mi expresión. Por poco y dejo que mi rostro se deformara como si no fuera el de un gato.
—Qué bondadoso es. Ojalá pudiera ayudar de alguna forma.
—Con que vengas a jugar de vez en cuando será suficiente. Sabes bien lo que eso significa, ¿no? Es decir, que quiero que vengas a verme más seguido, Diana.
Pero sus siguientes palabras borraron de golpe la serenidad que apenas había recuperado.
A estas alturas, hasta el más idiota (humano o gato) lo entendería.
Chesif y Diana… estaban coqueteando. Con un gato de por medio.
ˏˋ꒰♡ ꒱´ˎ
Los dos estaban sentados juntos en el sofá, charlando animadamente. Aunque el sofá era lo bastante largo para que un hombre adulto se recostara cómodamente, ellos se sentaron bien pegados, sin dejar espacio entre ellos. Muy sutiles, sí.
—Ven aquí, gatito lindo~
Y aún así, ¿no podían limitarse a cuchichear entre ellos? Diana no dejaba de intentar acercarse a mí (más bien, al ‘lindo gatito que el marqués Chesif está criando’)
Sus dedos blancos se movían frente a mis ojos como si intentaran hipnotizarme. Instintivamente los seguí con la mirada y me sobresalté: su mano ya estaba justo frente a mi nariz.
Un aroma desconocido me invadió de golpe. Sentí unas ganas tremendas de apartar esa mano con una patada felina. Pero…
Miré de reojo a Chesif. Como Diana no lo miraba, su rostro se había enfriado de nuevo mientras me observaba con atención.
—Qué gato tan dócil, ¿verdad?
Al final, me contuve. Si me movía mal y le hacía un rasguño, no sabía qué consecuencias podría haber.
Diana acarició lentamente mi cabeza cubierta de pelo amarillo. Pasó suavemente por mi entrecejo, luego por la espalda, y luego… ¿al trasero?
‘Oye, el trasero no, por favor.’
De inmediato estiré el cuerpo, haciendo que su mano rozara el aire en lugar de mi redonda trasera. Diana puso cara de decepción.
Y pude ver cómo las cejas del marqués se alzaban levemente. Empecé a sudar frío. Su atención ya no era solo incómoda; comenzaba a volverse molesta.
Afortunadamente, Diana pareció renunciar al trasero. En su lugar, giró hacia Chesif y le preguntó:
—Marqués, ¿cómo se llama este gato?
—…¿El nombre?
Le tocó el turno de sudar. Aunque mantenía su sonrisa, se notaba que lo había tomado por sorpresa.
Desde que desperté en esta mansión, solo me habían llamado gato, bestia, o criatura. Ni hablar de nombres.
Qué ridículo. Estaba a punto de resoplar de la risa cuando…
—Fresa.
Una palabra sin sentido salió de sus labios. De pronto, un ex-hombre fornido acababa de recibir un nombre adorable, Fresa. Parpadeé, atónito.
—¿Fresa? ¡Qué nombre tan adorable! Te queda perfecto, Fresa.
Diana acarició de nuevo mi cabeza. Aunque su mano volvió a acercarse peligrosamente a mi trasero, esta vez ni siquiera pude reaccionar.
Me quedé mirando fijamente a Chesif. O más bien, a la bandeja de frutas perfectamente ordenada frente a él… y a las fresas que contenía.
Así que…
‘¿Te dio flojera pensar y solo elegiste una fruta al azar?’
Solo pensar que tendría que vivir siendo llamado con ese ridículo nombre me hizo ver el futuro con desesperanza. Yo también tenía un nombre decente…
‘…Lo tenía. ¿Cuál era?’
Fruncí el ceño. Sabía que lo tenía, pero la memoria era borrosa, difusa.
‘…¿Importa ya?’
Al final, dejé de intentar recordarlo. Aunque lo hiciera, siendo un gato mudo, estaba claro que tendría que vivir como ‘Fresa’. No tenía elección.
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♥ Gracias ♥
Hola muchas gracias a todos por leer en Newcat ♥