Detective del inframundo - Capítulo 9

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Capítulo 9: El Misterio del Suicidio en el Campus

 

Tres años después, era estudiante de cuarto año en una universidad politécnica de la ciudad H.

 

La vida como estudiante de último año era relajada y sin muchas preocupaciones. Solo teníamos que asistir a unas pocas clases semanales, y el resto del tiempo quedaba a nuestra disposición. Muchos lo pasaban jugando League of Legends en línea, o seduciendo ingenuas estudiantes de primer año para llevarlas a hoteles. De hecho, noté que la mayoría de mis compañeros de cuarto siempre estaban en pareja.

 

Yo, por supuesto, era la excepción, porque pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca, aprendiendo y absorbiendo todo lo que podía sobre criminología y medicina forense. Estuve allí tantas horas que las ojeras bajo mis ojos ya no se diferenciaban de las de un panda.

 

Jamás olvidaré lo que ocurrió el día que el abuelo murió. Recordaba cada palabra que intercambiamos con el oficial Sun, y la promesa que me hice a mí mismo: cuando Dagas de Jiangbei volviera, me vengaría.

 

Pero también sabía que, en ese momento, aún no era un oponente digno de él. Y eso me impulsaba a aprender más, a mejorar cada minuto de mi vida.

 

Aquel día, iba a devolver unos libros a la biblioteca que ya estaban en fecha de ser entregados, pero antes de salir, me interceptó Wang Dali, mi amigo más cercano en la universidad.

 

—¡Ey! —dijo entusiasmado—. ¿Te enteraste? ¡Hoy se murió alguien en la facultad!

 

—¿Dónde? —pregunté.

 

—¡Cerca del lago artificial! —respondió, con un tono casi alegre, poco apropiado para la ocasión—. Dicen que un tipo se ahorcó. Hay patrullas por todas partes. Y al parecer fue por una ruptura amorosa. ¡Vaya drama! ¡Uno pensaría que esas cosas solo las hacen las chicas!

 

Notando su falta de tacto, decidí asustarlo un poco para que se callara.

 

—Deberías tener más cuidado con lo que dices, Dalí —le advertí—. ¿No sabes que los fantasmas de los que mueren trágicamente suelen quedarse por aquí? No te sorprendas si el difunto decide visitarte esta noche…

 

—Bah, da igual —respondió encogiéndose de hombros—. ¿Vamos a echar un vistazo?

 

—Claro —contesté.

 

Caminamos hasta el lago artificial del campus. Quedaba lejos del edificio de dormitorios y de las aulas donde dábamos clase. Normalmente nadie iba por allí, salvo las parejas buscando privacidad. Pero ese día, el lugar estaba lleno. Además de los estudiantes curiosos, había varios policías acordonando la zona con cinta amarilla.

 

Alcancé a ver un cinturón colgando de una vieja higuera junto a la orilla. El cadáver ya había sido retirado. Un hombre de bata blanca —presumiblemente el forense— estaba arrodillado junto al cuerpo. Digo “presumiblemente”, porque el lugar estaba rodeado de árboles y mucha gente, y no podía ver bien el cadáver.

 

—Qué raro… —murmuré.

 

—¿Qué cosa? —preguntó Dalí, tratando de ver mejor.

 

—Ese bosquecillo está justo al lado del lago —dije—. ¿Por qué no se tiró al agua directamente?

 

—Fácil —replicó Dalí—. Seguro pensó en hacerlo, pero al meter un pie en el agua se dio cuenta de lo fría que estaba. Estamos en otoño, y por la noche hace un frío que pela. El tipo no quiso que su último recuerdo en este mundo fuera de congelarse, así que optó por ahorcarse.

 

Luego hizo una pausa, orgulloso de su “deducción”.

 

—¿Qué tal? ¿No es lógica pura?

 

—Impecable —bromeé—. Si Di Renjie hubiera escuchado eso, habría colgado la toga y se habría ido a arar el campo. Y si Sherlock Holmes hubiera sido tu contemporáneo, estaría desempleado.

 

—¡Lo sabía! —dijo sonriendo—. Ya que estás tan interesado, voy a seguirte instruyendo.

 

—Qué suerte la mía…

 

—¡Este sitio es un asco! —se quejó—. No se ve nada desde aquí. Busquemos otro ángulo.

 

Estuvimos casi media hora abriéndonos paso entre la multitud. Finalmente, encontramos un sitio no muy lejos de la línea policial. Aun así, solo podíamos ver la espalda del forense. Justo cuando intentaba observar el cadáver, Dalí me tocó el hombro.

 

—¡Mira, mira esa poli!

 

—¿Dónde?

 

Seguí la dirección que señalaba y vi a una agente de pie junto a la cinta. Era realmente llamativa: alta y delgada, piel clara, curvas bien proporcionadas. Llevaba vaqueros ajustados que marcaban sus largas piernas, camisa azul reglamentaria debajo de una chaqueta de cuero. Su cabello corto brillaba al sol y mantenía las manos en la cintura. Por lo que vi, debía tener copa C… no, probablemente D.

 

En resumen, parecía la protagonista de un drama policiaco que se hubiera escapado del set.

 

Observaba el cadáver con el ceño fruncido y sin pestañear. No parecía mayor que yo por más de unos pocos años. Con ese rostro y ese cuerpo, cualquiera pensaría que era una celebridad si se vistiera un poco más elegante.

 

Me giré hacia Dalí y lo vi babear literalmente.

 

—¿Sabes? —dijo—. Siempre he sido un hombre honorable, pero esta mujer me está haciendo desear cometer un crimen…

 

—Hazlo —le dije—. Seguro te rompe las costillas de un solo golpe.

 

Dalí no me escuchaba. Seguía embobado. Decidí que era hora de buscar otro punto desde el cual pudiera observar mejor el cadáver. Quizás tengo la mente mal conectada, pero me interesaba más un muerto que una mujer bonita.

 

Tras unos minutos abriéndome paso, encontré un lugar ideal. Allí pude ver claramente el rostro del fallecido.

 

Era un chico de unos veinte años, rostro común, llevaba un suéter. Sus ojos estaban saltones como los de un pez dorado. Había una marca en su cuello: la piel por encima era blanca, y por debajo, de un rojo oscuro. Una lengua tiesa y roja colgaba de su boca.

 

Según el Compendio de Casos de Injusticias Rectificadas, la lengua no siempre sobresale en los ahorcamientos. Si la presión es sobre la zona superior de la laringe, no sobresale; si es debajo, sí. La gravedad aplasta los huesos del cuello y empuja la lengua hacia afuera. Así que los fantasmas con lenguas largas de las películas de terror no son tan ficticios, después de todo.

 

A pesar de la expresión aterradora del cadáver, no sentí miedo. Al contrario: me invadía una extraña emoción.

 

Además de la lengua, había otro detalle revelador: el olor proveniente de sus pantalones. El joven se había defecado al morir. Con estos dos datos, la causa de la muerte era clara.

 

Aun así, algo no cuadraba. Me acerqué más, casi cruzando la cinta policial, hasta que un agente me empujó.

 

—¡Atrás! ¡No puede pasar!

 

—¿Qué opinas, Dr. Qin? —escuché preguntar a la policía—. ¿Suicidio o asesinato?

 

El forense, un hombre de unos cincuenta o sesenta años, canoso, se quitó los guantes antes de responder.

 

—Muerte por asfixia —dijo—. No hay señales de lucha ni de ataduras. Yo digo que fue suicidio.

 

La agente suspiró aliviada.

 

—Está bien. ¡Preparad el cuerpo para la autopsia!

 

—No hace falta —proclamó el forense—. He examinado miles de cuerpos y jamás me equivoqué. Si digo que fue suicidio, fue suicidio. Hacer una autopsia sería perder el tiempo.

 

—¡Qué par de tetas tiene esa mujer! —dijo Dalí a mi lado, sobresaltándome. Estaba tan concentrado que no noté que se había acercado.

 

—¿Cuándo llegaste?

 

—¿En serio no me viste? —se burló—. Tú, que te ruborizas si hay una chica cerca… ¡y ahora ni parpadeas!

 

—¡Estaba mirando el cadáver!

 

—Sí, sí… tú mírate al muerto. Yo me quedo con la poli. No me importaría si tomara sus esposas y me…

 

No estaba de humor para sus fantasías. En ese momento, los agentes se preparaban para trasladar el cuerpo.

 

No pensaba involucrarme, pero no podía quedarme de brazos cruzados viendo cómo cometían un error. No sé de dónde saqué valor, pero crucé la cinta y avancé.

 

—¡Ey! —gritó Dalí—. ¿¡Qué haces!? ¿Vas a pedirle el número?

 

—¡Eh, tú! —vociferó un policía—. ¡Sal de ahí ahora mismo!

 

Ignoré todo. Mi entorno se volvió difuso. Caminé directo hacia la agente. Tenía una sola cosa en mente: ¡Están cometiendo un error!

 

—¡Está equivocado! —grité, señalando al forense—. ¡Ese estudiante no se suicidó… lo asesinaron!

 

—¿Qué dijiste? —preguntó la agente, abriendo los ojos con asombro.

Traductor/a: Mel

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