Detective del inframundo - Capítulo 5

Capítulo 5: El Abuelo

Casi salto del susto cuando el globo ocular cayó del sobre. ¿Podría ser el del abuelo? No, eso no tenía sentido. Él debió haber recibido el sobre primero y luego salir hacia algún lugar. Ese ojo tenía que ser de otra persona.

Aparte del espeluznante globo ocular, no había nada más en el sobre. Qué extraño. ¿Qué pretendía decirle el remitente al abuelo al enviarle un objeto tan macabro? ¿Por qué desapareció de repente, y a dónde fue?

Cuanto más pensaba en estas preguntas, más confusas se volvían mis ideas. Decidí sentarme un momento para despejar la mente.

El abuelo siempre me decía que había que analizar las pistas del entorno para deducir lo que estaba ocurriendo. Si algo se volvía demasiado confuso o enigmático, lo mejor era regresar a lo fundamental.

Miré a mi alrededor. Todo en el estudio estaba en su sitio: las ventanas cerradas y sin signos de haber sido forzadas. El abuelo no había salido contra su voluntad, se había marchado por su cuenta, probablemente después de ver el sobre.

Y si el remitente envió ese ojo en un sobre, era porque deseaba enviar un mensaje muy claro al abuelo. Si él podía entenderlo, no había razón para que yo no pudiera hacer lo mismo. ¡El mensaje tenía que estar en el ojo!

Encendí la lámpara del escritorio y comencé a examinarlo con detenimiento. Por la opacidad del cristalino, debía haber sido extraído no más de tres horas antes. Un solo y diminuto nervio colgaba del ojo. Tras un rato de inspección, llegué a dos conclusiones: primero, el ojo fue arrancado cuando su dueño aún estaba vivo. Segundo, quien lo hizo era un profesional peligroso, pues aunque extrajo el ojo en vida, lo hizo con tanta precisión que el órgano quedó completamente intacto. ¡Unas habilidades comparables a las de un cirujano!

Vi que había partículas adheridas a la superficie del globo ocular. Al observarlas mejor, me di cuenta de que era aserrín. Al olerlo, percibí un tenue aroma a pino.

Entonces recordé una fábrica de procesamiento de madera al norte de la ciudad, donde se trabajaba con madera de pino traída de otras regiones para convertirla en tableros y muebles. Claramente, ese ojo venía de allí. El remitente usó esto como mensaje: había alguien en grave peligro en esa fábrica, y si el abuelo no iba de inmediato, sería demasiado tarde.

No tenía tiempo para pensar en más nada. Agarré una linterna y salí corriendo de casa. Las calles estaban completamente oscuras, con algunos perros ladrando a lo lejos, pero todo pasaba como en un borrón mientras corría hacia el norte. Finalmente, vi la silueta de la fábrica de madera bajo la noche espesa.

Una muralla rodeaba la fábrica, y la puerta de hierro había sido forzada. Todavía había restos de alambre en la cerradura.

Esto probaba que mi deducción era correcta. El remitente del sobre estaba dentro… y tal vez el abuelo también. Dudé un instante sobre si debía entrar solo, considerando que quien envió el sobre era sin duda peligroso. Pensé en llamar a la policía.

Pero no tenía celular conmigo, y si corría de vuelta a casa para pedir ayuda, cada segundo que perdiera podría ser decisivo para la vida del abuelo.

Finalmente, recogí un palo de madera que encontré por allí, crucé el portón y avancé. Vi que uno de los almacenes tenía una luz encendida. Apagué mi linterna, aferré con fuerza el palo con ambas manos y avancé lentamente.

Había muchísima madera apilada en el almacén, tan alto que casi tocaba el techo. Todo estaba cubierto con lonas. Caminé entre ellas. El silencio era tan absoluto que podía oír mi corazón latiendo con fuerza.

Doblé una esquina y de pronto vi dos figuras. Una era la de un hombre gordo de mediana edad, sentado en una silla. Tenía la cabeza ladeada, el cuerpo desnudo, un gran tatuaje de un dragón verde en el pecho. Su boca estaba amordazada y las cuencas de sus ojos… vacías. Lo más extraño era que, pese a que le habían arrancado los ojos, no había ni una gota de sangre en su rostro.

Sostenía una bolsa negra de plástico. ¡Y parecía que dentro había algo!

La otra figura estaba tendida en el suelo, no muy lejos… llevaba una chaqueta roja estilo Tang y zapatos de algodón. No había duda —¡era el abuelo!

Corrí hacia él sin mirar al otro hombre. Me arrodillé a su lado. Sus manos y pies estaban helados, y no sentía su pulso. Sus pupilas comenzaron a dilatarse. Puse un dedo bajo su nariz y noté una respiración débil, a intervalos.

—¡Abuelo! —grité con la voz quebrada—. ¡Por favor, aguanta! ¡Llamaré a alguien, traeré ayuda!

Repetí esa frase una y otra vez, con la esperanza de que lo mantuviera consciente. De pronto, sus labios temblaron levemente y murmuró con voz débil:

—Yang… mi niño…

—¡Abuelo, por favor no te mueras! ¡Voy a traer una ambulancia, el mejor doctor, lo que sea!

—No… —se esforzó por decir—. Ya es… demasiado tarde…

Esas palabras se me clavaron como un puñal en el pecho, y mis lágrimas comenzaron a correr sin control.

Hablaba como si cada palabra le costara un mundo. Quise callarlo para que ahorrará fuerzas, pero parecía decidido a decirme algo. No me atreví a interrumpirlo.

—Tengo que irme, hijo… Si quieres ser forense, ya no te lo impediré… Pero si escuchas el nombre Dagas de Jiangbei… prométeme que huirás lo más lejos que puedas.

—¿Dagas de Jiangbei? —pregunté con la voz entrecortada por el llanto, sujetando su mano—. ¿Ese fue el maldito que te hizo esto, abuelo? ¡Lo juro, me vengaré!

—¡No! —respondió con firmeza, aferrando mi mano con sus dedos arrugados mientras me miraba directamente—. ¡Prométeme que huirás!

Asentí en silencio.

Una débil sonrisa asomó en sus labios —casi parecía en paz cuando exhaló su último aliento. Mi cuerpo se derrumbó, solté un alarido desgarrador.

Mientras lloraba, sentí una sombra deslizándose por el suelo. El miedo me secó las lágrimas al instante. Por el movimiento de la sombra y la distancia de la luz, supe que alguien se acercaba por detrás.

Pero esta figura era tan silenciosa, tan rápida, que no sentí ningún aliento, ninguna señal de vida. Como si… ni siquiera fuera humano. Por un momento, creí que el cadáver del hombre gordo se había levantado.

No, eso era imposible.

La figura era alta y delgada, nada que ver con el gordo. Entonces vi cómo levantaba lentamente la mano derecha… y en ella brillaba algo bajo la luz —¡una hoja curva!

Me puse de pie rápidamente, pero la hoja helada ya estaba presionando contra mi costado.

—No te des la vuelta —dijo una voz—. Si ves mi rostro… será lo último que veas.

Era una voz extraña, ni masculina ni femenina, ni grave ni aguda. Sonaba antinatural, como si estuviera modificada artificialmente.

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