Basta con un arrepentimiento - Capítulo 7

Capítulo: 7

Esa disculpa de Feriel me hizo sentirme cansada de repente. Era el actuar normal de ella en todo su esplendor, ya que era muy voluble y manipulable. La razón de que fuese así era por la infancia que tuvo, sumado al ambiente familiar en el que creció. No tenía intenciones de perdonarla, así que me levanté. Pero decidí aceptar su disculpa dado que ese gesto era mejor que nada… añadiendo el hecho de que no tenía mucho que hacer… No obstante, actué de esta manera principalmente porque quería largarme de aquí. De todas formas, me era imposible saber cuándo, cómo y dónde podrían reconocerme.

—Aceptaré tu disculpa. Tengo mucho por hacer de ahora en adelante, así que me retiro.

—¡C-Cornelia!

Cuando estaba a punto de darme la vuelta, Feriel me tomó de la muñeca para luego sacar algo de su bolsillo y colocarlo sobre la mesa. Un lazo rojo yacía envolviendo tres hojas de papel. Era algo que conocía muy bien.

—¿Pergaminos?

—¡Sí, acertaste! Los necesitarás para el viaje. Estos son de los mejores que mi familia fabricó y quiero que los tengas.

Pergaminos mágicos… Incluso los más baratos equivalían a un mes de gastos de una familia plebeya; por lo que vi, los que Feriel me quería dar eran de los más lujosos que venían certificados por la familia Tevious. La familia de Feriel se especializaba en la magia, así que el precio de los mismos aumentaba exponencialmente a pesar de que fuesen de la misma calidad que otros. Para rematar, los que ella me trajo eran de la más alta calidad. Perfectamente podían costar docenas de veces más dinero que los pergaminos normales. Mi cuerpo tembló al ver cómo Feriel me entregó esos pergaminos de tan alta calidad; incluso pude ver que ella me estaba apresurando para que los tomase.

—¿A qué debo este regalo?

—El trayecto a Yorkben es peligroso, ¿no? Podrías toparme con incidentes inesperados. Claro, sé que Debron te mandará sus caballeros para que eso no pase, pero es mejor prevenir que lamentar. Tómalos, ¡este va imbuido con magia defensiva! Este otro tiene magia ofensiva, y el último tiene magia evasiva.

A pesar de que no se equivocaba, pude notar que hizo una pequeña pausa antes de hablar. El trayecto hacia Yorkben desde la capital estaba bien cuidado dado que era un camino transitado, pero aun así estaba la posibilidad de toparse con orcos y goblins. Observé el pergamino en silencio.

—Quédatelos, ¿sí? Pienso en ellos como una disculpa extra.

Feriel me puso los pergaminos en mis manos al ver que yo dudaba. Tuve que asentir; la conocía tanto que sabía que no me dejaría irme hasta que los tomara.

—Bien, los tomaré.

—¡Sí! ¡Espero que me visites cuando vuelvas, Cornelia!

Una vez terminó de hablar, me pude marchar del local sin llamar la atención. Sin saber que la mirada de Feriel estaba clavada en mi espalda.

*     *     *

—No le pasará nada, ¿no?

Feriel no pudo despegar su mirada de Cornelia hasta que la perdió completamente de vista. Su sirvienta le dedicó una mirada preocupada. Usualmente, ella pasearía un poco por sus alrededores, pero justo ahora no tenía el ánimo para hacerlo. Su corazón latía a mil por segundo. ¿Debería decirle la verdad a Cornelia? Sangre salió de sus labios al morder sus labios.

—No… no está en mi potestad hacerlo.

Sacudió su cabeza de lado a lado, como si deseara poder disipar sus pensamientos a la fuerza.

—Es imposible que Lucen quiera matar a Cornelia.

Lo que sucedió en la mansión de Leonif llegaría a su mente como un flujo interminable. Cierta conmoción se produjo en cuanto Cornelia abandonó los terrenos del marquesado tras rechazar la propuesta de enterrar a la abuela Hibi en el templo central. Lucen, quien estaría jalando su cabello con fuerza, llegó a una conclusión en medio de su conversación con Leonif. Feriel enfocó sus sentidos a la mirada tenebrosa de él que podía distinguirse incluso a la distancia.

—Si se toma el camino cercano al Bosque Granden…

El bosque Granden. Un sitio conocido por ser un nido de monstruos. Si bien se tenía que adentrar en cierta medida al mismo para encontrarse con los mismos, el cementerio en Yorkben colindaba con una zona donde aparecían monstruos frecuentemente. Cornelia le había comentado a Feriel que esa era la razón principal del porqué el cementerio tenía que ser trasladado constantemente.

“Si algo sucede cuando Cornelia vaya al cementerio”.

—¡No!

Feriel gritó en un intento de negar sus pensamientos. ¿Acaso Lucen y Cornelia no eran camaradas? Sí, compañeros invaluables que habían atravesado el sendero de la vida y la muerte juntos. Era inaudito que Lucen pensara en eso. El pergamino era solo para prevenir que algo le pasase. Con ese pergamino se podrían encargar de cualquier monstruo que apareciese. Feriel se convenció a sí misma.

“Así es, no debo desconfiar de Lucen; lo único que me preocupa es el bienestar de Cornelia”.

Los pasos seguros de Feriel hacia donde estaba estacionado su carruaje se detuvieron súbitamente. Ciertos rumores acerca de Cornelia fueron captados por sus oídos. La imagen de los ojos verde pastel desprovistos de vida de Cornelia recorrió su mente. Su mirada siempre destellaba felicidad cuando estaban todos juntos, pero ahora…

“Somos camaradas… ¿verdad?”

El incesante llanto que se había detenido volvió a fluir como lluvia sobre sus mejillas.

*     *     *

—Haaaa… un poco más…

Le di un vistazo al cuarto donde me hospedaba del ala este de la mansión del duque. Me faltaban unas cuantas cosas por empacar. Bell se subió las mangas para ayudarme, pero le sonreí mientras negaba con mi cabeza. Este era mi deber y de nadie más. Ese pensamiento se había cernido sobre mí de inicio a fin. Con eso en mente, eliminé cada rastro de mí y mi abuela del ducado. Desde libros a ropa que compré en la capital, regalos para Isaac y Adele, el perfume con el que mi abuela aromatizaba su habitación…  Todo lo que alguna vez usé lo tiré a la basura o lo guardé en una pequeña bolsa. Continué en ello hasta la tarde; ya solo faltaban unas pocas cosas.

—¿Qué se supone que haga con esto?

En el rabillo de mi ojo podría verse un accesorio para el cabello y una gargantilla que se veían caros de solo verlos. El brillo del sol por la ventana no hizo nada más que resaltar la belleza de las joyas incrustadas en la gargantilla. Ambos accesorios me fueron dados por Debron en mi cumpleaños. Aunque en mi segundo cumpleaños, estando en la capital, lo único que recibí de él fueron unos regalos sin ninguna carta o felicitación de por medio. Mi mirada se soldó como metal a esos regalos en concreto.

—…

Toqué la gargantilla con la punta de mis dedos y… me la puse para luego verme en un espejo. Cada una de las joyas en la gargantilla… desde diamantes, rubíes de gran tamaño, unas pequeñas gemas… todas parecían sacadas de un cuento de hadas. Esta gargantilla no me luce. Mi fugaz presencia no era digna al lado de esa radiante gargantilla. Lloré de alegría cuando me fue dada. No obstante, ese gozo no tardó en convertirse en desprecio.

—No me luce…

Tales palabras fueron las que salieron de mi boca al verme portando esa gargantilla en el espejo. Este regalo que Debron me dio no estaba hecho para mí.

“¿Por qué no logro hacer que se me vea bien?”

Me alteré por solo pensar en ello. Anudé mi cabello y me puse maquillaje, me puse ropa nueva, incluso probé nuevas combinaciones en mí para tratar de combinar la gargantilla conmigo. Estaba decepcionada conmigo misma porque nunca logré que se me viera bien. Ese sentimiento de desesperación se convirtió poco a poco en remordimiento. A veces deseaba poder ser lo suficientemente bella para que la gargantilla se viera perfecta en mí…

“Llegué a pensar que podía estar al lado de Debron si fuese bella…”

Debron era un humano que brillaba como estas joyas en mis manos. Me vi en el espejo vistiendo un sencillo vestido de luto negro y esa gargantilla… Era obvio que se vería mucho mejor en alguien más.

“Alguien que no sea yo”.

Dejé la gargantilla sobre una mesa. Ni siquiera me tomé la molestia de tocar el adorno para el cabello. Mis preparaciones finalizaron en cuanto coloqué ambos objetos en su respectivo sitio. Dos maletas medianas y una pequeña, las tres de color café. Todos los objetos usados por mi abuela estaban en un total de tres maletas.

—Es menos de lo que pensé.

Recuerdo que cuando viajé de la aldea a la capital había mucho más de lo que tengo en mis maletas ahora. Mi cuerpo fatigado se arrojó sobre la cama sin poder eludir que mis ojos se posasen en el techo. Apenas me acosté en la misma, pude sentir cómo mi consciencia se adormecía. No sabía el porqué… quizás porque empaqué todo desde temprano o tal vez por el cansancio mental que me provocó la reunión con Feriel.

“Necesito una ducha… ¿Y si la dejo para mañana?”

Tenía muchas pendientes por hacer, pero apenas cerré mis ojos por un momento, pude sentir cómo mi cuerpo me exigía descanso.

Primero que nada… dormiré.

Justo cuando estaba a un segundo de dormirme, escuché pasos acercarse a la habitación. No eran de Bell. Eran pasos pesados y no ligeros.

¿Quién será? La puerta se abrió de golpe y un hombre entró rápidamente.

—Señorita Cornelia.

Era Steven, el mayordomo de los Astorf. Su rostro, que lucía su arrogancia como si fuera ropa, me observó para luego chasquear su lengua. Sus ojos eran similares a los de un botánico que veía una semilla que no germinaba.

—Todavía es demasiado temprano para irse a dormir.

Arrugué mi frente. Ni siquiera tocaste la puerta antes de entrar.

—La comprendo, señorita. No obstante, le pido que al menos muestre un poco de dignidad.

Acarició su bigote tras decir esas palabras con su cuello erguido. Incluso me hablaba como si él fuera el mismísimo Debron Astorf.

—Es lo mínimo que le puedo pedir, dado que usted es una invitada del duque Astorf.

¡Ja! Estallé en una carcajada. ¿Me estás diciendo que debo ser recatada porque soy una invitada? Los ojos del mayordomo temblaron al ver mi reacción. Ni siquiera pensé en ocultar mi sonrisa; me levanté de la cama para acercarme a él.

—Señor mayordomo.

Diferentes emociones recorrieron el rostro del mayordomo hasta que me miró irritado. Si hubiera sido como antes, me habría quedado callada. Bell y las hierbas suministradas a mi abuela fueron las razones por las que soporté al mayordomo. Si desobedecía, reducirían la cantidad de hierbas. Debido a eso, las hierbas restantes se dañarían y, al mezclarlas, surgirían impurezas. Aún podía usarlas, pero requería mucho tiempo y cuidados. Me enojé y reclamé tantas veces que a veces le prohibían venir a Bell al ala este. Al siguiente día de esa restricción, las manos de Bell mostraban cuán duro la habían puesto a trabajar. Tenía muchas razones para contenerme.

Pero ahora… ya no tenía razones para hacerlo.

Mi abuela ya no estaba, y si no estaba yo, ya no había razones para que abusase de Bell.

Le señalé la puerta con mi mentón.

—Ahí está la salida, vete.

Traductor: Zarferas

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